A la orilla del gran río Narmada hay un humilde pueblo de pescadores que se ganan la vida pescando en el río, usando viejos botes reciclados.
Hace años que acostumbramos a celebrar la Navidad en ese pueblo con una solemne Misa en medio del gran río donde, amarrados ocho o nueve botes y echando ancla, se juntan unos 200 pescadores con sus mujeres y niños. La mayoría no son cristianos, pero les encanta oír que el trabajo no degrada a nadie. Y que Dios ama y bendice a todo el que se gana el pan o el pez con el sudor de su frente.
También los deja pensativos cuando oyen que el nacimiento del Hijo de Dios en la pobreza de una humilde familia no es un cuento mitológico, sino una maravillosa realidad histórica; al igual que los muchos años de vida oculta como hijo del carpintero en Nazaret… O el resto de su corta vida hasta morir en la cruz.
A la hora de distribuir la comunión, para no volcar los botes, un líder va solo distribuyendo la comunión a los bautizados. Y otro va repartiendo trocitos de coco (prasad) a los no bautizados. Finalizada la Misa, todos cenamos en los botes un sencillo menú de biryani (un plato de arroz) que los mismos líderes van distribuyendo por aquello de que ubi Misa, ibi mensa.
Al desembarcar me quedo de pie en la orilla despidiendo a todos y con la certeza de que el Dios de Jesús ama y bendice a cada uno de esos humildes y curtidos pescadores que con una sonrisa genuina y natural se van despidiendo mientras me desean feliz Navidad.