Nuevo libro de Verónica Berzosa: «La sed de Dios solo la calma Dios»
En Tu sed, mi sed, la superiora de Iesu Communio desvela detalles de su propia vocación y revela los secretos para una sana vida espiritual: dejarse hacer, rendir las propias fuerzas, dirección espiritual, orar…
«Pero ¿qué estáis diciendo? O vivís fuera de la realidad o, si es verdad la alegría que veo y lo que decís, no puedo ocultar mi enfermedad: mi enfermedad es que no conozco al Señor»: con esta frase de una joven durante uno de los encuentros de Iesu Communio en sus locutorios abre la madre Verónica Berzosa, superiora de esta comunidad religiosa, su libro Tu sed, mi sed, que recoge cinco conferencias que ha pronunciado en los últimos años.
En el libro, madre Verónica ofrece algunas pinceladas de su propio camino espiritual, sobre todo el impacto que le causó a los 17 años «ver literalmente una alfombra humana de jóvenes tirados por tierra, víctimas del alcohol y de la droga, sin poder sostenerse en pie», lo que le hizo preguntarse: «¿Para esto hemos sido creados? ¿Cuál es el sentido de la vida?».
También recuerda el encuentro por aquellos días con una joven francesa, llamada Véronique, que le reconocía llorando: «Nadie me quiere, mi vida es un infierno, no tengo a nadie». Un año después, la religiosa entraba en el convento de las clarisas de Lerma tomando el nombre de aquella joven: «No puedo malgastar mi vida así, no puedo resignarme a ser tan solo espectadora del horror, quiero ponerme en camino, quiero ser Verónica en el calvario de este mundo desesperanzado», reconoce en el libro.
«La debilidad, victoria de Dios»
Pero los inicios en la vida religiosa no fueron fáciles, sobre todo porque se propuso la santidad «como si fuera una meta heroica, como si fuera yo la que tenía que alcanzar a Dios con mis frágiles fuerzas y darle gloria». Vivió durante un tiempo «en el esfuerzo personal, en la huida del mundo, en el rostro doloroso de la virtud, en el morir constante, en el desaparecer tú para llegar a Dios», viviendo su vida «más como muerte y renuncia que como plenitud». La santidad «se me hacía cada vez más imposible e inalcanzable, y no me sentía capaz de tal batalla», recuerda.
Pero entraron en escena varias mediaciones: el testimonio de felicidad de una venerable anciana de su comunidad, la trilogía Gloria, del teólogo Hans Urs von Balthasar y el acompañamiento del entonces obispo auxiliar de Madrid, Eugenio Romero Pose, que le introdujo en los escritos de san Ireneo de Lyon.
El encuentro con san Ireneo fue para sor Verónica «una revolución», porque descubrió que «dejarse hacer» es el objetivo de la vida en Cristo y que «la debilidad de la carne hace brillar la victoria de Dios», tal como «el barro sediento recibe, como lluvia venida del cielo, el Espíritu de Dios, que le humedece y ablanda y le torna dócil a su obrar».
«Sentirse mendigo es una bienaventuranza»
En esta línea, comparte también la carta anónima de un sacerdote en crisis con su ministerio, que «dio por supuesto el amor y lo dejó enfriar», siendo «fiel a las cosas de Dios, pero sin estar con Él». Por eso, señala que el seguimiento del Señor «no consiste en conquistar un reino para Cristo, sino en dejar que venga a nosotros su Reino». Así, «todo debe ser entregado, también nuestros talentos y capacidades, que podrían llegar a esclavizarnos si no son puestos al servicio de la Iglesia».
Subraya de este modo la capitalidad de la oración, porque «el que no gusta al Señor, el que no se entrega a la oración podrá decir mil cosas de Jesús, pero lo hará como quien conoce solo de oídas».
También invita a tomarse «muy en serio», la dirección espiritual, para «vivir en la luz y en la verdad, renunciando a nuestro instinto de querer ser los dueños de nuestra propia vida», porque «sentirse pobre, necesitado y mendigo es una bienaventuranza. Necesitamos ser acompañados».
«La vida es un don, no una prueba»
Impactan asimismo las páginas que recogen su reflexión pública desde el convento de la Aguilera, emitida por TRECE en mitad de la pandemia. La superiora de Iesu Communio admitió entonces que «creyentes y no creyentes han mostrado dolor, lágrimas, impotencia, rabia, peticiones de oración, preguntas», porque «el hombre en el dolor le pide explicaciones a Dios». Sin embargo, necesita comprender «que precisamente en medio del dolor Dios nos está amando. La vida es un don, no una prueba», y «unos a otros no nos podemos dar coraje ni respuestas ante tanta angustia: al corazón solo alcanza el consuelo de Dios».
Berzosa afirmó entonces que «Dios no tiene un designio de aflicción sobre nosotros», y que «el mayor sufrimiento del hombre de hoy es no poder reconocer la ausencia de Dios como una ausencia». Por este motivo, para la superiora de Iesu Communio, «nuestro enemigo no es un microorganismo, sino la falta de sentido de la vida, aspirar solamente a tener salud. Pero la promesa de Cristo no es simplemente sobrevivir, es resucitar». Por eso, este momento puede ser «una oportunidad para crear el mundo de amor y verdad que Dios ha soñado. Si el hombre no vuelve con todo su corazón a Dios, todo volverá a ser como antes y el abismo será ineludible».
En este sentido, la frase que da título al libro alude a un deseo «que no puede encontrar alivio en la ambición, en la riqueza, en el poder, en la fama, en el placer pasajero y efímero a cualquier precio, en la comodidad, en el reservarse, en las estrategias comprometidas con la injusticia y con la falta de verdad y de bien».
«La sed de Dios solo la calma Dios», señala madre Verónica, y esa sed «no es un castigo, sino un regalo» para que «seamos conscientes de que no podemos prescindir de Ti».