Mientras los escandalosos episodios de corrupción se multiplican a diario en España, ha llegado un momento en el que uno ya no sabe qué pensar: si la gente se escandaliza de verdad ante lo que está pasando, lo cual significaría algo positivo, una posibilidad de reacción; o si la gente vive ya en un escándalo hipócrita y farisaico y hace como que se escandaliza, pero no. Dicen que a todo se acaba acostumbrando uno, y sería verdaderamente letal para el bien común de la sociedad española que acabáramos todos acostumbrándonos a la injusticia, a la violencia, a la corrupción, a lo peor de la condición humana.
Personalmente, estoy hasta el mismísimo gorro de esta nueva y selectiva forma de desvergüenza y de falta de respeto que han dado en llamar escrache. Que yo recuerde, en los últimos diez años, en los que gobernaba el Partido Socialista, ha habido algo así como 300.000 desahucios y a nadie se le ocurrió lo del escrache, por lo que cabría tomárselo a pitorreo con el estribillo: el escracheador que escracheare buen escracheador será.
Eso se ha llamado en español, toda la vida, acoso; o sea, falta de educación, violencia, desvergüenza, desfachatez, y muchas otras palabras del riquísimo Diccionario de la Lengua Española. La cosa es más vieja que la tarara, y a lo mejor los que cobran por esta intolerable provocación y falta de educación y de respeto a los demás creen que han inventado la pólvora. Desde siempre ha ocurrido, y hay muchas formas de acoso y de falta de educación. Lo que ocurre es que, si el Gobierno de turno no utiliza la Ley y la autoridad que debería tener y ejercer, acaba perdiendo la razón.
Victoria Prego, en un artículo reciente, en El Mundo, sobre el nacionalismo catalán, escribía que la Generalidad de Cataluña «sigue practicando esa taimada política de ir escurriendo el bulto una y otra vez». ¿Sólo la Generalidad de Cataluña? Aquí, en eso de escurrir el bulto, el que no corre, vuela, ¿eh, señores del Gobierno? Recomiendo a los que lean esta sección que le dediquen un rato al discurso del cardenal Rouco Varela en la apertura de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española. Lo publicamos íntegro, en estas mismas páginas. Ha señalado una serie de asignaturas pendientes, de graves problemas del presente y de la responsabilidad de los católicos ante ellos: Ley de aborto, reforma de nuestra legislación sobre el matrimonio, libertad de enseñanza, delicado equilibrio de la paz social, tensiones sociales que no parecen disminuir, participación social y política de los laicos. Es asombroso que algunos de los –no se sabe por qué– llamados creadores de opinión moderados salgan, en sus tertulias de todo a cien, criticando el discurso del cardenal Rouco y diciendo que a qué viene meterse de nuevo en jardines como los del aborto, o los del matrimonio. ¿Pero de verdad es el cardenal Rouco el que se ha metido en esos jardines? Y ¿quiénes son los jardineros?
Tanto los bedoyas como los julianas de turno, y –lo que es peor– algunos que dicen estar dentro de la Iglesia, ejercen, con no poca pericia, una de tantas maneras de acoso como hay, y precisamente de las que más efecto surten: la opinión escrita en los medios de comunicación. Y así, en un artículo titulado El coletazo y publicado en La Vanguardia, cualquier lector decente puede sentir la vergüenza de leer que, con su discurso en la Asamblea Plenaria del episcopado español, «Rouco no sólo censura a Rajoy; también estimula la oposición silenciosa a Francisco»; y el autor habla de voluntad de poder, Der Wille zur Macht, para que vean que sabe alemán. No sabía yo –menos mal que Juliana ha tenido la bondad de revelármelo– que había una oposición silenciosa a Francisco; supongo que se refiere a Su Santidad el Papa Francisco. Lo que sí sabía y sé es que el tal Juliana y todos los que como él demuestran su der wille zur macht, a través de los periódicos en los que les permiten escribir, creen que el ladrón es de su condición. Pero no, no es verdad. Hay quienes, con el Papa Francisco, creen que «el verdadero poder es el servicio».