«Nunca pensé que un obispo sería mi amigo»
Sadio, Julita, Cuca, Rocío, Víctor, Pedrito y Daniel son solo algunos de los nombres de las numerosas personas que se llevan en el corazón la huella del cardenal Osoro tras su paso por la archidiócesis de Madrid
Sadio Keita: «Nos pregunta uno a uno nuestro nombre y de dónde somos»
«Yo soy de Guinea Conakry, una de las cuatro Guineas», dice entre risas Sadio Keita, uno de tantos migrantes africanos que ha llegado a España en un cayuco en los últimos años. Él lo hizo en el 2007 desde Senegal y, tras su paso por el CIE de Fuerteventura, su vida ha sido una peregrinación de ONG en ONG: Movimiento por la Paz, Cruz Roja, Pueblos Unidos y unas cuantas asociaciones más que le han ayudado a salir adelante, sobre todo, tras su llegada a Madrid.
«Cuando llegué a España no tenía contactos de familiares o amigos a los que llamar. Estuve de un lado a otro hasta que llegué aquí», dice. Este «aquí» es la casa para migrantes que dirige el sacerdote Jorge Dompablo en la carretera de Madrid a Colmenar Viejo.
«Él me ha ayudado, se preocupa por mí, y eso lo valoro mucho», afirma. Gracias a Dompablo, Sadio ha podido encontrarse varias veces con el cardenal Carlos Osoro, quien ha visitado la casa en múltiples ocasiones. «Cuando que va a la prisión de Soto del Real se pasa por aquí a saludarnos», señala. Y puntualiza: «Yo soy musulmán y practico mi religión. Siempre había visto mal a los cristianos. Fui educado en que eran el primer enemigo de la religión musulmana. Por supuesto, nunca pensé que un cristiano iba a ser mi amigo, y menos un obispo», asegura.
El trato frecuente con Dompablo, con los cristianos y, sobre todo, con el cardenal Osoro le ha cambiado totalmente esta visión. «He comprobado que lo que me dijeron de los cristianos es algo totalmente diferente a lo que he vivido. Cuando llegué aquí, Jorge me dijo: “Esta es tu casa y esta es la casa de Dios”. Eso me sorprendió mucho. Yo pensaba que solo acogían a cristianos. Me respetaron totalmente».
Después, Osoro «nos ayudó a hacer la casa más grande para que cupieran más migrantes como yo», pero lo que más le ha llamado la atención en su trato con el cardenal es que «cuando nos ve se pone muy contento y se alegra mucho de vernos». «Yo no esperaba nada así de una persona tan importante. Es algo emocionante para mí y para todos los que vivimos aquí». Sadio explica que, a diferencia de otras personas que saludan sin más, él abraza y se interesa por cómo están: «Uno a uno nos pregunta nuestro nombre y de dónde somos». Para el guineano «es como si te firmara un autógrafo Ronaldo o Messi».
Eso le ha hecho darse cuenta de que «lo importante es la fe que sale del corazón de las personas». «Si tu fe es buena fe, entonces tratas a la gente bien», reconoce Keita, que se despide afirmando que «Osoro va a estar siempre en mi mente».
Julita: «Colabora con nuestros proyectos»
La relación de Carlos Osoro con las oblatas data de sus tiempos como obispo de Santander. «Él estaba muy mentalizado del trabajo que la Iglesia debía hacer en el mundo de la prostitución, mientras que algunos sectores eran bastante reticentes», afirma Julita Núñez, actualmente encargada de la parte económica de la congregación.
Luego se las llevó a la diócesis de Orense. De aquellos años surge la anécdota del obispo entrando en un club para pedir que se devolviera el pasaporte a una prostituta a la que el dueño se lo había confiscado. «Yo entré y pedí una cerveza. Luego pedí el pasaporte y les dije que la dejaran marchar. Y así fue», ha recordado en ocasiones Osoro.
«A nosotras nos contaba esa historia y no dábamos crédito», dice Julita, emocionada. «Imagina a un obispo entrando en un club, la gente podría haber pensado cualquier cosa de él, pero dio un testimonio que no es nada habitual», añade.
Ya en Madrid «quiso colaborar con nuestros proyectos aportando el dinero que le daban por su cumpleaños». Y no hace mucho, el cardenal las visitó en su casa y pudieron agradecerle «su implicación en el fenómeno de la trata y la prostitución», lo cual «nos ha motivado más para luchar por estas mujeres con las que hacemos un camino de liberación y evangelización».
