No importa el número, sino la madurez - Alfa y Omega

No importa el número, sino la madurez

Ya lo dijeron los obispos uruguayos cuando visitaron los seminarios de España: la formación en afectividad es prioritaria

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Formación de hombres maduros. Con todo lo que eso conlleva de aprendizaje en materia afectiva, espiritual, teológica, pastoral… desde la humildad de tener los pies en la tierra y la mirada en el cielo. Este es el horizonte, según explicó el cardenal Omella tras la visita de todos los obispos españoles —salvo alguna excepción, por enfermedad— a Roma para hablar con el Papa del desafío de los seminarios. Una cuestión, según el presidente de los obispos, «que afecta a toda Europa, no únicamente a España». Solo que a nuestro país le ha tocado liderar, por ser uno de los primeros en aplicar pautas de la Ratio fundamentalis. Por lo tanto, se afanó en recalcar Omella, «no ha sido un tirón de orejas», como se hipotetizaba los días previos, sino una propuesta de diálogo para empezar a caminar en un tiempo de profundos cambios y escasez de vocaciones. No sabemos si por la escasa natalidad, que según los obispos responsables es un factor directamente proporcional en nuestro país, o también porque el corazón del joven moderno ya no palpita con tanta asiduidad por lo eterno. Quizá en esta premisa debamos transitar y sea tiempo de mirar los anhelos de los hombres del siglo XXI. Ya lo dijeron los obispos uruguayos cuando visitaron todos los centros formativos de futuros sacerdotes en España: la formación en afectividad es prioritaria. Lo que conlleva una serie de extras: no importa el número o el afán de preservación, sino la calidad de ese sacerdocio con «olor a oveja» que se desvive por una mientras otras 99 pastan apaciblemente. Y para eso hay que estudiar, pero también ser misioneros. Hay que salir a las calles y pisar el barro. Hay que conocer al pueblo fiel de Dios, formado por hombres, mujeres, ancianos, niños, jóvenes. Hay que seguir abriendo constantemente los ojos a los sufrimientos de quienes nos rodean y no afanarse solo en la comodidad de la sacristía y en los «chimenteríos» curiales que ruedan por los móviles y los ordenadores. Hay que continuar madurando.

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