«No quería tener a mi bebé por si salía terrorista como su padre, pero mi obispo me convenció»
Una antigua prisionera de Boko Haram, Rebeca, cuenta en esta entrevista cómo sobrevivió a las torturas y violaciones del grupo terrorista más sanguinario del mundo. Ahogaron a un hijo suyo para que dejara de llorar. Tras escapar, la señalaron como yihadista por haber alumbrado el hijo de uno de sus captores
Como mujer joven y cristiana, un botín muy preciado por los yihadistas de Boko Haram, Rebeca Bitrus le arrancó una segunda oportunidad a la vida tras lograr escapar de las garras de la banda terrorista más sanguinaria del planeta. En su odisea, Rebeca pasó de ser torturada incontables veces durante sus dos años de cautiverio a recuperar incluso la libertad de practicar su fe sin el pesado aliento en su nuca de los hombres armados que en varios campamentos yihadistas de Nigeria, Camerún y Chad le imponían la sharía. Pero ser una mujer «señalada» en Nigeria por el secuestro no es fácil: a su vuelta sufre el rechazo y la revictimización por haber sido chica Boko Haram y, además, con el hijo de un terrorista bajo el brazo.
«Agradezco a los españoles cómo me han recibido, no como en Nigeria, donde muchos me están rechazando pese a lo que me ha ocurrido, salvo el obispo (de quien depende por completo su manutención) que me está ayudando», dice Rebeca nada más empezar la entrevista con ABC. Tumbada en un sofá, con un fuerte dolor de espalda y visiblemente agotada en su visita a Madrid para sensibilizar la tragedia de las mujeres cristianas en el norte del gigante africano, la joven de 29 años recuerda el drama de las mujeres de Boko Haram en su regreso a la sociedad tras escapar a Chad, desde donde, con la ayuda de un soldado, volvió a entrar en Nigeria. «Al principio es muy duro y en la mayoría de los casos hay un problema con la gente. Yo tuve al menos la suerte de llegar a un campamento donde me conocían, sabían que mi familia era cristiana. Pero hay una desconfianza entre la gente por si volvemos a hacer daño», explica con ayuda de un intérprete.
Rebeca, que ha logrado reunirse de nuevo con su marido en un campo de desplazados junto con otras 25 familias en la ciudad de Maiduguri –sostenido por Ayuda a la Iglesia Necesitada–, quedó embarazada fruto de la violación de un terrorista. Fue conocer su estado y el agresor se esfumó de su vida. «Al principio no quería al niño porque tenía miedo de que saliera como su padre y compartieran sangre y alma. Pero con las palabras del obispo y la enseñanza de la fe tengo esperanza de que salga un buen hijo», subraya. Meses antes, un combatiente había tirado a uno de sus hijos al río hasta ahogarlo para que se callara. Según un estudio del think tank Crisis Group, los niños nacidos de mujeres que fueron violadas por los combatientes de Boko Haram son acusados en los campamentos de desplazados internos y comunidades de acogida en Maiduguri y en otras partes del nordeste del país como portadores de «mala sangre» y como potenciales yihadistas en el futuro: «El hijo de una serpiente es una serpiente», es uno de los prejuicios más extendidos en estas comunidades, tal como recoge la ONG International Alert. El presidente nigeriano Mohamed Buhari trató públicamente de contrarrestar este estigma sosteniendo a un niño Boko Haram en sus brazos.
La «delgada línea» entre combatiente de Boko Haram, esclava, esposa, víctima y simpatizante ha tatuado a sangre y fuego el estigma sobre muchas mujeres y niñas. «Esa marca –aún mayor si tienen hijos nacidos de hombres de Boko Haram– es un obstáculo importante para la reintegración en la vida comunitaria», reza el informe del Crisis Group. El aumento del uso de mujeres suicidas en todo Nigeria, incluyendo menores de 18 años, ha reforzado el estigma hacia las mujeres y niñas. Hasta un 55 % de los ataques suicidas de la banda yihadista han sido perpetrados por mujeres, según un estudio del Combating Terrorism Center, perteneciente a la academia militar estadounidense West Point. A Rebeca los yihadistas le trataron de forzar para que se colocara un cinturón explosivo y se hiciera explotar. «Me han ofrecido varias veces ponerme explosivos para atacar alguna iglesia de sus objetivos, diciendo que atacando esa iglesia iría al cielo con Dios». Logró escabullirse. «Conocí a una de las chicas de Chibok a la que le pusieron los explosivos para ir a la Iglesia. Le enseñaron a activar y desactivar la bomba. Cuando la activó, y la tiró con fuerza. Explotó. Por suerte, ella se fue corriendo y logró huir. Ahora está en Abuya».
Con el secuestro de las niñas de Chibok, se popularizó el lema Traigan de vuelta a nuestras niñas, con Michelle Obama y personalidades pidiendo en redes sociales y televisión que liberara a las estudiantes. «Desafortunadamente, mientras que el enfoque en las niñas victimizadas ayudó a obtener apoyo internacional, el esfuerzo pasó por alto el papel que las mujeres y las niñas juegan en las operaciones e ideología de la insurgencia», opina la investigadora de la Georgia State University y renombrada especialista en yihadismo Mia Bloom.
Las mujeres han sido un objetivo prioritario de Boko Haram en la última década: no solo suponen un botín de guerra sino un potente atractivo para sus jóvenes cachorros. Así lo cree Rebeca, en tratamiento psicológico, y que tan solo busca retomar la paz y su puesto de venta ambulante: «La mayoría de los musulmanes que se unen a Boko Haram lo hacen para acostarse con muchas mujeres y tener dinero».
F. J. Calero @fj_calero / ABC