«No aceptamos el expolio que las compañías extranjeras están haciendo de África»
Silas Siakor, fundador del Instituto de Desarrollo Sostenible de Liberia y disidente amenazado por el dictador Charles Taylor entre 2002 y 2003, denuncia los abusos de las multinacionales en su tierra natal
Silas Siakor, el hombre que puso contra las cuerdas al dictador Charles Taylor y ganador en 2006 del premio Goldman por su compromiso con el medio ambiente, está en España. Durante su viaje para recoger el Premio a la Fraternidad 2018 de Mundo Negro, ha tenido un encuentro con los medios de comunicación en el que ha denunciado cómo «las multinacionales grandes y poderosas se están provechando de un país pequeño y con un gobierno débil como Liberia».
Seducidas por sus recursos, numerosas empresas dedicadas a la explotación de madera, caucho, diamantes o aceite de palma han puesto sus ojos en este país repoblado por antiguos esclavos afroamericanos. Sin embargo, su actividad económica rara vez tiene un efecto positivo en los liberianos. «Cuando las compañías arrasan los bosques tropicales con la tala indiscriminada, no solo destruyen la fauna. También afecta a la gente que vive en esas áreas y depende de las fuentes de agua que las multinacionales contaminan», protesta Silas Siakor.
Como resultado, la población local con frecuencia se ve obligada a abandonar los pueblos en los que ha vivido por generaciones. Una tragedia que recuerda a la dictadura de Charles Taylor, quien amenazó de muerte a Siakor en 2002 y, con el apoyo de milicias locales, desplazaba a los liberianos de sus casas para conceder concesiones madereras a empresas que le suministraban suculentas comisiones.
Una lucha por la esperanza
Este oscuro episodio de la historia de Liberia quedó aparentemente superado con la llegada de la presidenta Ellen Johnson-Sirleaf. Durante su mandato, la lideresa se reunió cara cara con Silas Siakor, quien le dijo: «No aceptamos el expolio que las compañías extranjeras están haciendo de nuestro país». «Es un mensaje poderoso para las multinacionales» –recuerda años después– «para que sean conscientes de que sus negocios no pueden seguir funcionando como siempre».
Sin embargo, con la llegada de su nuevo dirigente, el exfutbolista George Weah, la historia se repite. A pesar de la existencia de leyes que garantizan el cuidado del medio ambiente (aprobadas gracias a la presión del Instituto de Desarrollo Sostenible fundado por Siakor), «el Gobierno no está dispuesto a aplicar las nuevas normativas y algunas comunidades se sienten frustradas porque creen que nada ha cambiado», explica el activista.
No obstante, Silas Siakor sigue luchando porque sus compatriotas mantengan la esperanza. «Nos enfrentamos a un dilema crítico como activistas. Hace 15 años era extremadamente peor y, si miro la última década, ha habido mejores importantes en el marco legal que benefician a la comunidad local», celebra. Aun así, no se duerme en los laureles y sigue manteniendo sus exigencias, pues considera que el de Liberia «ya no es un problema de mala legislación sino de a resistencia a aplicarla».
Construyendo el Estado
«No solo luchamos por el medio ambiente, también por una justa redistribución de los beneficios que genera la explotación de nuestros recursos», reivindica Siakor. A pesar de que las nuevas leyes exigen al Gobierno reinvertir los beneficios de la tala en el desarrollo del país, «el dinero que se consigue a través de la explotación no revierte en las comunidades locales ni en la construcción de escuelas, hospitales ni carreteras».
Por ese motivo, el Instituto de Desarrollo Sostenible lucha por lograr un reparto equitativo y, allí donde lo logra, los pueblos florecen rápidamente. «Es gratificante y llamativo cómo las comunidades han revertido los beneficios en salarios de médicos, profesores y la compra de medicamentes», presume Siakor.
De este modo, los habitantes de Liberia están construyendo con sus propias manos el estado de bienestar que sus propio gobierno les niega. Una tarea pendiente debido al afán del Ejecutivo por dedicar los fondos públicos a fomentar la tala indiscriminada pues, según Siakor, «pide dinero a un interés muy alto para construir las infraestructuras que acaban usando las compañías». Y aunque estos negocios no reporten ningún beneficio directo para la población (quien además sufre la pérdida de masa forestal y recursos hídricos), los pingües beneficios que arrojan para las pocas manos en el poder bastan a sus dirigentes para mantener este modelo.
Comida de importación
A pesar de contar con un censo de apenas cuatro millones y medio de habitantes, la comida escasea en Liberia, quien ocupó el puesto 177 de 181 en el Índice Global del Hambre de 2018. «El 60 % de nuestra comida es importada y esa es una de las razones por la que tenemos una gran deuda externa con la comunidad internacional», diagnostica Sailas Siakor.
Esta costumbre supone todo un riesgo para la seguridad alimentaria de Liberia que George Weah, su presidente, no parece querer atajar. Según el activista, si en vez de construir carreteras para las explotaciones madereras, el Gobierno invirtiera ese presupuesto en conectar los zonas agrarias, el trueque informal y la compra de víveres a través de la frontera desaparecía progresivamente y «los granjeros podrían vender sus productos en el mercado convencional, lo que generaría un impacto positivo en nuestra economía».
Independientemente de las prioridades del Gobierno, Siakor y el Instituto de Desarrollo Sostenible lideran por su cuenta a las comunidades agrícolas. «Trabajamos con 2.000 granjeros y la población está determinada a producir un cambio», sentencia el activista, quien recalca la necesidad de incorporar técnicas agrarias más eficientes y desarrollar cooperativas que permitan a los granjeros vender sus productos.
La apremiante necesidad de la industrialización
Liberia, que vende sus materias primas a un bajo precio para después comprar productos manufacturados, tiene una deuda externa superior a los 800 millones de euros. Un desequilibrio económico que Siakor señala y exige revertir. «Debemos desarrollar políticas que exijan a las empresas exportar los productos procesados. Así surgiría más empleo, se pagarían más impuestos y nos podríamos beneficiar de nuestro propio trabajo», sentencia.
Sin embargo, los emporios instalados en Liberia no comparten esa opinión. Ni las empresas dedicadas a la extracción de mineral de hierro con sede en Luxemburgo ni los productores indonesios de aceite de palma se muestran favorables a abandonar la gallina de los huevos de oro. Al fin y al cabo, les es más rentable limitarse a sus actividades altamente contaminantes sin realizar ninguna inversión en el país.
Ante este escenario, el activista ya ha advertido de los riesgos que corre Libia de seguir la misma línea. «Países como Ghana o Costa de Marfil destrozaron esos bosques antes de desarrollar su industria», advierte, por lo que exige al Gobierno «no esperar a agotar nuestros bosques para industrializarnos».
Y mientras lidera el cambio de su país, Silas Siakor sigue sumando apoyos día tras día. «Una parte muy importante de nuestra estrategia es empoderar a las comunidades para que ocupen un papel importante en esta lucha», confiesa. No le puede el desánimo, pues de vez en cuando se recompensa echando la vista atrás y mirando lo que él y su movimiento han conseguido. Así, intenta construir un futuro mejor para Liberia, un país que sigue escribiendo «una historia sobre su gente y su capacidad para recuperarse y construir un futuro mejor».