Ni resignación ni sometimiento - Alfa y Omega

Ni resignación ni sometimiento

La XXVII Jornada Diocesana de Enseñanza se celebra el 10 de marzo, bajo el lema Educar en la justicia y la paz, en el auditorio Ángel Herrera (Paseo Juan XXIII, 3). La inicia monseñor Herráez, a las 12 h.; y preside la Misa, a las 18 h., el señor cardenal. Con este motivo, escribe

Antonio María Rouco Varela

Vamos a celebrar, como años anteriores, la Jornada de Enseñanza, este sábado. Además de una nueva ocasión para seguir afianzando la vocación educativa, que debéis de ejercer con la responsabilidad propia del cristiano, se os presenta una nueva oportunidad para el encuentro, en clima de convivencia y oración, de los educadores que trabajáis a favor de una renovada presencia de la Iglesia, maestra de humanidad, en el campo educativo.

Este encuentro anual me brinda la oportunidad de reflexionar sobre la importancia de la educación para la formación de la persona. Como sabéis, el proceso educativo procura conducir el crecimiento de la persona avivando su deseo de perfección y de excelencia en todos los sentidos, desde la perspectiva de su vocación trascendente, como imagen de Dios, y de su llamada a la filiación divina. La familia es el primer ámbito educativo que se encarga de ofrecer a los hijos la configuración y el desarrollo de las primeras imágenes sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos rodea. Aunque la tarea educativa no se reduce sólo al ámbito familiar, pues a ella contribuyen también otros agentes educativos, el Concilio Vaticano II nos recordó «la bella, y ciertamente de gran trascendencia, vocación de todos aquellos que, ayudando a los padres en el cumplimiento de su deber y actuando en representación de la comunidad humana, asumen la tarea de educar en las escuelas» (Gravissimum educationis, 5). La importancia de esta labor docente ha llevado a la Iglesia a estar presente, ya desde sus comienzos, en la escuela para ofrecer a los niños y jóvenes la necesaria formación integral que ha de perseguir todo proceso educativo.

El lema de la Jornada: Educar en la justicia y la paz, guarda relación con el Mensaje del Papa para la XLV Jornada Mundial de la Paz, del pasado 1 de enero, con el que ha querido recordarnos la esperanza que late en el corazón del hombre —especialmente viva y visible en los jóvenes—, así como la aportación que éstos, con su entusiasmo y su impulso hacia los ideales más nobles, pueden y deben ofrecer a la sociedad. De ahí que el «prestar atención al mundo juvenil, saber escucharlo y valorarlo, no es sólo una oportunidad, sino un deber primario de toda la sociedad, para la construcción de un futuro de justicia y de paz». Ante este panorama, «la Iglesia mira a los jóvenes con esperanza, confía en ellos y los anima a buscar la verdad, defender el bien común, tener una perspectiva abierta sobre el mundo y ojos capaces de ver cosas nuevas».

Y en referencia a esta búsqueda de la verdad, ¡cómo no recordar las palabras que Benedicto XVI dirigía, en el monasterio de El Escorial, a los jóvenes profesores universitarios, durante la JMJ de Madrid!: «Los jóvenes necesitan auténticos maestros; personas abiertas a la verdad total en las diferentes ramas del saber, sabiendo escuchar y viviendo en su propio interior ese diálogo interdisciplinar; personas convencidas, sobre todo, de la capacidad humana de avanzar en el camino hacia la verdad. La juventud es tiempo privilegiado para la búsqueda y el encuentro con la verdad». Y la verdad es Cristo. Ahora bien, como el mismo Benedicto XVI ha repetido en diversas ocasiones, el clima de relativismo imperante supone un duro golpe a la tarea educativa, pues, al no reconocer nada como definitivo, la persona queda condenada a dudar de la bondad de su misma vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su esfuerzo por construir con los demás algo en común. La respuesta a esta situación no puede ser ni la resignación ni el plegarse a los dictados del pensamiento dominante, pues así olvidamos que el fin de todo proyecto educativo es la formación integral de la persona, para que viva en plenitud y pueda hacer su aportación al bien de la sociedad. Por el contrario, hemos de procurar despertar, en niños y jóvenes, los interrogantes oportunos y acompañarlos en la búsqueda que les lleve a descubrir que Dios, lejos de ser el rival de su felicidad, es el garante de su libertad y de su plena realización.

Un difícil desafío

El actual escenario de la crisis económica —que presenta, en palabras de Benedicto XVI, raíces culturales y antropológicas— es un estímulo para educar en la justicia y la paz a niños y jóvenes, partiendo de la doctrina social de la Iglesia. Esta paz en la tierra no se puede lograr si no se asegura el bien de las personas y la comunicación espontánea entre los hombres de sus riquezas de orden intelectual y espiritual. Es absolutamente necesaria la firme voluntad de respetar a los demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y el ejercicio apasionado de la fraternidad para construir la paz. Así, la paz es también fruto del amor, que va más allá de lo que la justicia puede aportar.

La paz es, ante todo, don de Dios, que exige de nosotros disponibilidad y compromiso con la justicia, el amor, la verdad y la misericordia para los más necesitados. Ante la fragilidad de nuestra voluntad, herida por el pecado, descubrimos el difícil desafío que supone recorrer la vía de la justicia y de la paz. El auxilio, como escribe Benedicto XVI, no puede ser sino la mirada al Dios viviente, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Por eso, dirigiéndose a los jóvenes —en su Mensaje para la Jornada de la Paz—, les dice: «Vosotros sois un don precioso para la sociedad. No os dejéis vencer por el desánimo ante las dificultades y no os entreguéis a las falsas soluciones, que con frecuencia se presentan como el camino más fácil para superar los problemas. No tengáis miedo de comprometeros, de hacer frente al esfuerzo y al sacrificio, de elegir los caminos que requieren fidelidad y constancia, humildad y dedicación. Vivid con confianza vuestra juventud y esos profundos deseos de felicidad, verdad, belleza y amor verdadero que experimentáis. Vivid con intensidad esta etapa de vuestra vida tan rica y llena de entusiasmo».

Quiera Dios que esta nueva Jornada de Enseñanza aliente, junto al ánimo y la esperanza de toda la comunidad educativa, deseos de justicia y de paz, y que la compañía de Santa María de la Almudena nos ayude a abrirnos con confianza e ilusión apostólica al futuro.