En una semana, el diario El País ha publicado lo siguiente: doble página, bajo el título De laicos, nada; una página, bajo el título Benedicto XVI emprende la renovación de la Curia de Wojtila, con un recuadro titulado Mudanzas en el avispero; un artículo de casi una página titulado Laicidad positiva, de Paolo Flores D’Arcais; un artículo de casi una página titulado ¿Prohibido permitir?, de Fernando Savater; un artículo titulado Libertad religiosa y educación, de Javier Pérez Royo; un artículo titulado Los obispos españoles vuelven a la «guerra de los crucifijos»; un artículo titulado El Vaticano protesta ante Bélgica por la redada contra la pederastia, acompañado de un editorial titulado Dios y el César… Si esto no es una ofensiva laicista en toda regla, venga Dios y lo vea. Hay que reconocer que, con gran diferencia sobre el resto de la competencia, el diario de Prisa ofrece a sus sufridos lectores mucha más información de lo que ellos entienden por religiosa que cualquier otro.
Ahora bien, lo que sucede es que eso que ellos entienden por información religiosa, en realidad, es información anticatólica a secas. Y, además, falaz y mentirosa: el Vaticano no ha protestado ante Bélgica por la redada contra la pederastia, sino por los modos incivilizados con que, por ejemplo, la policía belga entró a saco en dos sepulturas de dos cardenales; los obispos españoles no han vuelto a ninguna guerra de crucifijos: quien vuelve, una y otra vez, machaconamente a semejante guerra es Juan G. Bedoya, que es quien firma en la mayoría de las citadas páginas. Don Javier Pérez Royo escribe que «la imposición del crucifijo en las aulas no es compatible con los derechos de una sociedad democrática»; aparte de que ya sabemos todos lo que entienden los marxistas por sociedad democrática, es que la tal imposición del crucifijo en las aulas, a la que se refiere, no existe. Fernando Savater escribe sobre la neutralidad laica de lo público. Lo que ocurre -como, por otra parte, él sabe de requetesobra- es que lo de este Gobierno socialista y su mariachi mediático no es neutralidad laica, porque neutralidad no es insulto, ni desprecio, ni enfrentamiento beligerante, ni intento de asfixia, que es lo que hay aquí.
De cómo entiende lo de la laicidad positiva el filósofo Paolo Flores baste como botón de muestra esta afirmación que firma: «Bélgica ha dado una lección al registrar sedes episcopales en busca de pruebas sobre pederastia». A ese tipo de lecciones la Iglesia está acostumbrada desde hace 2.000 años, en Bélgica, y no digamos nada en España… Bedoya, erre que erre, quiere seguir engañando a sus lectores con la martingala esa de que «el Estado financia con unos 6.000 millones a la Iglesia romana». Miente, y lo hace a sabiendas: el Estado aquí no financia con nada a la Iglesia romana; los ciudadanos a los que les da la gana, libre y voluntariamente, asignan, en su declaración de la Renta anual, un porcentaje de sus impuestos para que la Iglesia haga con ese dinero todo el bien que hace y con el que, por cierto, suple las injusticias y las atroces deficiencias del Estado. Y don Dionisio Llamazares, catedrático de Derecho Eclesiástico -¿quién lo diría?- y ex-Director General de Asuntos Religiosos, comienza su artículo titulado Laicidad imposible así: «Según el Tribunal Constitucional, España es un Estado laico o no confesional, que es lo mismo». Pues será lo mismo para usted, oiga, y ya me contará dónde y cuándo el Tribunal Constitucional ha dicho eso. Leída esa premisa, falsa de toda falsedad, al principio del artículo, ¿para qué seguir leyendo? ¿Y me puede alguien explicar, por favor, qué hace un Gobierno laico como el de Zapatero promoviendo y queriendo aprobar una Ley de libertad religiosa? Como ven, esto es como el chiste de Máximo, referido al Mundial de fútbol, pero a más cosas: se ve la bola del mundo, en medio del firmamento, y de ella sale este grito: Que gane el mejor si somos nosotros.