«No encontraban tiempo ni para comer»
16º domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 6, 30-34
A través de la figura de Cristo, Buen Pastor que cuida a su grey, conmemorada anualmente en el cuarto domingo de Pascua, continuamos con la experiencia de evangelización de los apóstoles. Para comprender adecuadamente este pasaje conviene hacer referencia a la primera lectura de la Misa, del libro de Jeremías. En ella, el profeta subraya el contraste entre los pastores inicuos y el Dios bueno, que se preocupa de conducir a su pueblo a través de las personas que va suscitando a lo largo del tiempo. El Señor se queja de los dirigentes que llevan a los israelitas a la perdición por estar más pendientes de sí mismos que de proteger de la adversidad al pueblo que les ha sido encomendado. Jeremías se detiene en la oposición entre dispersar y reunir. Lo primero conduce a la ruina y lo segundo al crecimiento y a la multiplicación, es decir, a la salvación. En este sentido, no debe pasar desapercibido que la primera acción que señala el pasaje evangélico de este domingo es que los apóstoles vuelven a reunirse con Jesús. Este retorno hacia el Señor, tras haber comenzado ellos la misión, no consiste únicamente en una decisión meramente organizativa, sino en tratar de contrastar la misión que han realizado con el que les ha enviado, ya que los apóstoles saben desde el principio que no actúan de modo independiente al Señor.
Soledad y descanso
La única frase que san Marcos atribuye a Jesús en este pasaje se refiere a la invitación del Señor a estar a solas con él en un lugar desierto para descansar. Considerando el cuidado del evangelista en la selección de las palabras que Jesús había pronunciado durante su vida, llegamos a la conclusión de que en la tarea evangelizadora, la soledad y el descanso no son ni accesorios ni prescindibles. De otro modo, esta frase no ocuparía el lugar preeminente que tiene en el conjunto de este capítulo. Ahora bien, ¿cómo ha de entender el discípulo el descanso? Sin duda, no se refiere exclusivamente a no hacer nada o a suspender parcialmente la tarea asignada, sino más bien como un espacio imprescindible para convivir con el Señor y con el resto de discípulos escogidos por Jesús para esta misión. Ciertamente, sabemos que escuchar y confrontar con otros nuestra forma de concebir y realizar la misión puede ayudar no poco a realizar con más seguridad e impulso las labores que nos aguardan. Pero, probablemente, lo más importante sea que el Maestro previene a sus discípulos ante la amenaza del activismo estéril o de tensiones inútiles que pueden poner en peligro tanto su identidad de enviados como la misma misión.
A lo largo de los siglos se ha visto en este pasaje una clara llamada a afrontar con serenidad y equilibrio la evangelización y la propia relación con el Señor. No es posible sostener un verdadero vínculo con Cristo descuidando el mandato de estar a solas con Él, fomentando una relación honda y sosegada con el Maestro. De ahí que la Iglesia se haya dedicado desde siempre a propiciar tiempos y lugares de oración, para que esta sea una realidad incesante. El ejemplo más característico del cumplimiento de este deseo del Señor es la celebración de la liturgia de las horas, cuyos orígenes se pierden incluso antes de Cristo, constituyendo la manera ordinaria con la que colocamos al Señor en el centro de nuestra existencia. Sabemos que los mismos apóstoles subían al templo a orar a determinadas horas. Sin embargo, aparte de la celebración litúrgica, la Iglesia ha recomendado siempre otros tiempos especiales de oración, particularmente indicados para los que se van a dedicar más directamente al anuncio del Evangelio.
A simple vista podría darnos la impresión de que el Señor, por una parte, pide descanso y retiro y, por otra, no encuentra momento para el propio reposo. Esto no significa una incoherencia en su enseñanza, sino la constatación de que el auténtico motor de un corazón de pastor no puede ser un interés personal, sino el deseo de prestar un servicio concreto hacia lo que los demás necesitan. Así pues, el descanso no lleva a desentenderse de las necesidades de quienes Jesús tiene delante, sino a poder valorar con mayor clarividencia lo que el hombre necesita y, así, actuar en consecuencia.
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a solas a un lugar desierto. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces, de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas.