«Nuestra tarea es acompañar espiritualmente, no suplir a los psicólogos o entrenadores» - Alfa y Omega

«Nuestra tarea es acompañar espiritualmente, no suplir a los psicólogos o entrenadores»

El jesuita Grégoire Catta es uno de los 120 asistentes espirituales de cinco confesiones distintas que ayudarán a los atletas durante estos juegos

Ángeles Conde Mir
Asistentes espirituales de distintas religiones que ayudarán a los atletas en la Villa Olímpica, incluido el padre Grégoire Catta. Foto cedida por el entrevistado

¿Cómo llegó a ser uno de los capellanes de los Juegos Olímpicos?
A principios de año el equipo de Holy Games — el proyecto de la Iglesia francesa para acompañar a los deportistas — comenzó a buscar sacerdotes para la Villa Olímpica. Yo trabajo en la Conferencia Episcopal y me llegó la propuesta. Aunque al principio pensé que quizá habría otros capellanes o laicos que conocen mejor el mundo del deporte, les di mi disponibilidad y me avisaron. La idea era contar con distintas sensibilidades para atender a los deportistas.

¿Cuánto tiempo tiene que estar en la Villa Olímpica?
Somos unos 35 o 40 sacerdotes católicos los que estaremos durante los Juegos Olímpicos y Paralímpicos. Hacemos turnos desde hace ya varios días y suele haber tres sacerdotes por turno. El de mañana va de 8 de la mañana a 3 de la tarde, y el de tarde va de 3 de la tarde a 10 de la noche. Estamos en el centro multiconfesional de la Villa Olímpica y estamos representantes cristianos de distintas confesiones, judíos, musulmanes, budistas e hindúes.

¿En qué consiste exactamente su tarea?
En ofrecer a los atletas una oportunidad para hablar, para rezar o para que reciban los sacramentos. Es un ministerio de escucha. Todavía no hemos atendido a muchos deportistas, pero hemos estado allí para que las delegaciones conocieran el centro multiconfesional y supieran que estamos a su disposición. Fuera de la Villa Olímpica estamos haciendo dos Misas al día para deportistas en una iglesia que está muy cerca.

¿Ha hablado ya con algún deportista?
He hablado con dos personas. Lo que buscan a veces es simplemente un sitio protegido para hablar o desahogarse, como cualquier ser humano.

¿Están sometidos a mucha presión?
Su vida es muy particular, pero, al mismo tiempo, son como cualquiera de nosotros. Estamos preparados para escucharlos después de la derrota deportiva, porque la mayor parte de ellos no conseguirán medalla. No van a saborear la victoria, sino el fracaso.

Pero lo importante es no ocupar el puesto del psicólogo o del entrenador deportivo. Nuestra tarea es la del acompañamiento espiritual y, como todo acompañamiento, se trata de escuchar y de ayudarles a entender cómo Dios se hace presente en sus vidas.

¿Le está gustando la experiencia?
Sí. Aunque hasta ahora no he encontrado a muchos deportistas, es muy interesante vivir el ambiente. Otro aspecto es el del trabajo ecuménico e interreligioso en el espacio multiconfesional. Por ejemplo, con los protestantes compartimos oración por la mañana y por la tarde. El hecho de estar en la Villa Olímpica es una demostración de que en la vida también hay una dimensión espiritual.  

¿Qué opinión le merece la polémica sobre la ceremonia de inauguración y la escena que imitaba a la Última cena?
Yo personalmente no me he sentido ofendido. No me di cuenta al principio de que la actuación podía representar la Última cena. Creo que de fondo había un espíritu bastante francés que es el de reírse de todo. No creo que fuera un ataque contra la iglesia, pero entiendo que haya quien se haya sentido molesto y que los obispos hayan tenido que dar un toque de atención. También hay que subrayar que durante la ceremonia hubo otras cosas muy bonitas.