No desprecian a un profeta más que en su tierra - Alfa y Omega

No desprecian a un profeta más que en su tierra

Miércoles de la 4ª semana del tiempo ordinario / Marcos 6, 1-6

Carlos Pérez Laporta
Ilustración: Freepik.

Evangelio: Marcos 6, 1-6

En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos.

Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:

«¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?» Y se escandalizaban a cuenta de él.

Les decía:

«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa»

No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Comentario

Jesús va a su propia ciudad. Donde ha crecido, y donde le conocen. En la sinagoga, llama la atención como la gente gira completamente su consideración sobre Jesús. En un principio les domina la admiración: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos?». Todo lo que Jesús dice y hace les conmueve. Pero esa admiración se torna inmediatamente en sospecha: «¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». En cuanto esa admiración exige un movimiento hacia Él, les frena todo lo que creen saber de Él. Y el conocimiento previo que tienen de su historia y sus familiares consigue oscurecer esa novedad de su persona.

Por eso, «se escandalizaban a cuenta de él». Les obstaculiza lo que ya saben para acercarse a lo que no saben. Se invierte así la ley de la encarnación: Cristo se hizo uno como nosotros, para que conociéndole en lo que es como nosotros llegásemos a lo distinto que hay en Él; esto es, que por su común humanidad pasásemos a su divinidad.

Esto suele pasarnos también con nuestros conocidos y familiares. lo que sabemos de ellos nos corta el camino para reconocer lo que de nuevo brota en ellos, lo insondable de su persona. Conocer la verdad de una persona exige asumir que el movimiento que implica ese conocimiento, que nos abre siempre a una verdad más profunda. Conocer a alguien implica embarcarse en el camino infinito de ahondarnos en su persona. ¡Cuanto más con Cristo!