Queridos diocesanos, muy queridos hermanos y amigos todos en el Señor:
Desde el jueves pasado, os debo una carta como obispo vuestro; y en cuanto tal me creo en el deber de expresarme conforme a la verdad; os debo una aclaración sobre lo acaecido el pasado jueves en las Cortes Valencianas a propósito de una homilía pronunciada por mí. En la Universidad Católica el pasado 16 de mayo, en su sede de Santa Úrsula. El texto de la homilía y mi nota correspondiente sobre ella creo que la conocéis porque se ha divulgado íntegramente por nuestros medios de comunicación diocesanos: fue una exposición de la belleza, de la grandeza de la familia, donde se encuentra el futuro de la humanidad, e hice una defensa de la misma. Creo que os debo una palabra, porque, en la sesión ordinaria semanal del pasado jueves de control al Consell, el Sr. Sindic de Compromis formuló una pregunta al Sr. Presidente del Consell sobre dicha homilía y éste respondió a dicha pregunta. Faltando al derecho fundamental de libertad religiosa y sin tener en cuenta el principio de una sana laicidad en una democracia plural, se me sometió, de hecho, a un juicio, sin haberme escuchado y sin defensa por mi parte, en mi ausencia, y se me condenó conculcando todo derecho en una sociedad democrática basada en el derecho; se me condenó de hecho, además, llevados de prejuicios y de lecturas sesgadas sacadas de algunos medios de comunicación social y de sus interpretaciones. La homilía en cuestión no había sido leída íntegramente en su conjunto por mis acusadores, y, por tanto, se vertieron juicios sobre mi persona y sobre un texto que no conocían y sin darme la oportunidad de defenderme: Convirtieron las Cortes en un Tribunal popular, de tan malos recuerdos históricos.
Tanto el Sr. Sindic de Compromís como el Sr. Presidente del Consell, se permitieron unos juicios sobre mi persona verdaderamente infamantes, falsos y calumniosos que incitaban al odio, y arrancaban el aplauso de sus compañeros de ideología que ratificaron aplaudiendo la ignominia que estaba acaeciendo en su presencia. No creo que fuera la Sede Parlamentaria que ampara su inmunidad el sitio adecuado para tales denuncias. Menos mal que las imputaciones eran falsas, y que yo no soy ése que dibujaron allí. Se me insultó gravemente, se me acusó -dando lecciones de cristianismo, ¡ qué paradoja!- de que no soy «nada cristiano»; se contrapuso el Papa a mi persona, -lo cual, como podéis suponer, me dolió en el alma- en una ignorancia total de mi relación que tengo como obispo con el Papa y, además, como amigo del Papa que soy; se utilizó y se manipuló al Papa contra mí para desprestigiarme; el Papa no se merece tal utilización, está a otro nivel mucho más digno y elevado.
Me dolió particularmente que se me acusase de incitar al odio contra homosexuales y lesbianas, a quienes estimo, los valoro en su dignidad que les corresponde como personas, y me merecen el máximo respeto. ¡Cuántas veces he de repetir esto: el respeto que les tengo a estas personas y mi lamento porque en ocasiones no se les trata como se debe!. Quienes actuaron así en las Cortes Valencianas, actuaron igual que otros de su grupo ideológico hace unos meses cuando, con diferente motivo, me acusaron con falsedad y alevosía, de xenófobo, y de incitar alodio contra los refugiados procedentes de países árabes; ¿casualidad, pura coincidencia, o plan y estrategia preestablecidos?¿Les estorbo, les soy molesto, y quieren acabar conmigo? Ni soy homófobo, ni xenófobo, ni sexista: ¡Dios me libre! Acepto a todos y no excluyo a nadie porque creo firmemente en el Señor. Creo que quien me conoce de verdad – no por algunos medios y por algunas manifestaciones o interpretaciones interesadas de algunos posicionados previamente o con prejuicios-, quien haya seguido mi trayectoria como sacerdote, como obispo o como cardenal, sabe que no excluyo a nadie sea del color que sea, de la religión que profese, de su manera de pensar que respeto, y de la condición que sea. Para mí todos son hijos de Dios, queridos por Dios, hermanos, y así lo predico constantemente: la tolerancia, mejor aún la caridad, me lleva al respeto a todos y a la no exclusión de nadie, y si alguna vez no actuase así estoy convencido que estaría pecando, y lejos de mí el pecado; no es este mi caso. Pero creo, al menos así lo intento, que busco la verdad, y la justicia, proclamarla y defenderla, aunque me cueste sinsabores. Mi ministerio está al servicio de la verdad, la verdad de Dios y la verdad del hombre y de la familia. Permitidme que me pregunte en voz alta: «¿Soy yo quien fomenta el odio, o lo fomentaron contra mí otros en otros ámbitos, como ahora en las Cortes con sesiones como la celebrada el jueves pasado, con juicios y palabras de consecuencias imprevisibles y no deseables?».
