«No pidas la eutanasia. Déjame cuidarte, como tú a los abuelos»
El belga Benoit Beuselinck explica cómo es el día a día de un oncólogo en un país donde los casos de eutanasia casi se han multiplicado por diez desde 2002
No hace mucho, una paciente del servicio de Oncología del Hospital Universitario de Lovaina, en Bélgica, pidió repetidas veces la eutanasia. «No quería terminar su vida en la UCI, enganchada a una máquina, como un vegetal». Lo cuenta a Alfa y Omega su médico, el doctor Benoit Beuselinck. No tardó en tranquilizarla, explicándole que la UCI y las medidas de soporte vital extraordinario no se utilizan para pacientes terminales. Ella exclamó: «¡Ah, vale, ya no quiero la eutanasia!».
Esta anécdota ilustra, para el oncólogo, uno de los principales efectos de la legalización de esta práctica en su país, en 2002: «Los eslóganes que presentan la eutanasia como la solución a una muerte horrible han hecho que los pacientes tengan cada vez más miedo» a un trance que se les presenta lleno de sufrimientos insoportables.
A esto se suman las presiones, conscientes o no, del entorno. La existencia de una salida fácil –afirma Beuselinck– no ha afectado, en general, a la dedicación y buen hacer del personal sanitario. «Pero sí nos han llegado personas cuyos médicos les habían recomendado la eutanasia, y las hemos tratado con buenos resultados. A una paciente, su urólogo le dijo que ordenara sus asuntos porque le quedaban seis meses. Ella se planteó la eutanasia. Seis años después, solo toma una pastilla al día, viaja…».
Muchos enfermos –continúa el oncólogo– temen ser una carga para sus familias a pesar de que estas, en general, están más que dispuestas a cuidarlos. La hija de una paciente le dijo llorando a su madre que pedía la eutanasia: «Déjame cuidarte, como tú a los abuelos». Pero no siempre es así. Bien distintas fueron las lágrimas de otro paciente al escuchar a su nuera decir: «“Doctor, ¿y no podría él pedir la eutanasia?”. “¿La quieres?”, le pregunté al suegro. “No, quiero que me ayude”».
Desde la primera consulta
Esta suma de factores está detrás de que los casos de eutanasia en Bélgica hayan pasado de 235 en 2003 a 2.022 –el 1,8 % de todas las muertes– en 2015, último año del que hay datos. De ellos, el 67 % fue en pacientes terminales; el 9,7 % –ocho veces más que cinco años atrás– en pacientes con múltiples patologías pero no terminales, y el 3 % por sufrimiento psíquico. Solo el 40 % había sido asesorado sobre paliativos. Son algunos de los datos que el profesor Beuselinck y Carine Brochier, del Instituto Europeo de Bioética, han revelado en el marco del I Seminario Cuidados Paliativos y Sociales vs. Eutanasia, organizado el 26 de enero en el Congreso de los Diputados por One of Us, las fundaciones Jérôme Lejeune y Valores y Sociedad, y la asociación Familia y Dignidad Humana.
En el Hospital de Leuven no han visto que aumenten las peticiones de eutanasia. Eso sí, reconoce el oncólogo, «se producen antes. A veces, incluso, en la primera consulta». Son pocas, dos o tres al mes, y la mayoría no llega a término. La razón: «Les damos una perspectiva realista sobre la muerte, explicándoles que en muchos casos es tranquila y que podemos aliviar el dolor o la asfixia. También es clave evitar el encarnizamiento terapéutico, ayudar al enfermo a encontrar sentido a la enfermedad y ser sincero con él».
Si a pesar de todo el paciente insiste en su petición, el doctor Beuselinck le explica que él es objetor, y que el enfermo no tendrá problema en encontrar a un médico dispuesto a ello. Los objetores no están obligados a remitir a los pacientes que quieren morir a médicos proeutanasia. Hay incluso listados públicos. «Muchos tienen buena intención, no actúan de forma precipitada y ofrecen al paciente otras opciones», concede Beuselinck. Los hay incluso en su hospital, a pesar de los vínculos históricos de este centro con una universidad católica.
El oncólogo Beuselinck rechaza la imagen de la eutanasia como una muerte pacífica. Al contrario: «Añade a la propia situación del paciente problemas como decidir cuándo va a morir o quién estará presente. Esto implica mucho estrés para todos. La enfermera jefe de un centro donde han atendido varios casos me contó que ninguno había sido tranquilo. A posteriori, muchos familiares lamentan que la muerte fue prematura, o demasiado rápida y elaboran peor el duelo». También es una carga para el personal sanitario. «Incluso a los médicos favorables a la eutanasia les da miedo aplicar la muchas veces. Varios compañeros ya no quieren hacerlas; les afecta durante semanas». Este problema ha llegado incluso a algunos centros de paliativos que, paradójicamente, la incluyen. «En las camas reservadas para eutanasias ingresa un paciente, muere y al día siguiente entra otro. La tarea de las enfermeras, bien formadas y con vocación de cuidar queda reducida a preparar al moribundo, estar con la familia y limpiar». Muchas terminan dejando el trabajo.