«Nadie tiene amor más grande»
6º domingo de Pascua / Evangelio: Juan 15, 9-17
Este domingo continuamos leyendo el capítulo 15 del Evangelio según san Juan, que integra el corazón del mensaje de Jesús a sus discípulos en el ámbito de la última cena. Los términos que más se repiten son permanecer y, sobre todo, amar. Con este discurso, Jesús no busca dar una explicación teórica sobre lo que significa el amor de modo genérico, sino situarse Él mismo como mediador de ese amor entre Dios y los hombres. Él es, sin duda, la constatación máxima de la predilección del Padre por nosotros. Por otro lado, es natural preguntarse sobre el significado de este pasaje y el de hace ocho días –que comparaba nuestro vínculo con el Señor con el de la vid y los sarmientos– en el contexto de la Pascua. En efecto, el ritmo de lecturas dominicales de este tiempo –centrado las tres primeras semanas en las apariciones del Señor–, parece haberse truncado con el Evangelio del domingo del Buen Pastor. Sin embargo, una vez comprobado el hecho de la Resurrección, los discípulos han de ir asumiendo paulatinamente el estilo de vida propio del Maestro, para que ellos la concreten en su vida y la transmitan al resto de miembros de la Iglesia. El tiempo pascual celebra de modo especial el nacimiento y la extensión de la Iglesia, como constatamos con la continua lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles. Y quienes se acercan a ella no solo deben conocer unas determinadas reglas y modos de comportamiento. La pertenencia a este cuerpo, el cuerpo de Cristo, va unida a una comprensión de la propia vida en función del modo de vivir, de obedecer y de amar de Cristo. Se trata de asumir el tipo de amor al que estamos llamados, cuál es la procedencia de ese amor y cuál es la máxima expresión del amor de Dios con los hombres.
Dios como fuente de amor
Esta afirmación nos previene contra la tentación de pensar que el amor verdadero procede de modo exclusivo de nuestros buenos sentimientos y deseos hacia los demás, o de una generosidad y benevolencia innatas. Al mismo tiempo, nos permite entender que el amor efectivo no siempre está unido con el afectivo. Jesús se ubica varias veces como lugar al que podemos mirar para comprender esta realidad, en particular con las frases «que os améis unos a otros como yo os he amado» y «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos».
Por lo tanto, si el Padre es la fuente del amor, Jesús es el mediador por excelencia de ese amor, que nos muestra y transmite a nosotros, no únicamente para que respondamos a Dios con ese amor. De hecho, el pasaje de este domingo no insiste en la necesidad de responder a Dios amándolo como Él nos ama, pero sí subrayando varias veces que nos amemos entre nosotros de esa manera. Así pues, solo podemos amar verdaderamente a los hermanos si lo hacemos de la misma manera que Dios nos ha amado y se ha entregado por nosotros. Supone, en definitiva, una llamada a entregar la vida.
Las palabras de Jesús a sus discípulos son, a la vez, una confesión de la predilección que tiene por ellos; algo que puede hacerse extensivo a los cristianos de todos los tiempos. Si el amor parte de Dios, la elección parte del Señor y supone la concreción de ese amor.
Dios nos ama eligiéndonos para una misión, mirándonos personalmente e involucrándonos en la vida de la Iglesia de este modo. Al contrario de lo que frecuentemente sucede en la vida ordinaria, donde habitualmente se busca a las personas por determinados intereses, Dios no necesita absolutamente nada de nosotros. Nos ama, nos elige y nos envía a una misión mirando solo por nosotros. El objetivo de este amor y envío es «para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca».
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros».