Notas de música en los lienzos de Vermeer - Alfa y Omega

Notas de música en los lienzos de Vermeer

La muestra Vermeer y la música. El arte del amor y del ocio reúne en Londres cinco obras maestras de los 35 únicos cuadros que el autor holandés pintó, a lo largo de su vida. Al talento de Vermeer se unen otros artistas contemporáneos como Jan Steen, Pieter de Hooch y Godfried Schalken, en una exposición que confirma hasta qué punto la música se convirtió en uno de los motivos más populares de la pintura holandesa en el siglo XVII. Hasta el 8 de septiembre, en la National Gallery, de Londres

Eva Fernández
‘Hombre joven tocando una tiorba y mujer joven tocando una cítara’, de Jan Molenaer (1659)

Entramos sin hacer ruido y nos sentamos a escuchar, porque esta exposición suena a música. Resulta casi imposible no intuir esas notas que parecen salpicar cada uno de los interiores pintados por Vermeer, en los que, de una forma magistral, el pintor holandés consigue que veamos la música. Una música que también se percibe en los rostros de las intérpretes cuya mirada cómplice nos invita a escuchar sus piezas. Nadie como Vermeer ha logrado pintar esa atmósfera que envuelve sus escenas de interiores. Habitaciones iluminadas con un sorprendente tratamiento de la luz y del color, en las que descubrimos decenas de pequeños detalles, tanto en las vestimentas como en el mobiliario, y, sobre todo, en su manera de pintar la música, la gran fijación del pintor holandés. Éste es precisamente uno de los atractivos de la exposición organizada por la National Gallery de Londres, que ha conseguido reunir por primera vez cinco lienzos de Vermeer en los que la protagonista no sólo es la música, sino una figura femenina pintada al detalle, que a lo largo de la muestra se compara con las pinturas de una treintena de artistas holandeses contemporáneos. La carrera de Vermeer fue muy corta. Pintaba únicamente unas dos o tres obras por año y, para poder mantener a su numerosa prole -tuvo 15 hijos-, ayudaba en la taberna que regentaba su madre en Delft, y trabajaba también como tasador de obras de arte. A juzgar por la deudas que dejó a su muerte, en vida no consiguió el éxito y protagonismo de sus contemporáneos holandeses como Rembrandt o Frans Hals. De hecho, la obra de Vermeer (1632-1675) pasó inadvertida hasta que, dos siglos más tarde, los pintores románticos del XIX descubrieron la maestría de su técnica.

Interiores repletos de historias

Los cuadros de Vermeer están pintados desde la perspectiva de alguien que está mirando. Es más, podríamos decir que el propio pintor holandés nos señala que hay que mirar y, cuando lo hacemos, descubrimos casi al instante la historia que se encierra entre las paredes de una habitación. En Muchacha tocando la guitarra, pintado hacia 1672 y que hasta el momento nunca se había expuesto al público, se encuentran muchos de los elementos que convierten en única la pintura de Vermeer. Las delicadas manos de la intérprete abrazan una guitarra española que simboliza los sentimientos amorosos. En el rincón, se apilan unos libros que la mujer ha abandonado, porque su interés se centra en alguien que no aparece en el cuadro, pero al que contempla con arrobamiento y a quien dedica su música. Ante un cuadro de Vermeer se pueden descubrir detalles que no se habían advertido a la primera mirada, e incluso tienes la sensación de que hay algo más que no se ve, pero que está presente, aunque no lo vean los ojos.

En la Lección de música, prestada por la Reina de Inglaterra y pintada entre 1662 y 1665, sobre la tapa del instrumento, Vermeer escribió en latín toda una declaración de intenciones: Música letitiae comes, medicina dolorum (La música es compañera de la alegría y bálsamo contra el dolor). En este lienzo, la mujer aparece de espaldas y su cara se refleja en el espejo. La luz natural que penetra a través de la ventana de la parte izquierda del cuadro reaviva el color de la seda del tapiz sobre el que descansa una jarra de porcelana blanca. Otra de las sorpresas que nos reserva Vermeer en sus interiores es la de pintarnos cuadros dentro de los propios lienzos. En Mujer joven tocando el virginal de pie (1670-1672), nos encontramos, precisamente, con un cuadro en el que la figura de Cupido muestra una carta de la baraja que simboliza que el amor perfecto es sólo para una persona. No sabemos si la dama que coloca sus manos sobre las teclas del virginal concluye o inicia su pieza, pero lo que si es cierto es que nos invita a escucharla. En Mujer joven sentada al virginal (1670-1672), comprobamos una vez más la calidad con la que Vermeer traslada al lienzo las distintas texturas de las telas. Es muy probable que las modelos pintadas por Vermeer fueran sus propias hijas, en concreto la que observamos en Mujer sentada tocando la espineta (1670-1672). En lo que se refiere a los contemporáneos que acompañan a Vermeer en esta exposición, la presencia de un instrumento o un libro de partituras, se asociaba siempre a la posición social del retratado y, además, se convertía en símbolo de la fugacidad de los placeres de la vida. Toda la exposición suena a música: virginales, pianolas, violas, tiorbas y cistros se cuelan por las ventanas de un hogar flamenco gracias a la genialidad del maestro Vermeer.