Niños de Ucrania llegan al hospital del Papa
En el Bambino Gesù hay ya seis niños ucranianos que escapan de la guerra. Y siguen llegando más
Su pequeño no era como los demás bebés. No lograba alzar su cabecita cuando lo ponían boca abajo, o agarrar con fuerza el dedo de su madre cuando lo acercaba a su mano regordeta y suave. Nació el año en que irrumpió la pandemia en un pueblecito entre la frontera polaca y la ciudad de Leópolis. Una zona que, desde que estalló la guerra, se ha convertido en un refugio para los que cada día huyen de las bombas que caen sobre todo en el este de Ucrania. A los pocos meses de venir al mundo, le diagnosticaron parálisis cerebral. Y a pesar de que no ha cumplido ni 2 años, ya sabe lo que es tener que huir para no morir por el impacto de un misil.
Su madre tardó dos días en tomar la decisión más importante de su vida. Finalmente escapó con el niño a cuestas. Llegó a Polonia, donde le esperaba un familiar que lleva años asentado en la región de los Abruzos. Pusieron rumbo a Italia en una furgoneta. 50 horas de viaje y de angustia en las que su retoño sufrió varias crisis de epilepsia por la falta de medicación. Cuando llegaron a Sulmona las condiciones del niño eran muy graves y acabó ingresado en el hospital Bambino Gesù de Roma, propiedad del Vaticano.
No es el único. «En este momento hay seis niños de Ucrania ingresados. Otro paciente llegó con fiebre alta a urgencias, pero sus condiciones no eran tan graves y le dimos el alta», asegura la doctora Lucia Celesti, responsable de los servicios de acogida de los pacientes que provienen de otros países.
15 % de pacientes extranjeros
La estructura que todos conocen como el hospital del Papa se ha ofrecido a acoger niños ucranianos con distintas patologías que escapan del horror del conflicto. Inaugurado el 19 de marzo de 1869, este es uno de los centros pediátricos de excelencia en Europa. Su historia reciente atesora una gran experiencia en el tratamiento de niños con cáncer provenientes de Ucrania, donde hay una alta incidencia en gran parte ligada a la tragedia de Chernóbil. Han pasado casi 36 años del accidente de la central nuclear, pero la radiación sigue siendo peligrosa.
La presidenta del centro sanitario, Mariella Enoc, informó al primer ministro italiano, Mario Draghi, y a la Cruz Roja Internacional de que ponía 20 camas a disposición para que los pequeños con cáncer puedan seguir su tratamiento a salvo. «Esta es la diplomacia de la misericordia. Siempre hemos acogido a niños provenientes de zonas de guerra», destacó en declaraciones a los medios italianos la presidenta del Bambino Gesù. Actualmente, de las 607 camas de las que disponen, el 15 % están dedicadas a pacientes con nacionalidad extranjera.
Además de acoger por vía institucional a niños con enfermedades de tipo hemato-oncológicas, como leucemias, linfomas o tumores, también están recibiendo a todos aquellos que llegan, o por sus propios medios, o ayudados por algún familiar o amigo que ha ido a recogerlos. «Vienen en condiciones deplorables. Extremadamente cansados y con cuadros de deshidratación», asegura Celesti.
Además del niño con parálisis cerebral –cuya vida no corre peligro, aunque sigue en la UCI– hay un niño con leucemia de 3 años; otro que sufre falta grave de plaquetas, y otro que presenta fuertes dolores abdominales, pero todavía no cuenta con un diagnóstico claro. Y otros dos que acaban de llegar a urgencias. Seis pequeños luchadores. El mayor tiene 7 años.
«Vidas como las nuestras»
En Ucrania, entre tanto, el odio se ha instalado definitivamente en las calles. Cada vez son más los disparos y las explosiones y menos las escenas serenas de la vida cotidiana. Los hospitales se han quedado como congelados en el tiempo. Funcionando con lo poco que tienen. Muchos han forzado las altas y están cerrando. En la mayoría se han suspendido las cirugías de cáncer. Y, a la falta de medicinas, se suma la escasez de sangre para las transfusiones y de oxígeno. «La situación es terrible. La distribución de material en camiones es muy difícil. Los hospitales no pueden seguir adquiriendo material médico. Y falta de todo, desde medicamentos hasta vendas, agua oxigenada… No tienen más reservas», asegura la doctora Celesti.
La única oportunidad para los desvalidos es escapar y pedir auxilio en otros países. «Las familias que llegan hasta nosotros están en shock. Tienen palabras de agradecimiento, pero, ante todo, se sienten por fin a salvo», incide Celesti, que desde hace años se encarga de gestionar las llegadas de niños enfermos procedentes de zonas en conflicto o sin recursos.
«He visto niños que llegaban malnutridos de Venezuela; que escapaban de la violencia en la República Centroafricana, de la guerra de Afganistán o de Siria; con barcazas que habían atravesado el Mediterráneo… pero esto es diferente», incide la doctora. «Lo que más me ha impresionado de estas personas es que tenían unas vidas exactamente como las nuestras. Son niños que tenían una habitación en su casa para los juguetes, que iban a la escuela y jugaban a diario… Y ahora todo eso se ha desvanecido», agrega.
Sus palabras condenan el poder destructor de la guerra sobre todo en los más vulnerables. En los próximos días un equipo médico llegará a la frontera con Polonia para atender a los niños refugiados que la van cruzando.
El Papa instó el domingo a frenar «la masacre» en Ucrania tras condenar el ataque aéreo ruso contra una maternidad de la ciudad de Mariúpol. El bombardeo provocó la muerte de al menos tres personas, entre ellas la mujer fotografiada mientras era evacuada en una camilla, su bebé, y una niña; y 17 heridos. «No existen razones estratégicas» que justifiquen «la barbaridad del asesinato», subrayó Francisco durante el ángelus. «Dios es solo el Dios de la paz, no de la guerra», clamó. El ataque se produjo durante un alto el fuego de doce horas pactado entre las autoridades ucranianas y rusas para la evacuación de civiles.