No es verdad 892 - Alfa y Omega

Cambiando, que es gerundio… Yo comprendo que a los chicos de la LOGSE, que por cierto son ya al menos dos generaciones de españolitos, al no enseñarles lo que es un gerundio, como no les enseñaron tantas otras cosas, les parezca muy bien que los socialistas hayan utilizado un gerundio para su congreso constituyente de este fin de semana último. No sé, pero mucho me temo que tampoco les enseñaran qué significa exactamente constituyente. A mí, que por no saber de este socialismo no sé ni siquiera cómo es su nuevo responsable de Educación -en Educación es donde se juega todo, no lo duden, y a mí lo que me vale es aquello de por sus hechos los conoceréis-, me han llamado la atención dos afirmaciones que he leído estos días; una, de Pérez Rubalcaba, que, según El País, ya es historia -Rubalcaba, no la frase- y que reza así: «Somos la izquierda que quiere gobernar, no la que protesta en la calle». Pues muy bien, Rubalcaba, pero a buenas horas mangas verdes; y la otra, de doña Micaela Navarro, que tampoco sé cómo es, pero es la nueva Presidenta del PSOE y dice que no quiere ser una Presidenta-florero y que «éste no es el partido que fundó Pablo Iglesias, pero sigue teniendo los mismos valores y principios». Y me pregunto, sin más: bueno, ¿en qué quedamos?, porque el Pablo Iglesias no será el de la coleta…

Hemos tenido, a estas alturas del verano, la confesión histórica de Jordi Pujol. De uno que se dice cristiano no debe sorprender que confiese, pero tanto… He leído el editorial de El Mundo, según el cual se trata de «una confesión que da muchas claves de lo que sucede en Cataluña, y obliga a cambiar la percepción que se tiene de una de las personalidades que han ayudado a configurar la España actual». Bueno, pues no es verdad. No sé ustedes, pero hace mucho, pero mucho tiempo, que la percepción que yo tenía de Jordi Pujol cambió; impresiona lo crédula que es la gente y lo bien que saben dar el camelo algunos, oigan. Ahora confiesa que ocultó dinero, durante treinta años, en paraísos fiscales del extranjero; y pide perdón, con pitorreo incluido, a las gentes de buena voluntad porque, en treinta y cuatro años, no encontró el momento para regularizar sus cosas con el Estado español, ya saben, esa España que nos roba. Como dice Ignacio Camacho, es que la gente no sabe el trabajo que da construir una nación… Pues verán ustedes: pedir perdón honra siempre, y honra también al molt honorable, pero sería increíble si, además de pedir perdón, no devolviera lo que se llevó; o si no, que se lo hicieran devolver, porque de lo contrario el molt honorable se convertiría sin más en el molt sinvergüenza; él y todos los implicados en su confesión. He escuchado a algún tertuliano que la confesión de Pujol deslegitima el desafío soberanista catalán. Lo deslegitimará más aún, porque ese desafío se deslegitima él solito, en todo, por sí mismo, y sin necesidad de nadie. Y también es de estos días el titular: Madrid contribuye al Estado el doble que Cataluña; así que ya vale de cinismos…

Se ve que la celebración regia de la fiesta del Apóstol le ha iluminado con especial lucidez al Presidente de la Junta de Galicia, señor Feijóo, que ha hablado, estos días, así de clarito, y traduzco: «Aquí hay unos señores que proponen unas cuestiones que en los países donde se llevaron a cabo generaron más pobreza, más miseria y menos libertades. Estoy a favor de las utopías, pero vender fantasías es algo bien diferente». Y ya, sin traducir, en román paladino, ha afirmado: «Arturo Más tiene la misma capacidad que yo para convocar un referéndum: ninguna». La ofrenda regia al Apóstol Santiago, que no tocaba este año porque no es Año Santo compostelano, ha sido especialmente oportuna y tradicional, mucho más que ritual. En las torres maravillosas de la Compostela eterna resuena aún la voz de san Juan Pablo II: España, sé tú misma, Europa, sé tú misma, vuelve a tus raíces. La fe católica y la tradición cultural que de ella brotó y sigue brotando forjaron nuestra nación, guste o deje de gustar, moleste o deje de molestar la exigente, gloriosa, interpeladora cruz de Cristo, que parece que sí molesta, y mucho, como puede comprobarse a diario, y no sólo en cursos de verano. Una cosa es que, como declara el politólogo Michael Ignatieff, «la gente tenga claro que la política, a la vez que importa, apesta, y que, por tanto, hay que cambiar las reglas del juego», cosa por demás evidente, y otro cantar bien diferente es que, en esas reglas del juego, se quiera meter dando gato por liebre y matute ideológico de todo a cien lo que constituye la esencia misma y el fundamento de nuestra realidad como pueblo. El cambiando vale para lo que haya que cambiar, pero hay realidades permanentes y trascendentales que no son de izquierda ni de derecha, sino de dentro y de por arriba.