No es política, es Olivia
Esta es nuestra esperanza: Olivia no está en ese coche fúnebre. Vive ya en paz en el único Reino sin mal, esperando a su padre, susurrándole en silencio que siga recordándonos a todos que «de nada vale el odio»
Empezaré como menos te lo esperas, supongo: Irene Montero tiene razón. «Hay pocas cosas más crueles que utilizar políticamente el dolor de las víctimas». Ya sé que en su boca suena terriblemente hipócrita, pero, aun así, tiene razón. El mal se ha presentado en este caso con verdadera crudeza, con una tridimensionalidad verdaderamente siniestra. Nos ha recordado que existe, que está ahí, escondido en el reverso de nuestros más bajos instintos. Pero, en medio del dolor inenarrable de este padre que abraza y se deja abrazar, Dios nos ofrece su promesa cumplida de que el bien prevalecerá. «De nada vale el odio», ha dicho este hombre, que tantas razones tendría para odiar. Su exmujer le puso hasta 20 denuncias falsas por maltrato. Un calvario judicial que parecía llegar a su fin cuando un juez, al fin, le dio la custodia exclusiva de Olivia. Solo lo parecía.
La asesina de la pequeña, esa madre impropia, no es más asesina por ser mujer, ni serlo le añade apellido alguno al crimen. Como tampoco son más asesinos los hombres por el hecho de serlo. Esa mentira está envenenando nuestra convivencia y nuestro Código Penal. La realidad es que existe el mal y que solo el bien tiene el remedio para su veneno. Solo el amor radical puede derribar de raíz esa oscuridad que llevamos de serie. Sé que no es fácil de entender y casi imposible de vivir. Pero es la verdad. El padre de Olivia lo sabe y, en un acto casi milagroso, nos lo está mostrando con su entereza conmovedora.
No podemos convertir el asesinato de Olivia en un ingrediente más de esa maldita guerra cultural que algunos consideran inevitable. Reducir este drama a la categoría de argumentario político es infravalorar al verdadero enemigo, al único: al que, sabiéndose perdido, retuerce nuestra naturaleza herida para convertirla en criminal. Vociferar la incongruencia de la ministra de Igualdad no resuelve nada ni aporta nada al verdadero y noble combate que todos afrontamos en esta vida. Me niego a sumarme a ese aquelarre rabioso que trata de buscar justicia en el ataque a una política por el hecho de que esté equivocada. Por muy rotundo y radical que sea su error. Ese mal que no podemos tolerar y que nos revuelve las tripas no se sacia con recompensas de todo a cien. La verdad que nuestro corazón ansía es mucho más grande y no cabe en un tuit expiatorio, en un meme desangelado, en una columna despechada.
Ese sacerdote que abraza al padre de Olivia tiene en sus manos, verdaderamente, palabras de vida eterna, misterios que no nos sacian del todo en esta vida de espera e incertidumbre, pero que nos animan a confiar en que el mal no tiene nunca la última palabra. Esta es nuestra esperanza: Olivia no está en ese coche fúnebre. Vive ya en paz en el único Reino sin mal, esperando a su padre, susurrándole en silencio que siga recordándonos a todos que «de nada vale el odio».