No salen las cuentas
Sabemos que el actual conflicto bélico impactará en el bolsillo de todos, pero no olvidemos que la pobreza energética ya había hecho blanco en los hogares
En cuanto cae la tarde, en el piso de Elisa se está siempre a oscuras. El termómetro se quedó fijo en los 17 ºC a inicios del invierno, y nunca abren las ventanas para ventilar. Así se conserva el calor. El microondas se ha convertido en el armario de las especias, y la ropa en casa se lava siempre a mano, como si en lugar de estar en 2022 hubiéramos regresado al medievo. La luz de las velas hace sombras sobre los deberes de los hijos. No hay electricidad en la casa porque hace mucho tiempo que las cuentas a Elisa le salen siempre en rojo y la compañía eléctrica cortó el suministro. La culpa no es de la guerra, el problema viene de lejos. En España, en 2020, último año del que se tienen datos, cerca de 4,5 millones de personas no pudieron pagar el recibo de la luz a tiempo, además de los 5,2 millones que no pudieron encender la calefacción en sus hogares. En el mundo, unos 759 millones de personas viven sin electricidad, y la mitad de ellas en zonas afectadas por conflictos, según las cifras que maneja Médicos del Mundo. Son los desconectados del mundo.
Cada día Elisa se sienta a revisar las facturas acumuladas con la decisión ya tomada. O filete de pollo para sus hijos de 7 y 12 años o que al dar al interruptor salga luz. Y nunca duda la respuesta.
Sabemos que el actual conflicto bélico impactará en el bolsillo de todos, pero no olvidemos que la pobreza energética ya había hecho blanco en la economía doméstica de hogares como el de Elisa. Personas que no tienen acceso a la energía porque no les alcanza el sueldo para pagar las facturas. Las cifras de la vergüenza señalan que más de 2.000 millones de personas en el mundo, unos 6,8 millones de españoles, no pueden cubrir las necesidades básicas de suministro de energía en su hogar. Un problema que hay que atajar acudiendo a los orígenes, porque para la mayoría supone un factor de exclusión social y desigualdad. Los principales afectados son los ancianos en situación de extrema vulnerabilidad, familias que se han quedado sin ingresos por falta de trabajo de los padres, o migrantes que viven en condiciones precarias. Ellos son los protagonistas del triángulo de la pobreza en España. Una geometría de escaseces de ancianos, padres, e hijos, dependiendo siempre de las cuentas. Lo que no explican los números lo explican las personas como Elisa.
Que no echen la culpa a la guerra. En un país en el que más de la mitad de los pensionistas cobran menos del salario mínimo, y en el que uno de cada tres niños está en riesgo de pobreza porque sus padres no tienen para poner la calefacción, es necesario que los gobernantes tengan la honestidad de examinar en qué les hemos fallado. Un ejercicio especialmente necesario en quienes recae la responsabilidad de remediarlo. Solo los cobardes necesitan siempre algo o alguien a quien culpar. Echar balones fuera es la estrategia más cómoda para no cambiar las cosas.
En la última Jornada Mundial de los Pobres el Papa nos pedía abrir los ojos para ver el estado de desigualdad en el que viven tantas familias y romper el círculo de la indiferencia. No es cuestión de tener más o menos sensibilidad social, sino de corregir la desigualdad para que a todas las Elisas que existen en el mundo les salgan las cuentas. Sin fraternidad, advierte el Papa, la convivencia democrática se tambalea. Tenemos un problema y es un problema serio, pero hay que afrontarlo sin demagogia. Y, por cierto, el remedio para las culpas pasa por reconocerlas.