«Nos llegamos a preguntar si llevar a las niñas era de locos»
Dos familias españolas pasan su verano en una misión con sus hijos en República Dominicana y en Costa de Marfil. «Allí todo lo hacen juntos, en familia», explica Catalina, de 12 años, tras su vuelta de África
«Cuando hemos ido solos nadie nos ha dicho nada, pero cuando dijimos que íbamos con las niñas nos preguntaron tantas veces que si estábamos locos que hubo un día que nos tuvimos que sentar a planteárnoslo», bromea Alejandro Abrante. Es diácono permanente en Tenerife y capellán del CIE de Hoya Fría, en la misma isla. Su esposa, Alejandra, y él van juntos de voluntariado desde hace diez años a Costa de Marfil con las Hermanas de los Pobres y el año pasado decidieron proponérselo a sus hijas, Catalina y Jimena, de 12 y 14 años respectivamente.
Ángel Pérez es ingeniero agrónomo y su destino veraniego es República Dominicana. Allí ha ido con su mujer y su hijo, de 17 años. «No vamos de vacaciones, vamos a cumplir con las obligaciones que tenemos y nos hemos entregado a la misión». Ya en el terreno, Ángel ha ido a echar una mano a las comunidades agrarias, «que siguen utilizando técnicas no mecanizadas» y a ayudar a la integración de los migrantes haitianos dentro de las comunidades cristianas. «Nosotros no vamos de voluntariado, sino de misión». ¿Y cuál es la diferencia? «No vamos a “hacer cosas”; vamos a estar con la gente y a vivir como ellos». Lo cual, como sigue diciendo, no es no hacer nada, sino estar disponible para lo que haga falta y, «al final, se te llena el día de actividades».
Vivir como la gente del lugar al que uno va tiene algunas complicaciones cuando vas con tus hijas, razona Abrantes: «comer su comida, beber su bebida… no estamos acostumbrados», pero, continúa, «vale la pena cuando las ves haciendo el esfuerzo por inculturarse». Aunque para ir con los más pequeños a una experiencia tan dura es importante que haya una buena preparación previa: «Les enseñamos fotografías del lugar, lo hablamos con ellas…» y aun así, la primera impresión es un impacto. Nada más llegar, explica, su hija pequeña, Catalina, «me preguntó que cuándo nos íbamos a casa». Lo bonito, continúa, es que el día que tocaba regresar, «nos pedían que cambiáramos el billete a la semana siguiente». Catalina explica que lo que más le impresionó fue el estilo de vida de los marfileños: «Allí todo lo hacen juntos, en familia» y «la vida no es tan fácil como aquí». Pero «están deseando volver y contarlo en España. Nos piden testimonios en parroquias y son ellas quienes cogen el micrófono y se ponen a explicarlo todo», concluye su padre.
Ángel va a República Dominicana de la mano de Obras Misionales Pontificias y la asociación OCASHA, que se dedica al desarrollo de las comunidades en África e Iberoamérica «desde la perspectiva del Dios de Jesús». No es la primera vez que ha viajado como voluntario; «incluso estuvimos colaborando con una organización que protegía a las tortugas marinas», dice. Pero sí reconoce que es la primera vez que va con toda la familia y con una organización de la Iglesia. «Son días que sirven para fortalecer la fe».
El verano puede ser un tiempo de descanso en familia. Pero para algunos locos, también es un momento para dedicar a los que más lo necesitan.
Irse de voluntariado en verano es solo una de las maneras de sensibilizar a los más pequeños de la casa con realidades que quizá le pueden ser ajenas. Pero durante el curso también se pueden hacer muchas actividades que ayuden a que el tiempo en familia tenga un componente de entrega.
La organización Nadie Solo pone en contacto a familias con niños y niñas con alguna discapacidad intelectual. «Los pequeños de la casa disfrutan y se educan conociendo realidades que normalmente quizá no tengan cerca», explica Violeta Jaraquemada, responsable de Comunicación. «Los padres les enseñan a pasar el tiempo libre ayudando a otras personas; los usuarios —niños y niñas con discapacidad— se divierten haciendo amigos y jugando con otros niños y a los padres y madres de estos pequeños, además de darles un respiro por un rato, les da la satisfacción de verles jugando con otros de su edad».
Nadie Solo atiende a más de 80 niños y niñas con discapacidad. Y más de 250 familias dedican una mañana al mes a acompañarles y pasar un buen rato con ellos. A partir de octubre volverán con sus actividades: paseos, juegos, etcétera. Quien quiera enseñar a sus hijos a vivir su tiempo libre con valores, puede encontrar la propuesta de Nadie Solo en nadiesolo.org.