«No podíamos hablar nuestra lengua ni usar nuestro nombre»
Líderes de pueblos indígenas de Canadá, acompañados por obispos del país, visitan al Papa para que les ayude a sanar las heridas de los internados
Cuando Phyllis Googoo tenía solo 4 años le arrancaron sus raíces de cuajo. La forzaron a subir a un autobús junto a otros niños de la comunidad indígena mi’kmaq para trasladarla hasta la antigua escuela residencial de Shubenagady, lejos de su familia, que vivía en los bosques boreales del este de Canadá. Nada más llegar le quitaron la ropa que llevaba puesta y la quemaron. Ducharon a la niña con lejía y le aplicaron un producto contra los piojos en el cuero cabelludo. Después la vistieron con un uniforme. Estuvo recluida en este centro –que al principio estaba gestionado por la archidiócesis de Halifax y que más tarde pasó a las Misioneras Oblatas de María Inmaculada– hasta los 14 años. Allí la obligaron a olvidar quién era. «No podíamos hablar nuestra lengua ni usar nuestro nombre», recuerda. El edificio fue demolido en 1986 y, en 1992, el arzobispo de Halifax, Austin-Emile Burke, pidió disculpas públicas por los abusos a los que fueron sometidos los niños. «Me acostumbré a escuchar el llanto constante de los más pequeños. Los ataban a la cama cuando se portaban mal», detalla al periódico digital Indian Country Today, que recoge las noticias de las primeras naciones, uno de los tres grupos en los que se dividen los pueblos originarios del país norteamericano. Los otros dos son los métis (mestizos) y los inuit.
Su testimonio es parte de la memoria viva de los cerca de 150.000 menores indígenas que fueron internados –muchos en contra de la voluntad de sus padres– en una de las 139 escuelas abiertas por el Gobierno de Canadá para imponerles por la fuerza las tradiciones europeas y eliminar cualquier resquicio de su cultura. La primera se creó en 1883; la última cerró en 1996. Un sistema terrorífico que arrancó en 1876 con la aprobación de la denominada Ley India, que estipulaba, entre otros puntos, que los niños de las comunidades autóctonas pasaran a la tutela del Estado. Esta ley federal regula hasta hoy gran parte de las actividades de los indígenas. La mayor parte eran gestionados por instituciones religiosas –46 %, católicas; 24 %, anglicanas, y 16 %, protestantes–, acostumbradas a trabajar en el ámbito educativo y presentes entre los indígenas.
La Comisión de la Verdad y la Reconciliación (TRC por sus siglas en inglés), creada para analizar lo sucedido en los internados, definió ese patrón pensado para ahogar su identidad como «un genocidio cultural» en un informe publicado en 2015. Aunque son muchas las voces que en Canadá siguen diciendo que el adjetivo está de más. Estos últimos años han ido recopilando documentos y relatos que prueban el horror que se fraguaba entre los muros de estos internados que fueron también replicados en EE. UU. o en Australia.
Las tumbas sin identificar que se han encontrado a las afueras de las escuelas son la prueba muda del dolor que han arrastrado los padres de las tribus indígenas que no pudieron volver a abrazar a sus hijos. Algunos murieron de tuberculosis, pero también hubo decesos por otras patologías causadas por la falta de calefacción o la comida poco nutritiva que solían recibir en estos centros. También hubo suicidios. Pero la mayor parte son todavía casos sin resolver. La Comisión de la Verdad y la Reconciliación estableció en 2019 que 4.134 menores fallecieron en estos internados, aunque algunos expertos elevan esa cifra a 6.000. Los que sobrevivieron enfrentaron un duro desarraigo que les dejó secuelas terribles. Muchos han quedado hundidos en el alcohol o las drogas, y viven en la total indigencia.
Con el Papa para sanar heridas
Googoo es parte de la Asamblea de Primeras Naciones de Canadá, que agrupa a 634 líderes y a unos 900.000 indígenas. Esta semana se encuentra en el Vaticano como miembro de una delegación de víctimas de los internados, familiares y líderes de los pueblos originarios de Canadá, acompañados por obispos y sacerdotes, con el lema Caminando juntos hacia la curación y la reconciliación. La Conferencia Episcopal de Canadá ha corrido con los gastos del viaje.
El lunes, el Papa Francisco mantuvo los primeros encuentros con los delegados métis e inuit. Duraron más de una hora, mucho más de lo que suele dedicar a los políticos en visita de Estado. A la salida Cassidy Caroon, presidenta de la comunidad métis, destacó que, aunque las disculpas llegan con «retraso», nunca es tarde «para hacer lo correcto». Este viernes, 1 de abril, el Papa se reunirá con ellos en una audiencia pública para pedir de nuevo perdón por la complicidad de la Iglesia en esta tragedia y, quizá, anunciar un viaje a Canadá.
Actualmente Googoo, que tiene 77 años, es profesora. Culminó sus estudios superiores con las hijas de Jesús en el convento de Nuestra Señora de la Asunción, en el pueblo de Arichat, afincado en la isla Cape Breton. Llegó tras escapar del internado haciendo autostop. Allí vivió otra experiencia de Iglesia: «La superiora nos recibió con los brazos abiertos», asegura. «Fue muy comprensiva. Yo pensé que iban a golpearme o castigarme por lo que había hecho. Pero recibí mucho amor».