Nagham Hasan: «Vivir en campos de desplazados impide la recuperación de las yazidíes»
La ganadora del Premio Nansen para Oriente Medio y el Norte de África, de ACNUR, es ginecóloga y atiende a yazidíes supervivientes del Dáesh
Nagham Hasan está orgullosa de cómo algunas de las mujeres yazidíes esclavizadas por el Dáesh han llegado a convertirse ellas mismas en activistas y defender sus derechos. Entre ellas, está la misma Nadia Murad, que fue paciente suya antes de convertirse en una figura pública y ganar el Premio Nobel de la Paz en 2018. Al ver las terribles secuelas de la violencia física y sexual que sufrieron otras mujeres yazidíes entre 2014 y 2016, Hasan, ginecóloga de profesión, decidió poner en marcha Hope Makers. Su trabajo le ha merecido uno de los premios Nansen regionales que ACNUR entregó el 10 de octubre, junto al Premio Nansen con el que el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados reconoció a la excanciller alemana Angela Merkel por la acogida de su país a los refugiados en 2015.
Usted misma es yazidí. ¿Cómo le afectó personalmente la irrupción del Dáesh en 2014?
Estoy entre las pocas afortunadas que pudo escapar del peligro inmediato. Cuando oímos que estaban asesinando a los hombres y secuestrando a las mujeres, mi familia y yo nos vimos obligados a huir de nuestra casa y vivir desplazados.
He recibido muchas amenazas de miembros del Dáesh diciendo que se vengarán de mi por mi apoyo a las víctimas; también contra miembros de mi familia. Sin embargo, cuanto más visitaba los campos de desplazados donde vivían estas mujeres en condiciones muy duras en el calor de agosto, más veía que no podía dejar de apoyarlas, con las injusticias que habían sufrido. Mi firme creencia en esta causa me hacía seguir.
¿Cómo empezó a conocer a las supervivientes de la esclavitud?
Conocí a las dos primeras supervivientes que llegaron al Kurdistán. Estaba asustadas y no confiaban en nadie. Les daba miedo todo. Tuve que visitarlas a ellas y a las demás muchas veces para establecer una confianza y ayudarlas a creer una vez más en sí mismas y en el mundo. El hecho de ser yo también yazidí me ayudaba. Después de eso, era la comunidad la que recurría a mí cada vez que una superviviente se presentaba como tal, para que las tratara.
Además de la atención médica, intentaba empoderarlas. Les decía a todas: «¡Eres un orgullo! Eres muy valiente y fuerte. Quizá yo no lo habría sido tanto en tu lugar». Así las ayudaba a recuperar su autoestima. Después muchas se han hecho activistas y defienden sus derechos dentro y fuera de sus comunidades.
¿Siguen llegando mujeres liberadas?
Esperábamos encontrar a muchas supervivientes. Desgraciadamente, el número de yazidíes rescatadas ha sido pequeño. Muchas han sido asesinadas, y unas 3.000 siguen desaparecidas. Esperamos que pronto encuentren el camino de vuelta a casa.
¿Cree que es posible?
Es muy difícil sin convocar una investigación internacional que incluya también al Gobierno federal de Irak y al regional del Kurdistán. Hemos pedido que se haga. Las familias de las mujeres que siguen desaparecidas están emocional y mentalmente exhaustas. Se preocupan por el destino de sus hijas desaparecidas.
¿Qué secuelas médicas sufren estas mujeres?
El impacto es enorme. Además de las secuelas físicas de las violaciones, muchas sufrieron daños por las bombas durante la guerra. También padecen dolores en las piernas y la espalda como consecuencia de la tortura y las palizas en las cárceles del Dáesh. Son dolencias que necesitan un tratamiento largo. Pero muchos de los programas de atención sanitaria a las supervivientes son a corto plazo y bastantes de estas cuestiones quedan sin resolver.
Por otro lado, es frecuente que tengan anemia. Estuvieron malnutridas en las cárceles del Dáesh y siguen teniendo una dieta muy pobre por su situación económica como desplazadas.
¿Y psicológicamente?
