No es verdad 804 - Alfa y Omega

Al final me ha parecido que la viñeta de El Roto que ilustra este comentario es la más apropiada, a la hora de analizar el voto en Galicia y en Vascongadas. Pero me ha costado decidirme, porque, por ejemplo, Javier Quero ha pintado, en La Gaceta, a un matrimonio con su hijo que, mochila al hombro, les dice a sus padres: Mamá, papá, ¿queréis apartaros de la puerta y dejarme salir para ir a clase?; a lo que padre y madre responden: ¡Fascista, explotador! Porque, sí, ha habido unas elecciones, pero esto otro está ocurriendo en la España de hoy. Hay padres que hacen una huelga para que sus hijos no vayan al colegio; sin más comentarios. O esa otra viñeta que ha pintado Máximo, en ABC, en la que se ve a uno de esos millones de españoles desesperados de la vida, resignados ante lo inevitable y sin esperanza, que comenta: Siempre que ha escampado ha llovido, o como se diga… Sí, sí: aquí está lloviendo bastante antes de escampar. O como se diga.

¿Han visto ustedes que alguien haya dimitido, tras el resultado de las recientes elecciones? Yo no. Y resulta que lo políticamente decente —no digamos ya lo moralmente honrado— es dimitir cuando se comprueba que lo que uno propone no le interesa a la gente. Esto vale para todos, no sólo para lo de estas elecciones. Lo primero que hay que analizar es el aumento de la abstención. ¿A alguien puede extrañarle que a la gente le interese cada vez menos eso del voto, a la vista de lo que los políticos hacen con él luego? Da toda la impresión de que la responsabilidad ha quedado abolida, al menos mayoritariamente entre nuestros políticos. Buscan toda clase de excusas, pero no dimiten; tal vez porque, en general, son gente que lleva toda la vida en eso y no sabe hacer otra cosa. En Vascongadas, lo único que ha ocurrido es que se recoge lo que se siembra: que aquellos niños que fueron educados de aquel modo en aquellas ikastolas han llegado a las urnas y votan. ¿Y qué quieren ustedes que voten? Lo que les enseñaron que había que votar. ¿Y quiénes les enseñaron? Todos, a todos los niveles, que nadie escurra el bulto. Y ¿han sido unas elecciones libres de verdad? ¿De verdad son unas elecciones libres aquellas en las que el lehendakari, máximo responsable del Estado en la región, vota entre gritos, empujones, violencia? ¿Eso son unas elecciones libres? ¿O lo son unas elecciones en las que más de 200.000 ciudadanos con derecho a voto no han podido hacerlo, porque han tenido que marcharse fuera de su territorio y no por su gusto?

Son muchas las cosas que hay que cambiar. Parece claro, ¿no? No vale tampoco la excusa de la crisis económica, porque crisis económica la hay también en Galicia, y el voto ha sido el que ha sido. Y ahora vendrán las coaliciones indispensables para poder gobernar en Vascongadas. Y ¿qué van a hacer los socialistas?; ¿se van a coaligar con los que quieren destruir su región? Ante el nacionalismo separatista rampante, al que nunca se le debió permitir llegar a donde ha llegado, quizá lo más grave es que quien tiene que oponer resistencia, no la opone ni con mayoría absoluta; que, en realidad, no pasa nada; es más, que se considera que lo que está pasando es normal, como si fuera normal semejante anormalidad: entre pitos y flautas, el bloque anticonstitucional conjunto en Galicia y Vascongadas predomina claramente sobre las fuerzas constitucionales. Puede sentirse satisfecho aquel indeseable llamado Zapatero, que encima cobra una suculenta nómina mensual en el Consejo de Estado y recibe el collar de nada menos que Isabel la Católica. Y puede sentirse también satisfecho el Presidente y los miembros del Tribunal Constitucional, que han facilitado esta anormalidad. Por mucho menos de lo que le está ocurriendo al PSOE, desapareció en Italia el Partido Socialista italiano de Craxi, y nadie quiso volver a saber nada de la todopoderosa Democracia Cristiana. Pero ya está visto que Spain is diferent. Y ahora viene lo de Cataluña. El obispo de San Sebastián, monseñor Munilla, ha sintetizado lapidariamente: «Es un engaño creer que la independencia hace feliz». Y don José Ortega y Gasset, el 13 de mayo de 1932, dijo en el Congreso de los Diputados, según el Diario de sesiones: «La solución del nacionalismo no es cuestión de una ley ni de dos leyes, ni siquiera de un Estatuto. Un Estado en decadencia fomenta los nacionalismos; un Estado en buena ventura los desnutre y los reabsorbe». Pues, oigan, esto es lo que hay.