«Muy muerto he tenido que estar para matar a alguien»
La pastoral penitenciaria centra sus esfuerzos hoy en ser agentes de reconciliación en la prisión y en la sociedad. Lo hace a través de la justicia restaurativa, que devuelve el protagonismo a la víctima y ayuda al agresor para que ambos comiencen un nuevo camino. La clave es «el perdón que sana y cura, que derriba la violencia y la venganza», afirma el capellán de la cárcel de Villabona, en Asturias
«Estuve en la cárcel y vinisteis a visitarme». Esta cita evangélica explica bien aquello que hacen los capellanes de prisiones y los miles de voluntarios que dedican su tiempo a ayudar a los más marginados de la sociedad. En el fondo, confiesa a este semanario José Antonio García Quintana SJ, capellán de la cárcel asturiana de Villabona, se trata de «llevar el Evangelio a prisión, que es un mensaje de reconciliación con Dios, con los demás y con uno mismo». Es en este marco en el que se inserta la propuesta de la Iglesia, que viene trabajando desde hace años, en torno a la llamada justicia restaurativa, aquella que busca que el infractor tome conciencia de sus actos y consecuencias, se produzca un encuentro donde pida perdón a la víctima e incluso pueda reparar el daño. Acota José Antonio: «Lo que viene a proponer la justicia restaurativa, reparadora o compasiva es que se ponga el foco en la víctima y en el agresor u ofensor, sin estigmatizar al segundo. No se le llama criminal ni delincuente; se le ve como un sujeto que, de alguna manera, también ha sido dañado. Me decía un preso que “muy muerto tenía que estar en ese momento para llegar a matar a alguien”».
Para alcanzar la mediación que desemboque en la justicia restaurativa se ha de partir del acompañamiento. Lo principal y más importante es acompañar y estar al lado de las personas que han cometido un delito. «No buscamos que los procesos acaben en un proceso de justicia restaurativa al uso. Es más, la mayoría de las ocasiones no acaba ahí. Pero sí que es verdad que en el proceso de reconciliación personal consigo mismo y con Dios, hay un momento en que se da el paso a reconciliarse con la sociedad, con la víctima», asegura. Hay un deseo de reparación. Para los capellanes de prisiones, se inicia con el victimario, el agresor. «Cuando acompañas a un interno, llega un momento que se siente confrontado y inicia un proceso de reconocimiento del daño, de petición de perdón y de reparación que, en ocasiones, se hace vía comunidad», añade el capellán de Villabona, que conoce cómo algunos miembros de bandas armadas, después de cumplir sus penas, trabajan en centros cívicos.
En este proceso, el perdón es muy importante, prosigue Quintana, pues muchos internos viven con dolor y sufrimiento los delitos que han cometido, y aunque tienen que pagar su pena y es bueno que así sea, sienten un gran alivio al verse reconciliados con Dios. «A veces incluso se confiesan dos o tres veces hasta que asumen que Dios los perdona», explica. El proceso en búsqueda del perdón es también enormemente complejo y difiere en cada persona. Tiene que haber un relato de toma de conciencia del daño causado, de arrepentimiento, de petición de perdón, de deseos de cambio y reparación. «En definitiva, es el proceso que nos indican los manuales clásicos del sacramento de la Penitencia. La dimensión transcendente es fundamental a nivel personal. El perdón nos viene de fuera, nos viene de Dios, es la reconciliación por la que Dios nos restaura en nuestra condición de hijos, de hermanos de los demás. Y eso tiene una dimensión personal y comunitaria, como no podría ser de otra forma», sostiene.
«Aunque la justicia ordinaria siga su curso, la justicia restaurativa pone el foco en la víctima y el victimario. Cuando alguien hace daño, se lo hace a una persona no solo al Estado de Derecho o a la ley y las normas. Cada delito lleva consigo un daño a alguien y a la comunidad y, por eso, el interno tiene que caer en la cuenta. Personalizar es muy importante. Al final del proceso, uno puede llegar a perdonarse e incluso ser perdonado, pero esto no conlleva la vuelta a la situación inicial. Nunca las cosas volverán a ser como antes ni tampoco es bueno que sea así. El daño causado lleva consigo una reubicación de los actores que han intervenido. Pero el perdón sana y cura, aunque nos indica un nuevo camino a seguir. El perdón derriba la violencia y la venganza en la que podríamos quedar atrapados. En este sentido, necesitamos ser muy generosos», explica.