El daño psicológico excede con mucho al físico. Estas mujeres fueron sometidas a un trato inhumano en cautividad: violaciones individuales y en grupo, maltratos físicos y verbales. A muchas las vendieron en las redes sociales y en mercados de esclavas. Se violó su intimidad. Las enfermedades mentales, como la depresión, les causan mucho dolor. Algunas han mencionado el deseo de quitarse la vida. Hace falta reforzar programas a largo plazo.
Pero usted es ginecóloga, no psicóloga. ¿Cómo las ayuda en este aspecto?
Llegando a ellas como yazidí, podía hacer que confiaran en mí y se abrieran. Las ayudaba a verlas como heroínas más allá del estigma de las supervivientes de la violencia basada en el género. Pueden llamarme en cualquier momento, incluso en mitad de la noche, y las acompañaré al hospital o lo que haga falta. Este apoyo hace que se sientan seguras y empoderadas y las ayuda a abrirse. Así, empezaban a escuchar a los especialistas y a participar en las sesiones de apoyo psicológico que se ofrecían por aquel entonces.
¿Lo hacía su ONG, Hope Makers? ¿Cuáles son exactamente sus proyectos?
Se llama así porque queremos crear esperanza en sus corazones. Muchas veces se han quedado sin ninguna. Cuando notamos que crecía el número de las que se planteaban el suicidio por la mala situación económica y psicológica, nos centramos en ese aspecto. Tenemos psiquiatras y psicólogos que trabajan muy de cerca con estos casos. Los intentos de suicidio suelen derivar de una depresión grave y requieren tratamiento médico por parte de un especialista. Los psiquiatras se lo brindan, y luego nosotros les ofrecemos formación profesional, clases de yoga y otras muchas actividades para ayudarlas a recuperarse.
Uno de los desafíos es que no tenemos apoyo para conseguir medicamentos para la depresión. La ayuda que nos llega del Fondo de Población de Naciones Unidas, por la que estamos muy agradecidos, es para sesiones de concienciación y apoyo psicológico. Pero nos cuesta encontrar los recursos para ofrecerles los medicamentos que necesitan algunas.
¿Qué perspectivas tienen de recuperarse?
Después de la liberación han vivido en campos de desplazados en condiciones muy duras. No tienen luz y pasan mucho frío en invierno y mucho calor en verano. Esto contribuye al daño psicológico, impidiendo su recuperación. Incluso las que muestran signos de mejora rápidamente vuelven a punto de partida por las malas condiciones de vida.
Las que han sido capaces de viajar y comenzar una nueva vida en otro sitio han hecho avances notables en comparación con las que siguen en las mismas condiciones. Ya no tienen que seguir viviendo en un sitio donde pasaron tanto miedo; están alejadas de las conversaciones sobre el Dáesh, y tiene acceso a una buena atención sanitaria. Obviamente no es un camino de rosas, aún luchan por superar lo que vivieron. Pero están en camino hacia la recuperación.
¿Qué tipos de atención les falta a las mujeres que siguen en los campos de desplazados?
El apoyo para ellas debería ir más allá de la ayuda humanitaria y de una paga mensual. Debería incluir ayudas para recuperarse. Necesitamos más proyectos económicos que las ayuden a tener ingresos. Hay que trabajar unidos para ayudarlas a reconstruir su personalidad, su autoestima y finalmente su vida.
La ganadora del Premio Nansen, la excanciller alemana Angela Merkel, va a repartir los 150.000 dólares del galardón entre las cuatro entidades regionales ganadoras. ¿Cómo va a emplear esos 25.000 dólares?
Estoy muy agradecida por esta generosidad. Nos ayudará a expandir nuestro apoyo para empoderar a las supervivientes yazidíes y a las refugiadas en Irak. Es un buen punto de partida. Necesitamos más apoyo de la comunidad internacional para atención sanitaria, apoyo educativo y para generar ingresos. También quiero expandir mi experiencia a todas las mujeres obligadas a abandonar sus casas en el mundo, y especialmente en Oriente Medio y el Magreb, y que pueden estar sufriendo en silencio.