Ninguna mujer quiere ser prostituta
«Ninguna mujer ejerce libremente la prostitución», afirma Rocío Nieto, directora de APRAMP. Hay muchos factores que llevan a una mujer a vender su cuerpo, como la extorsión, la pobreza extrema o la crisis económica. Pero la solución a esto no pasa por regularizar su situación, sino por implementar «programas de protección y ayuda»
La legalización de la prostitución es uno de los debates que deja este año electoral en España. Albert Rivera, Presidente de Ciudadanos, o Esperanza Aguirre, candidata a la Alcaldía de Madrid por el Partido Popular, han puesto sobre el tapete la propuesta, con el argumento de que serviría para «acabar con la trata y que las personas que ejerzan la prostitución de forma voluntaria tengan unos derechos sociales y unas obligaciones tributarias», según el político catalán. Rivera afirma que el 85 % de las prostitutas ejercen esta práctica de manera forzosa, pero cree que la regulación serviría para «sacar la prostitución de la calle», y de paso, recaudar 6 mil millones al año. Aguirre, tirando de argumentario liberal, defiende que «quien desee cobrar por el sexo, que lo haga libremente».
Los expertos no lo ven tan claro. Lejos de acabar con las mafias que trafican con mujeres, la regularización haría que «se fomentase la trata aún más. Las redes mafiosas aumentarían su control sobre este negocio incontrolable», afirma Rocío Nieto, directora de APRAMP, una de las asociaciones líderes en España de trabajo con víctimas de la trata y la explotación sexual. «La legalización supondría que las mujeres estuvieran siempre encerradas, que pasaran, de estar ejerciendo en la calle, a trabajar dentro de pisos, lo que las invisibilizaría aún más. A ver quién controla lo que ocurre en esas casas, si no lo ves», afirma a este semanario. Hay que «tender a que esta práctica desaparezca, no a reglamentarla. Lo que se necesita son programas de protección para que estas mujeres puedan salir de la calle y se atrevan a denunciar a sus explotadores, y planes y protocolos que sirvan para mejorar el trabajo de asociaciones como la nuestra, en colaboración con la policía».
La Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, tras conocer la propuesta de Ciudadanos, declaró que la prostitución «es un gran mal», y que legalizarlo «me parece aún peor». A juicio de Becerril, «la inmensa mayoría de las mujeres se sienten abocadas a la prostitución porque no tienen otro medio de subsistencia».
Violación de la dignidad humana
En Canberra, Australia, se debatió en 2011 sobre la legalización de la prostitución. En representación de la Iglesia, el sacerdote Legionario de Cristo John Flynn escribió un extenso documento en contra de la proposición. «La prostitución es una violación de la dignidad humana», recalcaba. «Las mujeres dañan su dignidad, porque se reducen a ser instrumentos del placer sexual». Flynn no se olvidaba de los clientes, «culpables de una grave ofensa».
El padre Flynn también advertía de los diversos peligros, tanto personales como sociales, causados por esta práctica, que se afianzarían si el negocio se convirtiera en legal. El primero, la infravaloración de las propias mujeres; y hay muchos más, como que «las prostitutas son objetivos fáciles de crímenes violentos»; «que muchas mujeres implicadas en la industria lo hacen para poder seguir con su adicción a las drogas»; o que, «cuando se legaliza o despenaliza la prostitución, se crea una cultura permisiva que tiene efectos perjudiciales no sólo para las mujeres que se prostituyen, sino para todas las mujeres que viven dentro de esa cultura». Por último, y uno de los puntos más importantes, añadía el sacerdote, es que «la prostitución está estrechamente ligada a la esclavitud y al tráfico sexual de mujeres».
Ninguna de ellas es libre
Nieto, que lleva más de 25 años trabajando en este ámbito, asevera que «ninguna de estas mujeres ejerce libremente la prostitución. Cuando trabajas con ellas, te vas dando cuenta de que ninguna quiere estar donde está». Aun así, la trata es diferente a la prostitución. Para que se dé un caso de trata, según el protocolo de Palermo, tiene que haber «un aprovechamiento en el lugar de origen», afirma Lourdes Pazo, educadora social del Centro Vagalume, proyecto de las Hermanas Oblatas y Cáritas diocesana en Santiago de Compostela.
Por ejemplo, en un piso de acogida del Centro Vagalume hay dos chicas que han llegado de Nigeria. Una es víctima de trata, llegó engañada. La otra, no. «Muchas vienen a este país conociendo su destino, aunque lo que se encuentran aquí no es lo que esperaban. Pero sus contextos de pobreza y vulnerabilidad las hacen salir como sea a buscar un futuro mejor». Y luego, cuando entran en esta red, «no pueden marcharse. Sobre todo si no tienen papeles, porque para ejercer la prostitución no necesitan tener regulada su estancia».
Otras, las víctimas de trata, son mujeres engañadas por una persona cercana, incluso miembro de su familia, que las vende a las mafias. «Si hablas con una chica rumana que está en la calle, te cuenta que tiene que dar dinero a su hermano para pagar su deuda, y que ella no tiene casi para comer. Las nigerianas tienen los pagos mayores, de más de 40.000 dólares. Hay chicas muy jóvenes que deben mucho dinero, y a las que presionan sus familias para que paguen porque tienen miedo. Pero si una se pone en su lugar, entiende por qué eligen sacrificarse para que otros no sufran las consecuencias. Sólo hay que imaginar que tu madre te llama y te dice que la van a matar si no pagas…».
Según un documento del Global Freedom Network, leído en la Casina Pío IV durante una de las reuniones de expertos contra la trata organizadas por el Papa Francisco, en España más de la mitad de las mujeres que ejerce la prostitución son víctimas de la trata.
Más españolas
Refiriéndose a Galicia, Pazo afirma que la prostitución ha cambiado de perfil en los últimos años. «Encontramos sobre todo a mujeres españolas, con grandes problemas psicológicos, adicciones y enfermedades». No quieren que vayamos a los pisos donde están –la prostitución en Galicia se da más en clubes y pisos– para no ser estigmatizadas». El motivo es «la terrible situación económica en la que se encuentran. Es una consecuencia más de la crisis y la falta de ayudas».
Según el documento de Global Freedom Network sobre la prostitución en España, «cada vez más jóvenes españolas acceden al mercado de la prostitución para pagar sus estudios o ayudar a sus familias». Es el caso de María –nombre ficticio–, de 20 años, que tras el fallecimiento de su madre, la pérdida del trabajo de su padre, un hermano pequeño y gastos de hipoteca, se inició en la prostitución, con lo que ingresa más de 2.000 euros al mes.