Ni el cuerpo humano ni el social quedarán incólumes - Alfa y Omega
Manifestación de organizaciones feministas contra ley trans en Madrid. Foto: Europa Press / Alberto Ortega.

Mucho se ha hablado acerca de lo que el progresismo llama ampliación de derechos individuales, aunque muy poco se hayan debatido las cuestiones más delicadas y complejas de las dos normas citadas. La rapidez hizo que la ley del aborto se aprobara sin esperar al informe del CGPJ. Esta norma amplía el llamado derecho al aborto hasta la semana 14 y a partir de ese momento, hasta la semana 21, recupera el acceso al aborto para jóvenes de 16 y 17 años sin permiso de sus padres y regula la distribución gratuita de píldoras del día después. Mientras eso sucedía en España, en Estados Unidos, el Tribunal Supremo anulaba la sentencia Roe contra Wade. El aborto dejaba de ser un derecho constitucional, al tiempo que se devolvía a los estados la capacidad para legislar sobre esta materia. Lo que parecía ser un dogma dejaba de serlo para asombro de muchos.

Antes de cerrar el año, se aprobaba la ley trans. También en este caso la urgencia ha hurtado el debate e ignorado la voz de los expertos. Ambas normas están redactadas desde la concepción de una libertad humana absoluta e ilimitada. En el caso de la primera se suprimen los días de reflexión y se niega, por ley, el derecho a enfrentarse a un dilema. Nadie puede acompañar a la mujer que ha decidido abortar, porque la sola presencia de otras voces es considerada un atentado contra la libertad. Sin consentimiento de los padres, como si la familia se considerara lugar natural de coacción, se absolutiza la sola demanda y voluntad. A la desprotección del no nacido se suma la desprotección de los menores que, intencionadamente desvinculados de sus familias, son considerados como sujetos aislados e independientes.

Tampoco las mujeres salen bien paradas. El aborto es violencia contra las mujeres. Nada hay de inocuo en esta práctica, como tampoco lo hay en una ley que legitima el uso de procedimientos médicos y quirúrgicos invasivos en personas sanas. Primum non nocere reza una máxima que invita a no dañar. Pues bien, ni el cuerpo humano ni el cuerpo social quedarán incólumes al paso de ambas normas.