Cuca: «Me sentí escuchada»
Cuca sabe lo difícil que es llegar a Madrid para estudiar la carrera y no conocer apenas a nadie, pero en su aterrizaje en la capital jugaron un papel importante las vigilias Adoremus para jóvenes, presididas por el arzobispo en la catedral.
«A mí me contaron que venía el obispo a tomarse un bocadillo y hablar con nosotros y eso me encantó. Daba igual que hiciera frío o no, él salía a hablar y a conocernos», dice.
De aquellas vigilias recuerda que escuchar a Osoro repetir una y otra vez las oraciones le ayudaba y daba paz. «Todavía tengo algunas de ellas que me vienen de vez en cuando a la cabeza», reconoce. Junto a ello, Cuca guarda un especial recuerdo de los Parlamentos de la Juventud, en los que participó. «Me gustó la idea de convocarnos a los jóvenes. Me sentí útil y escuchada. Poder oír las opiniones de otros jóvenes me ayudó mucho también», concluye.
Rocío y Víctor: «Habla de la belleza de la familia»
El contacto de Rocío y Víctor con el cardenal Osoro se remonta a sus primeras semanas en Madrid, a sus reuniones en la Casa de la Familia, de cuyo patronato forman parte. «Siempre ha sido muy cariñoso con nosotros, de trato muy abierto, y ha sido muy fácil compartir con él nuestras inquietudes sobre la familia».
Durante todos estos años han hablado mucho de la familia. «Él tiene muy claro que es lo más importante, porque es el lugar en el que se transmiten la fe y la educación. No para de hablar de la belleza de la familia», señalan. Al mismo tiempo, «es consciente de que la situación actual es difícil» y que hay que «cuidar la preparación de los novios y los primeros años del matrimonio».
Para Rocío y Víctor, «don Carlos es un pastor de los que están cerca de la gente y sabe de sus problemas». Ahora «tenemos que cuidar de él y no dejar que se sienta solo».
Pedrito: «Siempre responde»
«Cuando don Carlos entró en mi casa, me quedé flipando», reconoce Pedrito, el niño de 13 años que ha superado un cáncer incurable y que dio un testimonio de fe desde el hospital que ha impactado a muchos. De hecho, fue así como conoció al cardenal Osoro: «En el hospital yo ayudé a una niña que no tenía mucha fe y que luego fue bautizada por don Carlos. A esa celebración no pude ir porque estaba malo en casa y entonces fue él el que vino a verme», dice Pedrito.
Ese día «hablamos y luego merendamos juntos un té y unas pastas», recuerda el niño. La relación no acabó ahí. «Vino a confirmarme a mi parroquia y, a veces, nos escribimos por el móvil. Cuando le digo algo siempre responde», añade.
Para Pedrito, Osoro «es una gran persona, muy humilde y muy bueno». En su opinión, «lo ha hecho muy bien en estos años y se merece descansar».
Daniel: «No idealizarlo me ayudó»
A Daniel Navarro muchos lo recuerdan como el joven sacerdote que estuvo acompañando al cardenal Osoro durante sus primeros meses en Madrid. «Quería un sacerdote joven que fuera discreto y no estuviera asociado a un grupo concreto», dice Navarro, hoy párroco de Nuestra Señora de la Fuensanta.
En aquellos primeros meses en la capital, Osoro era un torbellino de actividad «y parecía estar en todas partes». Para ello, dormía muy poco. «Le podían dar las dos de la madrugada hablando con una persona», explica.
En ese tiempo junto al nuevo arzobispo sacó dos lecciones. «La primera fue comprobar que mi obispo era una persona como yo —señala el sacerdote—. Tenía sus debilidades y sus virtudes, como todos. Vi la realidad y eso me ayudó. No idealizarlo me tranquilizó en mis luchas».
La segunda fue que «él era consciente de que lo que hacía o lo que decía a unos les gustaba y a otros no, pero su única preocupación fue el cuidado de su diócesis». Así, este ambiente polarizado en el que la diócesis ha vivido los últimos años «le afectaba», pero «yo soy testigo de que algunas cosas que se decían de él no eran verdad y eso le dolía como le dolería a un padre que quiere a sus hijos y se preocupa por ellos».