No tomar en vano ni a Dios… ni al hermano - Alfa y Omega

Quizá sea un pecado hoy olvidado; incluso cuando lo recordamos lo reducimos a evitar expresiones que, aunque importan, tocan solo la superficie. El pueblo judío, para evitar tomar en vano el Nombre de Dios, cambió las vocales de Yahvé por las de Adonai, pronunciando «Jehová». Como quizá nos pase, parte del pueblo lo normativizó en una casuística sin corazón. Su luz para el camino degeneraba en restricción al perder su sentido original. En esa cultura el nombre designa la persona y tomar el nombre en vano es tomarla en vano a ella. Dar el propio nombre es ponerse a disposición de quien lo recibe. Y Dios nos lo reveló. El segundo precepto de la Alianza tiene un hondo sentido: tras el amor incondicional al único Dios que expresa el primero, este desarrolla su condición de posibilidad: mantener abierta la distancia con el respeto santo posibilita un diálogo amoroso que no intenta controlar a Dios. Tomarle en vano sería usarlo como un ídolo destruyendo esa distancia (Marion), como recurso mágico, un instrumento manipulable. No cabría reciprocidad amorosa, Dios no sería un Tú, sino una fuerza que controlo con su nombre.

No tomamos su Nombre en vano principalmente cuando se nos escapa una blasfemia. Hay multitud de blasfemias de acción y actitud. Ocurre siempre que para lograr mis fines uso su autoridad para justificar una guerra, un crimen, una injusticia, una ideología, una decisión… revistiéndolos de Su voluntad cuando es la mía. Es el caso menor de la mamá que, para lograr que el niño haga lo que ella quiere, dice que es voluntad de Dios. Puedo usar el Evangelio, al Papa, para salirme con la mía, en vez de dejarme interpelar en la distancia del respeto. Convierto a Dios en mi pretexto. He aquí una raíz del abuso de poder, dentro y fuera del cristianismo.

Jesús fue condenado por blasfemo al igualarse a Dios. Pero lo es y nos divinizó, mostró la presencia de Dios en cada uno. Desde la experiencia cristiana ya no podemos reducir al hermano a aliud (otra cosa) pues es alter (otro). El totalmente Otro se identifica con cada otro (Girard). De ahí que el pecado sea más que la amartía: no es fallo o error. «Lo que hiciste a uno de estos…». Levinas descubrió la presencia absoluta del Otro en el encuentro con el pobre, el huérfano y la viuda; experiencia ética fundante que abre una salida al individualismo totalizador de la modernidad que culminó en el Holocausto. Antes Kant sostuvo que el sentimiento de respeto, una afectividad básica que abre el espacio al reconocimiento del otro, es condición de posibilidad del imperativo categórico: no tratar al otro como mero medio. ¿No llega en rigor el segundo mandamiento aquí?

Usando una pensée du dehors (Blanchot), una mirada de periferia que sabe tomar distancia para captar la profundidad y mostrar lo que parecía que no estaba, se descubre la blasfemia contra Dios en el hermano. Tomamos a Dios en vano cada vez que no nos tomamos en serio al otro, especialmente al vulnerable. Tomarlo en vano es abusar de él y de lo sagrado que hay en él, de Dios. La dignidad ontológica de la persona, perceptible vía naturaleza compartida, refleja su relación originaria con Dios, que nos impulsa a vivir conforme a nuestro ser (dignidad moral) y expresarlo en la sociedad posibilitando una vida digna. Violar esa dignidad, banalizarla en cualquier campo es también blasfemia. No podemos jugar con los derechos humanos actuando en nombre de una pretendida dignidad contra la dignidad real. El Papa Francisco pidió un desarrollo de Dignitas infinita que incluyera las actuales violaciones de la dignidad, muchas cometidas en nombre de esa dignidad.

Tomamos al hermano en vano en un pequeño abuso de confianza o en grandes manipulaciones. Lo tomo en vano en su cuerpo —y me tomo a mí mismo en vano— al banalizar la sexualidad. Cuando sin preocupación por las personas reales, las fuerzas políticas reducen a propaganda electoral migrantes, aborto, eutanasia, género, pobreza, víctimas (abusos, violencia contra la mujer, terrorismo)… toman a Dios y al hermano en vano, sin respeto los reducen a producto de comercio político. Nadie está exento de esta tentación. También un cristiano lo hace si en vez de atender a una persona sin hogar por su dignidad infinita, por el Dios que la habita, busca su lucimiento o acallar la conciencia.

Este pecado prolifera en un tiempo que no respeta diferencias y todo lo quiere dominar. Todo se convierte en vano, lo sagrado se diluye y el amor resulta imposible (Guardini). Podemos blasfemar sin emitir un solo sonido, ¿nos confesaremos más de ello? Pero sobre todo se trata de seguir esa luz que abre el espacio de respeto que posibilita la donación, el encuentro personal con Dios y una fraternidad que Le reconoce en el hermano.