Una vez más, José María Carrascal –interesantísimo el avance de su nuevo libro, que ha publicado ABC– e Ignacio Camacho resumen de manera insuperable, en el diario de Vocento, nuestro panorama nacional: Carrascal hace notar que «la mayor diferencia entre Escocia y Cataluña es que la clase empresarial escocesa ha hecho una clara apuesta por el No». En Cataluña, en cambio, el silencio de los empresarios es, aparte de clamoroso y ensordecedor, sumamente revelador de una letal cobardía, deslealtad e ingratitud. Ignacio Camacho comenta que «la desaparición de Botín (100 millones de clientes en todo el mundo) potencia la sensación simbólica de fin de ciclo que se ha instalado en la vía pública española». Y cuando Camacho escribió esto no había fallecido Isidoro Álvarez (10 millones de ciudadanos titulares de la tarjeta de compra de El Corte Inglés).
Efectivamente, resulta difícil explicarlo mejor. La V humana separatista que se formó en la Diada de Cataluña para reclamar la intolerable independencia, denota una quiebra de la convivencia que tiene difícil arreglo, pase lo que pase el próximo noviembre. Algo muy fundamental se ha roto; mejor dicho, algo fundamental han roto los separatistas, y todos esos –sea su número el que sea– que no vengan luego a quejarse y a ejercer de pedigüeños, porque se han ganado a pulso lo que les pueda pasar, empezando obviamente por los llamados dirigentes a todos los niveles de la sociedad catalana. No todos tienen la misma culpa y responsabilidad. Hay unos cuantos, a diversos niveles, cuya responsabilidad es mayor, y no sólo política y económica, sino social y moral. La Generalidad de Cataluña repartió generosamente 181 millones de euros a los medios de comunicación durante el llamado proceso soberanista, y los medios pusieron el cazo, especialmente el Grupo Godó y luego sucesivamente Hermes, el Grupo Zeta, Prensa Ibérica, Prisa y las diversas televisiones, todas independentísimas, claro, menos a la hora de poner el cazo. Lo que ahí y, antes en escuelas, iglesias y universidades, se sembró durante los treinta y cuatro años en los que Pujol no tuvo tiempo de hacer su declaración de la renta como es debido y como el Estado nos obliga a los demás, es lo que ahora se recoge y se va a recoger, si Dios no lo remedia con algún milagro.
Tenemos, sobre todo, si Dios tampoco lo remedia –y al Consejo de Ministros le queda una última ocasión mañana viernes–, lo de la ley del aborto; parece ser –lo de la Vicepresidenta en el Vaticano no ha sido un desmentido rotundo y claro– que se va a quedar para otra legislatura, después de haber sido una de las promesas electorales básicas por las que el PP obtuvo mayoría absoluta en las últimas elecciones generales. Ya hay voces representativas y desengañadas que piden que no se vote al PP si no cumple su compromiso electoral a favor de la vida. Esta querida España nuestra es un país con mucha gente hipócrita que se rasga las vestiduras ante barbaridades como el toro de la Vega y dice que la violencia contra todo ser vivo es intolerable, pero si se trata de un ser vivo humano, por lo visto les viene dando igual, sean rojos y decentes, o azules y con gaviota. El desarriolador que desarriole buen desarriolador será. También según las encuestas, sólo un dieciséis por ciento de españoles estaría dispuesto a defender a su país, y es que, como también comenta Ignacio Camacho, «nuestro verdadero enemigo siempre hemos sido nosotros mismos». A Esperanza Aguirre un error le puede salir caro; a los Pujol y a los de los ERE ya verán ustedes cómo consiguen que sus delitos prescriban… Y el derecho a la vida no es de derechas ni de izquierdas, ni cuestión de votos –¿quieren enterarse de una vez?–, es de elemental dignidad y de sentido común.
En cuanto al panorama mundial, ya se ha encargado el Papa Francisco de alertar oportunamente sobre «una tercera guerra mundial a trozos», salvajismo yihadista aparte, y se ha lamentado: «De guerras ya tenemos suficiente experiencia». Pero los planificadores del terror seguirán a lo suyo, con la complicidad asesina de los negociantes que les venden armas, o les prestan quirófanos. Por lo demás, tejas abajo de nuestra casa, hace falta tener un alma muy ruin, resentida y miserable para escribir algunas cosas que se han podido leer últimamente sobre el cardenal Rouco, sin el menor fundamento ni el más elemental contraste exigible a todo profesional de la comunicación.