Jorge Ruiz Aragoneses, claretiano: «Necesitamos influencers que toquen el corazón»
Jorge creció en el fragor de un conocido restaurante de Segovia que regenta su familia. Allí heredó a poner pasión en todo lo que hace hasta que se cruzó con la vocación religiosa. Renunció a seguir en el negocio familia y dio el sí a Jesús para ser misionero claretiano. La semilla que se había depositado en él durante su etapa en el Colegio Claret brotó. A punto de los votos perpetuos, Jorge tiene muchas cosas que decir como joven y como acompañante de jóvenes
¿Cómo surge tu vocación?
Mi infancia estuvo marcada por un contacto muy positivo con los claretianos de Segovia –estudié en el Claret– y por las claretianas, a las que pertenece mi hermana mayor. Me encontré con gente muy disponible y abierta.
¿Y luego?
Con el paso del tiempo, uno va dando vueltas hasta que en Bachillerato comencé encuentros vocacionales. Y te planteas la posibilidad de ser misionero y tener la misma pasión por la vida de la que hablaba antes.
¿Cuándo das el paso?
Fue en el cuarto curso de Pedagogía en la Complutense cuando decido que al año siguiente entraría en el postulantado.
Supongo que no fue fácil…
La decisión coincidió con el proceso de reestructuración de la empresa familiar, del paso de padres a hijos. A mí se me daba bien y estaba muy a gusto trabajando con mis padres y hermanos, pero tenía la intuición de que Dios quería algo de mí y un deseo de que mi vida fuera algo más.
¿Qué te dijeron tus compañeros de facultad?
Eso fue un mundo. De 100, solo seis éramos varones. En mi grupo, el único. No creía casi nadie, había alguna bautizada, pero nada más. Les expliqué en un bar que me iba al seminario. Su respuesta fue muy espontánea: «A ver, entonces tu churri es Jesús, ¿no?» [risas]. Sigo teniendo relación con ellas, se preocupan y me han ido apoyando en los pasos que he ido dando.
Además del ejemplo de otros claretianos y la acogida, ¿qué es lo que te atrapó de este carisma?
Me encanta lo que dice Claret de ser hombres de fuego, apasionados. Me parece un horizonte brutal de sentido. Tenemos una imagen como modelo de vida muy interesante. ¿A quién no le gustaría ser hombre de fuego?
¿Y cómo se lo explicamos a un joven de hoy?
La clave está en ser significativos. ¿Por qué los influencers molan? Porque son gente que marcan tendencia, son gente que tiene algo que decir. Y creo que hace falta gente que tenga algo que decir distinto y que, además, haga bien; que no solo entretenga, sino que lance un mensaje que toque el corazón. Ser hombre de fuego va por esos derroteros, significa estar al 100 %, tener una pasión tan fuerte que quema, que abrasa por donde pasa.
¿Es el acompañamiento la clave?
Debemos poner en valor el acompañamiento que realizamos pues siempre hay crisis, problemas, situaciones complicadas en las que estar presente. Acompañar tiene mucho que ver con ayudar a colocar las piezas de una vida.
Y que sea personal, ¿no?
A mí, que me gusta mucho el jolgorio y el ajetreo, confieso que la propuesta de fe y el acompañamiento tienen que pasar por un grupo pequeño.
¿Cómo es tu experiencia con ellos?
Tengo una conexión grande a pesar de que no es fácil mantenerla durante la formación para la vida religiosa pues, en el fondo, te desconectas un poco. Pero soy hijo de mi tiempo, de mi cultura, me sigue gustando Operación Triunfo… Y mostrarme así, con todo lo que soy, les llama la atención. Yo, como joven, estoy harto de los lenguajes que están desconectados de nosotros. Por eso, debemos debemos atender la sensibilidad del momento e identificarla para encajar mejor nuestra propuesta.
¿Qué esperas del Sínodo?
El Papa, de alguna manera, nos está corrigiendo, porque es la etapa pastoral más difícil, al menos en nuestro entorno. Tenemos análisis muy buenos, pero pocas opciones definidas y, sobre todo, significativas, que es lo más complicado. Estamos perdiendo un tren. El Sínodo nos va a ofrecer una hoja de ruta, además de decirnos de una manera implícita que nos estamos durmiendo en los laureles.
¿Intuyes que esperan los jóvenes?
Lo que piden a la Iglesia es que allí donde estén sean acogidos. No esperan un reconocimiento o ser más visibles, sino que se limpien los estereotipos.