Newman, Moro y Benedicto XVI. Dos londinenses y un Papa - Alfa y Omega

La figura de Benedicto XVI recordando a Tomás Moro en Westminster Hall, de camino a la beatificación de John Henry Newman, invita a la contemplación histórica. A pesar de su martirio, Moro tuvo que esperar cuatro siglos para ser canonizado, aunque no debió importarle. Newman murió en 1890 y, desde entonces, muchos católicos, excepto los ultramontanos, han deseado que lo hicieran Doctor de la Iglesia. Su reconocimiento unánime como auténtico y genial pionero del Concilio Vaticano II valida ese deseo. Su prestigio es tal que ya hay santos haciendo cola para sacarse la foto con el nuevo beato. Ponerlo junto a Moro resulta natural, y no sólo porque los dos nacieran en Londres y estudiaran en Oxford.

Sería fácil decir que Moro dio su vida por el Papa en 1535 y que Newman se hizo papista en 1845. Se dice que Moro murió mártir en defensa de la primacía papal, ejecutado por un tirano que pretendía ser Cabeza Suprema de la Iglesia en Inglaterra; pero no me parece exacto hablar así. Moro no murió por un solo miembro de la Iglesia, por importante que el obispo de Roma haya sido desde los primeros siglos de la era cristiana, sino más bien por la unión de todos los cristianos, por lo que en su época se conocía como la cristiandad y que hoy, en témporas postcristianas, podría entenderse como el pueblo de Dios.

En la primavera de 1833, en su primera visita a Roma, Newman vio con horror a católicos hincándose de rodillas para besar los pies del Romano Pontífice. Moro, que no era nada ceremonioso, hubiera sentido espanto, como el que sintió ante la pretensión de Enrique VIII, por la sencilla razón de que los fieles del mundo cristiano no aceptaban el título. Ser algo así como el Papa de Inglaterra era un desatino colosal. El que los obispos ingleses en su somnolencia (como les diría Moro en su comentario a la agonía de Cristo) lo aceptaran sin mucha oposición, con la sola excepción de John Fisher, el obispo de Rochester ejecutado en junio de 1535, no cambiaba la cuestión. El mundo cristiano no aceptaba la pretensión del rey inglés. La teología reconoce un sensus fidelium, el sentido de los fieles, una cuestión fascinante, y no sólo para teólogos. Los dos ingleses, con el formidable empirismo de su cultura anglosajona, lo vieron con claridad. El Newman anglicano ofrece una crítica del papado (al menos el de su época) que debería ser más conocida por los católicos. El Newman católico nunca disminuyó la importancia de la Sede, pero afirmó la evidencia de que ella sola no es la cristiandad, como era absurda la idea de una Iglesia de obispos y curas sin laicos. De ahí su idea de «consultar a los laicos en cuestiones doctrinales», porque la Iglesia, como escribió en 1859, es «una conspiración de obispos y fieles» («a conspiracy of pastors and faithful»).

Una religión real

Precisamente esa religión real y no de plastilina es uno de los grandes temas en Newman, desde sus años como anglicano fervoroso en Oxford hasta su escandalosa conversión. Este invierno tuve la oportunidad de leer en los tomos de su correspondencia entre 1830 y 1845 y así comprobar, carta tras carta, su pasión por la verdad. No es posible el diario de su viaje por el Mediterráneo entre 1832 y 1833 sin ver la gracia que fue para él salir de su país y ampliar su visión del mundo y de las cosas. La Universidad de Oxford era entonces el centro de formación anglicana, pero no era el mundo ni la cristiandad. De ahí también, como en Moro, su extensa y fecunda lectura de los Padres de la Iglesia.

La pasión por la verdad define al cristiano, y con más urgencia hoy, navegando en aguas del relativismo posmoderno, los conflictos normales de la gestión pública democrática, el respeto a la conciencia ajena, el capitalismo y consumismo rampante, por no decir nada del servilismo intelectual y moral. Sin esa pasión no es posible entender a estos dos ingleses. Moro habla, en sus últimas cartas, de «un respeto a mi propio yo», y el cardenal decía que brindaría por el Papa, pero antes por la conciencia. Los dos perdieron mucho por sus libres decisiones a favor de la verdad en sus conciencias. Moro perdió la cabeza, y la conversión de Newman tuvo también un carácter martirial. Por eso pienso que la mejor introducción al Doctor Newman es su sermón titulado Los riesgos de la fe (The ventures of faith). Haga la prueba y, si la lectura no le dice nada, descanse en paz con algún escape que ofrezcan en televisión.