No quedará piedra sobre piedra - Alfa y Omega

No quedará piedra sobre piedra

Martes de la 34ª semana del tiempo ordinario / Lucas 21, 5-11

Carlos Pérez Laporta
'Los apóstoles admiran el edificio del Templo'. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York
Los apóstoles admiran el edificio del Templo. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Lucas 21, 5-11

En aquel tiempo, algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo:

«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Ellos le preguntaron:

«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?». Él dijo:

«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el final no será enseguida». Entonces les decía:

«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambre y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo».

Comentario

La hermosura del templo debía evocar la belleza eterna. Por eso, ante la admiración de las gentes sobre los ornamentos del Templo Jesús provoca de esa manera: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Es como si dijera con Schiller «también lo bello debe morir». Se nos hace extraño, porque en lo hermoso brilla una luz de eternidad.   Por eso siempre damos por descontado que lo bello durará para siempre. Una relación bonita o una persona hermosa nos parecen infinitas. Actuamos como si fueran perfectas y eternas. Pero es una luz que no es propia, que brilla en ellas pero no les pertenece.  Lo bello de este mundo no es lo perfecto, sino el «homenaje que el defecto rinde a la perfección» (R. Cortés). Las realidades de este mundo son bellas porque, siendo imperfectas, están embebidas de perfección. Son bellas por su relación con la belleza absoluta. Todo lo más hermoso en este mundo de imperfección nos testimonia con su gracia la eternidad y la plenitud. Pero para ello tienen que pasar. Porque sólo al pasar lo imperfecto puede dar paso a la perfección. La función de la belleza finita es la de transferirnos a la belleza infinita, y solo lo pueden hacer con el movimiento de su paso. Pero si nos aferramos a lo pasajero, por hermoso que sea, no llegamos a lo eternamente bello y perfecto.