No ha nacido uno más grande que Juan el Bautista - Alfa y Omega

No ha nacido uno más grande que Juan el Bautista

Jueves de la 2a semana de Adviento / Mateo 11, 11-15

Carlos Pérez Laporta
'San Juan Bautista predicando en el desierto'. Anton Raphael Meng. Museo de Bellas Artes de Houston (Estados Unidos)
San Juan Bautista predicando en el desierto. Anton Raphael Meng. Museo de Bellas Artes de Houston (Estados Unidos).

Evangelio: Mateo 11, 11-15

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:

«En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.

Desde los días de Juan el Bautista, hasta ahora el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan. Los profetas y la Ley han profetizado hasta que vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal que queráis admitirlo. El que tenga oídos que oiga».

Comentario

El momento más oscuro de la noche es el que precede a la aurora. Porque la luz no nace desde dentro de la noche, sino que llega desde fuera. Pero ese último instante presiente la luz. Es la noche que en su final apunta a la nueva luz que va a comenzar. Juan es ese último instante, porque toda la noche se cerró en su corazón llenándolo de espera:

«En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía» (San Juan de la Cruz)

Por eso, «no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista». No hay corazón de carne que más haya ansiado ver la luz. Pero la noche no ve la luz. El misterio de la misión consistió en apuntar a la luz desde fuera, sumido en la oscuridad: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan». Todas la oscuridad del mundo no hace un día de sol. Igual que toda el hambre del mundo no crea un mísero bocado de alimento. Juan es el instante en que la noche suplica el sol que nace de lo alto, pero es el instante que aún no ve su luz. Y la calidez de su fuego interno es fría comparada con el calor del sol. Por eso, también, «el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».