Nigeria: Boko Haram no se detiene y la violencia se extiende
Los ataques de los pastores fulani, musulmanes, ya llegan a los estados meridionales del país. Y están detrás del aumento de las muertes de cristianos: 18.000 en cinco años
Este jueves, 20 millones de católicos nigerianos están convocados a rezar los misterios dolorosos del rosario pidiendo «que Dios salve a Nigeria». Con esta llamada, en el día en el que la nación más poblada de África celebra su independencia, concluyen los 40 días de oración por la paz convocados por la Conferencia Episcopal Nigeriana.
«Es raro que pase una semana sin escuchar noticias de ataques de los nómadas fulani», comparte con Alfa y Omega el padre Solomon Patrick Zaku, director de Obras Misionales Pontificias. En julio, por ejemplo, mataron a 20 personas que iban a acudir a un funeral católico en Chibuak, y a 21 invitados a una boda en Kukum Daji; dos localidades del estado de Kaduna. En total, según la entidad sin ánimo de lucro International Society for Civil Liberties and the Rule of Law (Intersociety), son responsables de 1.200 de las 1.800 muertes de cristianos en lo que va de año, mientras que el resto corresponde sobre todo a grupos yihadistas.
214 millones hab. (7º del mundo)
Abuja (2,4 millones hab.)
53,5 % musulmanes, 45,9 % cristianos
2,5 millones
Los conflictos en torno al pastoreo nómada no son exclusivos de Nigeria. Los fulani o peul llevan años recorriendo varios países de la región en dirección sur. Es un fenómeno que el padre Zaku define como «complejo» por la combinación de factores tan distintos como la desertización, que los obliga a buscar nuevos pastos, y una «agenda» marcada por «connotaciones religosas» y en la que incluso «se especula mucho sobre su relación con Boko Haram», pues siendo musulmanes estas migraciones los llevan a áreas mayoritariamente cristianas. Los ataques que perpetran en ellas son el principal motor del aumento de la violencia en el país. Si entre 2009 y mediados de 2015 fueron asesinados 15.000 cristianos, desde entonces hasta ahora han sido 18.000. De ellos, entre 10.000 y 11.000 a manos de fulani.
Rumbo al sur
Ya no ocurre solo en el norte del país, musulmán, o en el cinturón central que marca la transición con el sur, cristiano. Entre junio y julio se han producido casos de destrucción de campos presuntamente a manos de fulani y enfrentamientos con la población local o grupos de autodefensa en los estados de Anambra y Kwara, por debajo del cinturón central, e incluso en los de Delta y Ondo, que llegan hasta la costa meridional del país. «Lo preocupante es que hasta ahora nadie ha sido detenido ni procesado», lamenta el padre Zaku.
Emeka Umeagbalasi, criminólogo y presidente de Intersociety, va más allá en sus críticas y apunta a que el Gobierno, liderado por el musulmán Muhammadu Buhari, está promoviendo «el movimiento y asentamiento de estos pastores entre la población del sur», donde ya han ocupado campos y bosques de 600 comunidades. El también activista pro derechos humanos lo atribuye, junto a otras prácticas como alentar la sobrerrepresentación de musulmanes en las Fuerzas de Seguridad y los cargos públicos, a un intento de islamizar el país.
Debilidad y corrupción
Otro problema en auge, esta vez en el noroeste (en estados como Zamfara, Katsina, Niger y Kaduna), es el bandolerismo y los secuestros. Muchos se producen para pedir un rescate, pero Umeagbalasi denuncia que también con frecuencia estos delitos tienen un matiz confesional, al darse casos vinculados al matrimonio forzado de niñas y mujeres cristianas con musulmanes, a la conversión de los hombres y a la captación de niños como soldados.
El presidente de Intersociety detecta este mismo sesgo en la represión violenta por parte de las Fuerzas de Seguridad contra algunos grupos sociopolíticos de zonas cristianas (como los separatistas de Biafra, en el sudeste) o en los incentivos económicos, de hasta «varios millones de nairas» (un millón son 2.000 euros) a cristianos de etnia igbo para convertirse al islam o (en el caso de mujeres) casarse con musulmanes.
Estas amenazas se suman al peligro siempre presente del yihadismo a manos de Boko Haram o grupos escindidos como el Estado Islámico de África Occidental. En total, según el Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo, en lo que va de 2020 se han producido más de 600 ataques yihadistas en suelo nigeriano. Han quedado frustradas las esperanzas puestas en Buhari, que tras su llegada al poder en 2015 pareció lograr un importante debilitamiento de los terroristas. El padre Zaku se muestra convencido de que «Boko Haram nunca podría ser más fuerte que el Ejército» si este se mantuviera firme. «Pero hay corrupción e insinceridad por parte de algunos oficiales y del Gobierno», incluyendo acciones para «sabotear» esta lucha. De lo contrario, «no se puede explicar cómo pudieron producirse algunos ataques y cómo siguen consiguiendo armas».
Al comienzo de su mandato, «a Buhari se le veía como un mesías» que iba a combatir la corrupción con firmeza. Sin embargo, también esta lucha ha resultado infructuosa, pues ha sido «unilateral contra miembros de los partidos contrarios» mientras, de hecho, esta lacra «ha aumentado». Por todo ello, aunque en febrero de 2019 renovó su mandato con un 55,6 % de los votos, lo más llamativo de las elecciones fue la desmovilización, con apenas un 35 % de participación.
3er puesto del Ránking Global de Terrorismo del Instituto para la Economía y la Paz. 11º en el índice de conflictos del Global Peace Index
33.000 cristianos asesinados desde 2009. Son también la mayoría de los 24.000 desaparecidos (Intersociety)
16.000 iglesias y colegios cristianos destruidos en el centro y norte del país desde 2009 (Intersociety)
70 % de las armas ilegales que circulan por África están en Nigeria (Centro Regional de Naciones Unidas para la Paz y el Desarme)
203 menores fueron usados por Boko Haram para ataques suicidas entre 2017 y 2019 (ONU)
Un país dividido
Para el director de OMP, la mala gestión responde además a un fenómeno más amplio de tribalismo entre los líderes políticos, que utilizan el poder para favorecer a su entorno religioso y étnico, al tiempo que «usan la fe y la tribu» para provocar violencia», pues son cuestiones que movilizan a la población. «Se ha dividido tanto el país que hay que tener esto en cuenta en todo lo que hacemos», explica con cautela.
La Iglesia, que en su momento acogió bien a Buhari, no entra en las acusaciones contra él de islamismo o complicidad con este. Pero no por ello se ahorra críticas. En agosto, los obispos de la provincia eclesiástica de Kaduna, una de las más afectadas, denunciaron en un comunicado que mientras el norte del país «está en manos de sembradores de violencia y muerte», el Gobierno federal se limita a «mirar con impotencia o una falta total de preocupación». El padre Zaku comparte esta frustración: «Escuchamos una y otra vez que se llevará a los perpetradores a la justicia, y luego no se vuelve a saber nada».
Los esfuerzos de las autoridades estatales a veces «no son suficientes». Y otras toman caminos «inaceptables» como negociar con los grupos violentos o incluso «pagarles enormes sumas de dinero» mientras sus víctimas «siguen atrapadas en campos como refugiados, viviendo y muriendo en pobreza».