«Ni la lluvia, ni nada, nos separa del Papa»... ni de Cristo
Del desconcierto por la tormenta, se pasó a las aclamaciones al Papa. Y de repente, se hizo el silencio más absoluto. Hasta la lluvia calló. Ahí estaba el Santísimo. La centralidad de la adoración en la Vigilia quedó subrayada por el Papa, que renunció a leer su discurso y optó por pasar a lo esencial. «Igual que esta noche, con Cristo podréis siempre afrontar las pruebas de la vida», les dijo a los jóvenes del mundo, a quienes consagró al Sagrado Corazón
«Hemos vivido una aventura juntos». Con esa complicidad se despedía el Papa de los jóvenes, cuando estaba a punto de abandonar Cuatro Vientos, tras la Vigilia del sábado por la noche. Se refería a la tormenta que, desde fuera, pudiera tal vez dar la impresión de que arruinó la velada. Los peregrinos, además, habían vivido antes su purgatorio particular: las altísimas temperaturas de todo el día, las dificultades para entrar, o tener que instalarse en las zonas previstas para los no inscritos, mucho más atrás.
Una vez asimiladas todas las tensiones, por fin llegó el Papa, y comenzó la Vigilia. Tras la entrada de la Cruz de los jóvenes y del Icono de la Virgen, cinco jóvenes le plantearon sus inquietudes. Eran preguntas sinceras, y tan variadas como sus circunstancias vitales. Para Paul, un recién converso inglés, la dificultad era el papel de Cristo como salvador de todos los hombres; para Roselyne, de Kenia, el sentido del sufrimiento de los pobres; la exigencia de la vocación matrimonial y en concreto, el hecho de que muchos católicos se aparten de la Iglesia en materia de moral sexual, preocupaba al estadounidense Robert; y, a Kritzia, de Filipinas, cómo vivir la fe en una sociedad que valora, por encima de todo, el éxito y el dinero.
Y, en una Jornada en la que la nueva evangelización ha estado presente como pocas veces, también hubo un lugar para Kathleen, paisana del Papa, que reconoció:
«No sé si quiero ser cristiana»
«Me atrae la persona de Cristo, pero no sé si realmente quiero ser cristiana. Si quiero ser cristiana de verdad, tengo que renunciar a muchas cosas, y no siento que Cristo se interese mucho por mí… Quisiera pedirle que rece por mí y que me diga por dónde debo empezar».
Cuando el Papa, tras la proclamación del Evangelio, comenzaba el discurso en el que daría respuesta a estas dudas (ver Documentos 35), la tormenta le hizo imposible continuar. Ante las imágenes del Papa que no se movía y de varios paraguas intentando protegerlo, los peregrinos improvisaron nuevos cánticos: «Llueve, llueve, llueve y la gente no se mueve»; «se nota, se siente, el Papa es un valiente», o «ni la lluvia, ni nada, nos separa del Papa». Rafael y Alfonso, dos jóvenes santanderinos, comentaban después: «Fue duro, pero cuando paró, la gente estaba más alegre y más entregada». Por fin, al amainar la lluvia, el Papa pudo volver a tomar la palabra, pero, tras agradecer a los jóvenes su perseverancia -«Vuestra fuerza es mayor que la lluvia. El Señor con la lluvia nos ha mandado muchas bendiciones»-, prescindió de su discurso y dio paso al momento central de la velada.
De rodillas sobre la tierra mojada
La custodia de Arfe ascendió del suelo, ante el silencio expectante de dos millones de personas, y con todo su oro y su plata, esperó humildemente a Cristo Eucaristía. El olor a tierra mojada envolvió a los jóvenes al arrodillarse, y es difícil saber cuánto se prolongó el silencio. No había mejor momento para consagrar a los jóvenes al Sagrado Corazón de Jesús. «Todo el mundo en silencio… me tocó mucho. Y coincidió justo con el momento en que dejó de llover, ¡y en cuanto acabó comenzó a llover de nuevo!», comenta Simon Peter, de Eslovenia. Volvió a llover, sí, aunque ya de forma más suave y breve.
«Firmes en la fe en Cristo habéis resistido la lluvia -continuó la despedida del Papa-. Antes de marcharme, deseo daros las buenas noches a todos. Que descanséis bien. Gracias por el sacrificio que estáis haciendo y que no dudo ofreceréis generosamente al Señor. Os doy las gracias por el maravilloso ejemplo que habéis dado. Igual que esta noche, con Cristo podréis siempre afrontar las pruebas de la vida. No lo olvidéis. Gracias a todos».
Muchos peregrinos, agotados, no tardaron en echarse a dormir en sus sacos. Otros lo retrasaron, y las calles del aeródromo eran un continuo ir y venir de gente, e incluso de grupos bastante ruidosos. «Dimos una vuelta para ver a la gente de tantos países; y luego hemos rezado todo el grupo junto, en el mismo sitio», cuenta Francesco, de Italia. Otros muchos optaron por prolongar la vigilia en una de las 14 carpas-capilla con el Santísimo que habían resistido a la tormenta –un par se habían caído, causando además algunos heridos leves–, y que pasada la una de la mañana estaban llenas.