Creedme que este «incidente» me duele, sobre todo, por vosotros, mis queridos diocesanos y por el pueblo valenciano a quien quiero, y quiero servir con todas mis fuerzas. Sólo me importa el juicio de Dios, no me preocupa el de los hombres. No me preocupan los insultos, máxime si son por defender la justicia y lo derivado del Evangelio, me preocupáis vosotros, pueblo de Dios, el que os puedan dañar, herir y dispersar. Siento muchísimo que vuestro obispo sea tratado de esta manera como se me trató en la Sede de las Cortes, donde reside la representación de todos vosotros, y del pueblo valenciano.
Os digo, de verdad, con todo mi corazón, que doy por zanjado este asunto, y, por mi parte, retiro aquellas palabras de mi homilía, como no dichas, que hayan podido herir o molestar a algunos, y que perdono muy sinceramente a quienes me han ofendido de esa manera. No les tengo ningún rencor y les tiendo la mano en señal de amistad. Los perdono de todo corazón. Eso sí, espero reciprocidad, y les pido que rectifiquen por respeto a vosotros y por justicia para con la Iglesia que no puede ser tratada así; les pido, además, que dejen de acosar a la Iglesia, a personas e instituciones de Iglesia, y que actúen respetando la libertad religiosa, base de una democracia. Rezo por ellos y los perdono, no saben lo que hacen. Rezo para que se dejen ayudar por Dios que les quiere y no los deja. Estoy con mucho ánimo, con mucha esperanza y con anhelos muy vivos de proseguir el camino con la mirada puesta en Jesús, que también supo de ignominias y nos dijo que, si queremos llegar hasta el final, hemos de dejarlo todo, tomar la cruz y seguirlo -la cruz es perdón y reconciliación-. Me habéis oído muchas veces que la única manera de seguir a Jesús es con la cruz, y, con su ayuda y por su misericordia, estoy dispuesto a cargar con ella, porque, por encima de otras cosas, como pastor, me interesáis vosotros, y como Pablo, me gastaré y me desgastaré por vosotros, a los que quiero con toda mi alma. Dios me concede, por pura bondad suya y para vuestro bien, estar contento y no buscar nada más que su voluntad, y en Él confío, con mis debilidades.
Y vosotros, rezad por mí, que lo necesito; os necesito a vosotros para luchar y soportar las pruebas con fortaleza y renovado vigor, necesito vuestra ayuda, vuestro apoyo, y sobre todo, vuestra oración para que siempre os ofrezca el testimonio valiente de la fe y la verdad, os anuncie el Evangelio y solo el Evangelio de la caridad y la misericordia, os proporcione siempre sin desmayo y sin desfiguraciones las enseñanzas de la Iglesia a las que tenéis derecho y que os mantendrán firmes en la fe, pedid que os lleve a Dios, os muestre a Jesucristo en obras y palabras, os confirme en la caridad, en la unidad, y en la esperanza, os anime a perseverar en la causa del Evangelio, que es, inseparablemente, Dios y el hombre, y me mantenga fiel y firme en la libertad evangélica. ¡Gracias por vuestra cercanía, vuestro afecto y vuestra oración! Que Dios os bendiga. Rezad mucho a la Mare de Déu.
Un abrazo a todos