Fanny, refugiada venezolana en Zaragoza: «Nos sentimos como si nos hubiesen adoptado unos parientes»
«Cuando sales de tu país, en el mismo momento que pisas el aeropuerto, empiezas a vivir una situación dramática», cuenta Fanny. «Hemos llegado a estar en situación de calle con nuestro hijo menor y nos encomendamos a Dios porque nunca imaginamos vivir esta situación», confiesa esta refugiada venezolana. A la espera de que el Ministerio del Interior tramite su solicitud de asilo y protección internacional, ella y su familia viven en un piso del Arzobispado de Zaragoza.
«La diferencia con un hostal es como la que hay entre el cielo y la tierra», cuenta Fanny. Antes de estar en este recurso, estuvo viviendo con su hijo y su marido en la habitación de un hostal que pagaba el Ayuntamiento de Zaragoza. Y aunque recibieron un trato muy bueno del dueño, quien incluso los invitó a cenar en Navidad junto a la plantilla, reconoce que compartir el albergue con «mochileros que van a pasar dos o tres días en la ciudad» no permite «la intimidad que necesita una familia y un chaval que aún está estudiando 4º de la ESO».
Ahora vive junto a otra familia de Nicaragua en un apartamento lo suficientemente grande como para que cada uno tenga su espacio, algo que, a su juicio, humaniza bastante su experiencia. «Nos sentimos como si nos hubiesen adoptado unos parientes a los que no conocíamos», explica agradecido Reinaldo, el marido de Fanny.
Esperando el permiso de trabajo
Para Fanny y Reinaldo, que salieron con 150 dólares de Venezuela, «mantenerse hasta hoy ha sido una proeza». Ahora, en cambio, confían en encontrar trabajo gracias a los cursos que los voluntarios de la Mesa de la Hospitalidad de Zaragoza le recomiendan. «Nos hicieron de enlace con las personas de Cáritas y ellos son los que nos pagan la matrícula», cuenta Fanny.
Gracias a esta beca, ella y su marido están estudiando un curso de la Universidad de Zaragoza destinado a mayores de 45 años para certificarse como bachilleres. «Tenemos la determinación de empezar una nueva etapa en nuestra vida y aportar al país que nos da ha dado una oportunidad», sentencian. A la espera de recibir su permiso de trabajo, es la mejor idea que tienen para aumentar su empleabilidad, pues como cuenta la venezolana, «aunque tengas título universitario, homologarlo aquí te puede llevar entre tres y cinco años».
También están estudiando un curso recomendado por la Mesa por la Hospitalidad José Alberto y Esmeraldi, un matrimonio salvadoreño que vive en la casa parroquial de Madre de Dios de Begoña. «Hemos podido sacarnos un curso de ciudadanía en la Casa de las Culturas de Zaragoza, la mayoría de personas buscamos allí», cuenta Esmeraldi. Además, su marido está terminando otro seminario de informática organizado por las Hijas de la Caridad.