En busca de una capilla
En ese momento, llegó otro anuncio de la Policía, y otra renuncia: lo más seguro era reservar el Santísimo y desalojarlas. «¿Y dónde rezamos ahora?», se oía. Algunos tuvieron suerte, y descubrieron que, en la carpa de las Misioneras de la Caridad, el Santísimo seguía expuesto, de momento, aunque se rezara desde fuera. Algunos sacerdotes, además, obtuvieron permiso para confesar dentro. También había varias Misioneras. «La gente se acerca a hablar con nosotras –comenta una–. Esto es impresionante. Dios toca a la gente de formas muy distintas, pero muchos han sentido la necesidad de confesarse después de estar un rato ante el Santísimo».
Incluso en la zona de quienes no habían conseguido entrar en el recinto se intentó vivir la noche lo mejor posible. El padre Declan, de Cuenca, cuenta que «tuvimos unos chavales excepcionales que se dejaron la voz con cantos y vítores. Me vinieron a pedir que les dirigiera una vigilia de oración de una a dos de la mañana, y lo hicimos frente a una capilla que estaba abierta. Nos lo pasamos genial, a la barrera la llamábamos Guantánamo, pero sin acritud. La clave: reenfocar el porqué estoy aquí».
Y así pasó la noche. Después de que la megafonía hubiera despertado a los peregrinos y mientras las Hermanitas del Cordero dirigían el rezo de Laudes, el padre Luis Pablo seguía en su silla, aunque reconocía que él había dormido un par de horas -otros sacerdotes, no-. «Usted no se puede imaginar lo bonita que es la experiencia de la reconciliación con jóvenes. Una confesión puede enderezar toda una vida. He visto algunos casos de conversiones. Pero, sobre todo, he confesado a gente que ya está en la vida de la Iglesia», pero que quería vivir la Misa de envío de la mejor forma posible.
«No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios. Permanecer en su amor significa entonces vivir arraigados en la fe, porque la fe no es la simple aceptación de unas verdades abstractas, sino una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios».
«Si permanecéis en el amor de Cristo, arraigados en la fe, encontraréis, aun en medio de contrariedades y sufrimientos, la raíz del gozo y la alegría».
«Queridos jóvenes, no os conforméis con menos que la Verdad y el Amor, no os conforméis con menos que Cristo».
«Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la Tierra».
«Para descubrir y seguir fielmente la forma de vida a la que el Señor os llame a cada uno, es indispensable permanecer en su amor como amigos. Y, ¿cómo se mantiene la amistad si no es con el trato frecuente, la conversación, el estar juntos y el compartir ilusiones y pesares? Santa Teresa de Jesús decía que la oración es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».
Poco antes de la llegada del Papa a Cuatro Vientos, el obispo de San Sebastián, monseñor Munilla, explicaba a los jóvenes el sentido de la consagración al Sagrado Corazón, que iba a tener lugar. «La verdadera consagración de un cristiano, la consagración fundamental, es la que recibimos en el bautismo», que «nos constituye en verdaderos hijos de Dios», pero «necesitamos renovar en momentos determinados de nuestra vida esa consagración, para que ese ser de Dios, no se reduzca a algo meramente teórico, sino que sea una realidad vital».
La consagración de los jóvenes al Corazón de Jesús «responde a las prioridades de la Nueva Evangelización», prosiguió. Corremos el peligro de «poner la prioridad en el hacer antes de en el ser. ¡No nos equivoquemos! ¡Sólo los enamorados enamoran! Para poder llevar a cabo esa tarea de transformación del mundo, lo prioritario es ser de Cristo, tener intimidad con Él… Y esto es lo que el Santo Padre quiere significar… Os invito a reflexionar en las palabras que se van a utilizar en esta consagración: …que sean siempre Tuyos, en la vida y en la muerte. ¡Que jamás se aparten de Ti! ¿No es impresionante esta imagen del Papa, pronunciando dichas palabras en medio de las tempestades de la vida, orando a Cristo por nosotros, y pidiéndole que no se pierda ninguno de los que le han sido confiados?»
Poner en el centro al Sagrado Corazón es también una forma de indicar a la Iglesia el camino para llegar a los alejados. «Lo primero es quererlos, y abrirles el corazón, para que actúe el Espíritu Santo, que es quien hace las cosas», dijo durante una catequesis el arzobispo de Toledo, don Braulio Rodríguez. En el cerro de los Ángeles, mientras Madrid recibía al Papa, el obispo de Coria-Cáceres, don Francisco Cerro, explicaba esta devoción. Monseñor Cerro puso el ejemplo de un obispo de Ecuador, muy travieso de niño, a quien su madre, en lugar de castigarle, le mandaba ponerse frente a una imagen del Sagrado Corazón. Con el tiempo le preguntó extrañado por qué, en lugar del merecido castigo, le enviaba ante Cristo, que no le juzgaba ni le hacía reproches. La madre le respondió: «Eso es lo que quería decirte, que aun cuando ni tú mismo te aguantas, Jesús te sigue queriendo».