Fundador del Hospice Buen Samaritano: «No acompañamos a la gente a morir, sino a vivir hasta el final»
Matías Najún, médico paliativista, montó en Buenos Aires en 2009, en plena crisis económica, un hogar para personas al final de la vida y en situación de pobreza. Ya ha atendido a 3.000
Cuando Matías Najún, médico especialista en cuidados paliativos, entró en la habitación de Roque en uno de los hospitales a las afueras de Buenos Aires, este se sorprendió. Nadie lo visitaba y mucho menos se acercaba a hablarle. Estaba solo y, de hecho, la dirección del centro había llamado a Najún para que se lo llevasen a la casa que acababa de abrir para personas pobres al final de la vida.
—Queremos que vengas a este lugar. Es como un hogar, con comida casera, gratuito… —rompió el silencio el médico.
—Pero yo no lo voy a votar —respondió Roque pensando que era un político.
Al día siguiente, y tras asegurarse de que no se trataba de un geriátrico, Roque, con un cáncer de pulmón muy avanzado, aceptó y se convirtió en el primer huésped del Hospice Buen Samaritano, un proyecto de atención integral al final de la vida. Eran los últimos días de 2009 y el proyecto veía la luz tras dos años de intenso trabajo, en plena crisis económica mundial. Desde entonces, el Buen Samaritano ha atendido a 3.000 personas como Roque, aunque no solo en la casa, también en dos hospitales y en domicilios. ¿Y qué fue de Roque? «Le vi el mismo día que llegó tras dormir su primera siesta en la casa. Estuvo solo ocho días, pero fue intenso. Logró salir al jardín, comer un poco. Fueron ocho días de mucha vida», explica en entrevista con Alfa y Omega Matías Najún, que acaba de visitar España para participar en un simposio internacional organizado por la Fundación Ramón Areces y el Observatorio Global de Cuidados Paliativos ATLANTES del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra.
El proyecto había echado raíces mucho antes de ese 2009, en la búsqueda personal del propio Najún, en su deseo de conjugar su vocación médica con la cristiana. Se especializó en medicina familiar, pero una formación en cuidados paliativos le cambió. Luego vino a España y, casualmente, le tocó trabajar en una unidad de cuidados paliativos en Salamanca. Demasiadas evidencias para no lanzar el Buen Samaritano, como él mismo define, «un proyecto anticultural». «Se trataba de abrir una casa para personas al final de la vida y en situación de pobreza. Imposible. ¿Quién iba a donar para esto?», asevera. Pero reunió a un equipo de especialistas, buscó ayuda en fundaciones y soñó el proyecto basado en la filosofía hospice, de cuidado integral.
45,4 millones
9.158 euros
7,6 por cada 1.000 habitantes
Se hizo realidad. «Hoy te encuentras una casa de familia, con jardín, parrilla, lavadero… Los voluntarios se encargan del día a día y las enfermeras de la asistencia sanitaria. Cada huésped tiene su cuarto, la cama con su nombre. Solo el entorno ya provoca un cambio en la persona», reconoce el médico. Además, añade que el tiempo que están en la casa, en el hospital o en sus viviendas es una oportunidad para reencontrase con los allegados, para despedirse o incluso para reordenar las prioridades: «Estás vivo. Estás recorriendo un tiempo que es normal para todos en la vida. Y estar vivo es protagonizar mis decisiones, repasar mi vida, provocar reencuentros, cambios, periodos de perdón. La gente se anima a reencontrarse, a casarse, a mudarse, a abrazarse, a decirse cosas que nunca se han dicho. Se anima a decir más te quiero. Un entorno de cuidado permite ser uno mismo, incluso postrado en una cama, porque no solo somos un cuerpo, somos más».
En las múltiples charlas que este profesional imparte por todo el mundo, incluso en las famosas TED, compara los cuidados necesarios al final de la vida con los que se brindan a un recién nacido. De hecho, define los cuidados paliativos como «una especie de neonatología en el final de la vida». Sin embargo, expone y lamenta la contradicción de cubrir los primeros y no los segundos. Explica esta diferencia en el modo de vivir en la sociedad actual, marcado «por el vértigo» y «un cierto nivel de autosuficiencia al pensar que la muerte no nos va a tocar». Además, cree que esta sigue siendo un tabú: «Hay una concepción equivocada sobre la enfermedad y sobre el tiempo final de la vida. Se ve como un tiempo de muerte, cuando es un tiempo de vida. Nosotros no acompañamos a la gente a morir, sino a vivir hasta el final».
El fundador del Buen Samaritano está convencido de que «una de las grandes trampas de la medicina» es la afirmación de que no hay nada más que hacer. Sí lo hay. En primer lugar, afirma, hay que aliviar los síntomas, hacer que una persona descanse confortablemente. «Eso permite —continúa— que pueda estar en su entorno, con su familia, que pueda hacer sus procesos personales de cierre, de organización de sus legados. Los cuidados paliativos permiten que ese tiempo tenga más que ver con la profundidad que con la longitud. Cuando la vida se te va, vuelves a lo esencial. Se puede llegar mucho más lejos en este tiempo que en el resto de la vida», detalla.
Por todo ello no entiende que siga sin desarrollarse este tipo de asistencia y sí la eutanasia. «Es una incoherencia social. Deberíamos exigir los cuidados paliativos», concluye.