No creo, pero... - Alfa y Omega

No creo, pero...

Javier Alonso Sandoica

No fui yo el único a quien le impresionaron aquellas palabras del Papa en Friburgo, sobre los agnósticos con inquietud, que están más cerca de Dios que los fieles de rutina, esos tifosi que se pirran por el aparato de la Iglesia, sin que sus corazones sean tocados por la fe. El del Papa es un dedo que nos señala a todos, y nos advierte de la facilidad de rondar la superficie de lo sagrado. Cuando, en 1930, el escritor inglés Evelyn Waugh publica un artículo en el Daily Express sobre su conversión a la fe católica, muchos compañeros artistas adjudicaron su paso a un entusiasmo por la mera exterioridad de la liturgia católica, con su parafernalia de incienso y campanas (smells and bells), pero Waugh hablaba de la seriedad de un itinerario interior hacia Dios al que no podía renunciar.

Hay algunos autores de nuestro tiempo, no creyentes, que andan también haciendo un recorrido sincero de búsqueda de la verdad. Propongo para su lectura las obras de Erri de Luca, escritor napolitano que inició una infructuosa carrera diplomática y fue dirigente del movimiento de extrema izquierda Lotta Continua, en Roma. Estudió el hebreo sólo para entrar en el Antiguo Testamento como un profano torpe, dispuesto a pisar todos los charcos. Fruto de sus reflexiones, acaba de salir, traducido al español, Hora prima. En esta obrita, señala la diferencia entre los creyentes y los que no creen: «El creyente sale al campo abierto de la segunda persona, el . El que cree habla a Dios de tú, consiguiendo encontrar dentro de sí el verso, el grito o el susurro para dirigirse a él, el lugar, la iglesia, la casa o el campo, la hora para separarse de sí mismo y orientarse hacia el propio oriente (oriente, literalmente, es el lugar donde reconocer el propio origen). El que como yo no cree, no puede hablar de esto, porque arrastra la distancia abismal de la tercera persona, que no es solamente lejanía, sino separación». Sobre la condición de Israel como vid y Yahvé como viñador, dice: «La Escritura Sagrada es un diálogo de amores y enfados, pero hasta el último lector percibe que ninguna de las dos voces puede prescindir de la otra. Así es: Dios no puede ya prescindir de su planta». Hay tanto respeto y pasión en De Luca por la palabra revelada, que no parece que tardará mucho en atreverse a ese Tú de la proximidad.