Nacieron muertos, pero tenían nombre
Un informe pionero en España revela las carencias en la atención a las familias que pierden un hijo durante el embarazo
«No hay latido». Fue la noticia que en agosto de 2015 dio un vuelco a la vida de Laura y Miguel, un matrimonio de Zaragoza que esperaba con ilusión a su primera hija, Iris. Antes de que indujeran el parto, pidieron permiso para asimilarlo paseando por un parque cercano. En ese rato «decidimos que íbamos a recibirla con el mismo amor». Aunque por aquel entonces el Hospital Miguel Servet de Zaragoza no tenía su actual protocolo de muerte perinatal, «la atención fue muy buena. Estábamos bastante tranquilos, pero incluso cuando la situación nos abrumaba, la matrona, un encanto, nos ayudó a centrarnos», cuenta ella. Aunque Iris venía de nalgas fue parto vaginal, recomendado en estos casos porque facilita la recuperación de la madre y el contacto con el hijo fallecido.
Laura estuvo piel con piel con la pequeña, Miguel fue a pesarla con la matrona, y los dejaron a solas con la niña «el tiempo suficiente para despedirnos nosotros y más familiares». También pudieron sacarle fotos y se llevaron a casa el gorrito, la manta con la que la envolvieron y las huellas de sus pies. Hoy ayudan a otros padres en la misma situación a través de la red El Hueco de mi vientre, una entidad que acompaña a las familias en casos de muerte perinatal. Saben que, salvo la ausencia total de seguimiento psicológico posterior, su experiencia es casi un catálogo de buenas prácticas. «Para nosotros lo más importante fue que la trataran como si estuviera viva, que la llamaran por su nombre, y poder estar con Miguel y con ella».
Queda mucho por hacer para que todas las familias sean tratadas así. Así se desprende de la Encuesta sobre la calidad de la atención sanitaria en casos de muerte intrauterina, una investigación pionera en España elaborada por la asociación Umamanita, que también trabaja en este ámbito. Según el informe, solo el 66,7 % de las 796 familias encuestadas están satisfechas con la atención recibida. Menos de la mitad (45,1 %) recibió suficiente información sobre las distintas opciones que tenían. Y el 25 % sintió que el personal sanitario las trataba sin respeto.
La poca calidad de la atención se refleja en datos como que la mitad de las mujeres fue sedada –una práctica contraindicada porque puede prolongar el duelo–, tres de cada diez dieron a luz solas, y a una de cada cuatro embarazadas de más de 26 semanas se le hizo cesárea. Poco más de la mitad de padres y madres vieron a su hijo, por lo general solo unos minutos; solo tres de cada diez conservan algún recuerdo, y en una proporción similar de casos les hablaron de su hijo como «feto». Se recoge incluso que un 42,9 % de las madres oía llorar a niños nacidos vivos desde su habitación.
El informe reconoce que casi todas las medidas de apoyo psicosocial han mejorado en los últimos años. Pero critica que la atención sea peor cuando la muerte se produce en el segundo trimestre en vez de en el tercero, pues lo prematuro de la pérdida no reduce el dolor. Y recuerda que cuando el personal sanitario «minimiza el significado de la muerte, señala a las familias que la vida de su hijo no es socialmente importante».