«Nunca ha estado mejor la vida religiosa»
Solo unos días después de cumplir los 80 años, al claretiano Aquilino Bocos le llegaba el domingo la noticia por sorpresa: su viejo amigo el Papa Francisco le nombraba cardenal en reconocimiento a un impresionante historial de servicios a la Iglesia, y en particular a la vida religiosa
«Saludos al padre Aquilino». Ese fue todo el aviso del Papa a Carlos Martínez Oliveras y a Fernando Prado, compañeros de comunidad de Bocos, dos días antes de anunciar el nombramiento desde la plaza de San Pedro. El director del Instituto Teológico de Vida Religiosa y el director de Publicaciones Claretianas asistían el viernes en la Casa Santa Marta a la Misa de Francisco, quien mantiene un estrecho vínculo con la congregación. Con la editorial de los claretianos Bergoglio publicó la mayoría de sus libros siendo arzobispo de Buenos Aires. En 2014, creó cardenal a otro claretiano español mayor de 80 años, Fernando Sebastián, también un gran referente para la vida religiosa posconciliar.
A Francisco le une al neocardenal Aquilino Bocos (Canillas de Esgueva, Valladolid – 17 de mayo de 1938) algo más que una amistad personal. Han compartido muchas batallas en defensa de una misma visión sobre la vida religiosa y de una eclesiología de comunión en la que nadie sobra. Una visión muy exigente de la Iglesia, porque «claro que es muy bonito hablar de participación, de comunión, de diálogo… Pero aplicarlo, eso ya cuesta más», decía el lunes el religioso en conversación con Alfa y Omega. «Por eso estoy tan contento con este pontificado. El Papa, con sus reformas, está queriendo poner a la gente en el centro» y ante el espejo de «la persona de Jesús», que es quien «debe orientar, iluminar, animar nuestra vida». «Es cuestión de coherencia, de vivir conforme a lo que estamos diciendo», añade. «Se lo dije siendo él todavía arzobispo: “Hacemos un uso abusivo de algunas palabras y con eso creemos que ya estamos salvados. Esto es una desgracia”. “Tienes razón”, me respondió».
Aquilino Bocos seguirá viviendo con la comunidad claretiana de Buen Suceso de Madrid, y continuará reflexionando y escribiendo sobre la vida religiosa, al margen de los encargos que el Papa le pueda ir haciendo. «Hay que apoyarle», dice, recordando la «gran alegría» que se llevó el 13 de marzo de 2013. Sentado ante el televisor, dio un brinco al escuchar el nombre del nuevo Pontífice y gritó: «¡Creo en el Espíritu Santo!». «Cuando se lo conté a él, al poco tiempo, me respondió: “Anda, vete por ahí”», ríe.
Versatilidad misionera
El cardenalato es uno de los pocos servicios que a Aquilino Bocos le faltaba por prestar a la Iglesia, incansable misionero que calcula haber visitado «unos 80 países». Como experiencias particularmente intensas, siendo superior general de los misioneros claretianos, recuerda sus viajes a Timor Oriental en plena guerra («tenía que visitar a mis hermanos») o a los suburbios de Abiyán (Costa de Marfil).
Su intención, recién ordenado, era seguir estudiando en Roma espiritualidad, marcado por su maestro Fernando Sebastián («Él no se acuerda, pero yo le digo: “Para que veas la importancia que tiene una frase dicha en una clase, que puede cambiar la vida de una persona”». El día anterior al viaje, sin embargo, su provincial cambió de planes y le envió a enseñar Filosofía a Segovia. Y «cuando ya me empezaba a gustar la materia, me manda a formar a los misioneros claretianos libaneses»: tres años (1964-1967) que le enseñaron a valorar «la pluralidad de la Iglesia».
A su vuelta a España, le tocó cerrar el Teologado Interprovincial claretiano de Salamanca. Pero en Madrid no se dejó arrastrar al lamento («La congregación no se hunde por haber dejado Salamanca», decía). Asumió la dirección de la revista Vida Religiosa y su colaboración fue decisiva para el nacimiento del Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid, con sus Semanas de Vida Religiosa, «implicando a otras congregaciones», en el contexto de «una crisis muy fuerte en España sobre la identidad de los religiosos. En esos años dedicó mucho tiempo a dialogar con consagrados de otros carismas.
A su elección como provincial de Castilla (1979), siguió la de presidente de FERE, actual Escuelas Católicas, con la idea siempre muy clara –eran tiempos inciertos– de que «nos pueden quitar los colegios, pero lo que no nos puede quitar nadie es nuestra vocación educadora».
Los años de Roma
Tras varios años de responsabilidades en el capítulo general de la congregación, en 1991 fue elegido general (y reelegido en 1997). También desde 1991 fue miembro de la Unión de Superiores Generales, y durante diez años Juan Pablo II le mantuvo como miembro de la Congregación de Religiosos. Su aportación a la vida religiosa española se extendió a la Iglesia universal en un momento –recuerda– en el que se debatía en Roma sobre la pertinencia o no de un Sínodo sobre la vida consagrada, «porque había una gran crisis, y algunos decían que no convenía entrar en una dinámica que no sabíamos dónde nos llevaría». Bocos era de otra opinión: «Una cosa es lo que los obispos hablan en corrillo, y otra lo que dicen desde la cátedra. En un Sínodo se palpan la ropa a la hora de hablar del valor de la vida religiosa», dijo para convencer al resto se superiores generales.
Influido por el jesuita Arrupe, el francisano Koser o el marista Basilio Rueda, el padre Aquilino creía que había llegado el momento de «abordar el tema de las relaciones obispos-religiosos, que el Concilio había dejado a un lado, para aplazar este tema conflictivo». Fue su maestro, el claretiano Arturo Tabera, quien había reactivado el debate, al ser nombrado por Pablo VI en 1973 prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada. Continuó el proceso el cardenal argentino Eduardo Pironio, quien después se hizo cargo del entonces Consejo Pontificio de Laicos, extendiendo esa «eclesiología de comunión orgánica» a toda la Iglesia. En conjunto, se celebraron finalmente cuatro Sínodos decisivos dedicados a la figura de los religiosos, de los laicos, de los sacerdotes y de los obispos. El encargado de recoger las conclusiones de este último, en 2001, fue Jorge Bergoglio, con quien el padre Aquillino había pasado largas horas de conversación desde el Sínodo de la vida consagrada del año 94. «Había mucha sintonía. Yo me encontraba muy a gusto cada vez que nos encontrábamos», recuerda.
Bergoglio fue también la persona que recogió el testigo de Pironio en el CELAM, que en Medellín y Puebla aplicó esa misma eclesiología de comunión al ámbito de América Latina. El proceso lo culmina el arzobispo de Buenos Aires en Aparecida. Con su elección a la silla de Pedro en 2013, esa pasó a ser una de las hojas de ruta del actual pontificado.
El reto de la interculturalidad
Mirando al presente y al futuro, Aquilino Bocos considera que «nunca ha estado mejor la vida religiosa que hoy. Nunca». Pero hay importantes «retos pendientes». El principal, «ser verdaderamente testigos de la alegría del Evangelio».
Esto requiere «coherencia de vida» y «audacia misionera». «Hay gente que dice: “No, somos pocos aquí, ¿cómo nos vamos a marchar?». A lo que yo respondo: “Si los apóstoles hubieran hecho ese cálculo, empeñándose en evangelizar Jerusalén, todavía estarían discutieron con los judíos”».
«Si somos pocos en Europa, entonces habrá que “dar de lo poco”, que era lo que pedía siempre Juan Pablo II a la Iglesia de todos los continentes», prosigue. «A los americanos, a los asiáticos… les decía: “Ya es hora de que vayan ustedes a otros lugares”. Y esto ha significado una primavera para la Iglesia. También a Europa llegarán de otras naciones y se harán cargo de muchas obras que nosotros tenemos». Por eso –concluye– «la interculturalidad es uno de los retos más importantes que ahora tenemos en la Iglesia», para «aprender a enriquecernos con los dones que traen los otros».