Ni en Israel he encontrado tanta fe - Alfa y Omega

Ni en Israel he encontrado tanta fe

Lunes de la 24ª semana de tiempo ordinario / Mateo 18, 21-35

Carlos Pérez Laporta
Cristo y el centurion. Sebastiano Ricci. Pushkin Museum, Moscú (Rusia).

Evangelio: Lucas 7, 1-10

En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de exponer todas sus enseñanzas al pueblo, entró en Cafarnaún.

Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Al oír hablar de Jesús, el centurión le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese a curar a su criado. Ellos, presentándose a Jesús, le rogaban encarecidamente:

«Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga».

Jesús se puso en camino con ellos. No estaba lejos de la casa, cuando el centurión le envió unos amigos a decirle:

«Señor, no te molestes; no soy yo quién para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque también yo soy un hombre sometido a una autoridad y con soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; y a mi criado: “Haz esto”, y lo hace». Al oír esto, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, dijo:

«Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe».

Y al volver a casa, los enviados encontraron al siervo sano.

Comentario

La figura de los amigos aparece con frecuencia en el evangelio. Suelen ser mediadores entre un personaje y Jesús. En este pasaje aparecen tres ejemplos.

Los primeros, son «unos ancianos de los judíos». No dice que sean amigos, pero queda patente que se había ganado su amistad: «Merece que se lo concedas, porque tiene afecto a nuestra gente y nos ha construido la sinagoga». Había llegado a amar al pueblo judío, y había buscado su bien —que era su relación con Dios— al construirles una sinagoga. Él no podía entrar ni participar, pero habría reconocido el bien que ahí sucedía. Y ese reconocimiento, le había abierto al encuentro con Jesús; pues, estaba atento a lo que sucedía en este pueblo y, por eso, pudo «oír hablar de» Él. Su amistad con los judíos le había acercado al encuentro con Él; pues le traen a Jesús, que «se puso en camino con ellos».

El segundo grupo, dice Lucas directamente que son «unos amigos». Salen al encuentro de Jesús cuando «no estaba lejos de la casa». Si andaba cerca, ¿por qué no sale el mismo centurión? No se ve preparado de encontrarse directamente con Él: «no soy digno de que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir a ti personalmente». Por eso, sus amigos interceden, median: estando ellos cerca, traen a su amigo hacia Él: a Jesús le traen las palabras del centurión, sus deseos, su necesidad, y su conversación con Jesús le reporta al centurión el mismo beneficio que si hubiera estado allí presente: la amistad verdadera nos sitúa siempre junto a Jesús.

Por último, no puede pasar desapercibida la amistad del mismo centurión con su criado enfermo. No sabemos si de dónde era el criado, ni su fe. Pero gracias al afecto personal que le tiene el centurión recibe la salud de Cristo: el amor su amo, el centurión, coincidió con la gracia de Cristo.

Con ello se nos revela la forma propia de la amistad cristiana. Aristóteles pone el más alto grado de amistad en amar el bien del otro. Lo que nunca hubiera podido imaginar es que el bien del otro es Cristo. El verdadero amigo es el que te acerca al bien, que es Cristo.