Para que se ponga en marcha la justicia restaurativa el primer paso lo tiene que dar el agresor que, en su proceso de reflexión en la cárcel, se pregunta por la víctima y pide encontrarse con ella. En el caso de los presos de bandas terroristas es lo que se denominó Vía Nanclares, que ha quedado en suspenso en los últimos años. El padre José Antonio ha vivido, en este sentido, experiencias hermosísimas de reinserción en la sociedad y deseos de reparación. Y añade: «Hay experiencias como estas que todavía no pueden salir a la luz; tiene que pasar tiempo. Todavía está muy reciente la violencia que se vivió en el País Vasco».
Fuera de la cárcel
En el caso del País Vasco, esta experiencia de reconciliación ha tenido eco también fuera de las prisiones, gracias a la iniciativa Paz y Reconciliación del Obispado de Bilbao, que propicia espacio de encuentro entre víctimas y victimarios, de gente de todo el espectro político, para que se pueda hablar del sufrimiento que la gente ha pasado durante todos estos años. «Casi todas las personas que participan tienen una víctima cercana y el poder narrar esas experiencias en este momento de paz social es muy importante. Y es algo que nosotros como Iglesia podemos aportar. La finalidad es que la gente se encuentre y la Iglesia tenga una palabra desde su experiencia de reconciliación, misericordia, mediación…», explica José Antonio, que está implicado en esta iniciativa, que dirige el jesuita Manu Arrúe.
El último encuentro se celebró este año en Amorebieta, al que asistieron empresarios que sufrieron extorsión, personas que fueron víctimas de torturas, relatos de familiares de víctimas, familiares de presos, etc. y que narraban su dolor. La reunión comienza con la lectura del Evangelio, de relatos de la Pasión de Jesús, de su maltrato, de su juicio y también de apariciones del Resucitado que muestren que después de la muerte hay una nueva vida. «Lo bonito es que en estos encuentros no se juzga, sino que se escucha. Se escucha el sufrimiento y, desde la experiencia de la fe, se construye un futuro común», añade el capellán de prisiones.
Para otros delitos
Pero aunque la justicia restaurativa es tan necesaria para realidades como la que se ha vivido en el País Vasco durante tantos años, lo cierto es que su aplicación puede tener lugar en cualquier otro ámbito penal. «La queremos para todos, que se pueda extrapolar a otras dimensiones, porque todos tienen necesidad», explica José Antonio. Y añade que «siempre que el interno afirma que quiere, de algún modo, ponerse en contacto con la víctima, ahí se inicia el proceso de mediación», al tiempo que reconoce que el capellán es en la cárcel de los pocos contactos que los presos tienen con el exterior y una presencia gratificante. También para los funcionarios de prisiones, que valoran mucho la presencia religiosa.
De hecho, lo que más piden al sacerdote es hablar: «Todos los días tengo instancias en mi mesa que me piden un rato de conversación. Yo voy por los distintos módulos y suelo hablar con ellos en el patio, paseando, aunque si es un tema delicado o quieren confesarse nos vamos a un despacho. Como no somos ni funcionarios ni representamos al Estado, nos cuentan cosas que no cuentan a nadie».
Una agresión seria a una persona costó al agresor pena de prisión de varios años. Cuando llegaba el tiempo de poder salir de permiso, pidió a una institución de acogida que pudiera ser el lugar donde pasarlo. Se planteó, todo conforme a derecho. En este caso, la persona agredida todavía recordaba la agresión. Y con el permiso se asustó y cundió una cierta alarma social. Por ello, la Defensoría del Pueblo pidió a la persona responsable de la institución de acogida que pudiera mediar entre el agresor y la agredida.
Primero se habló con la víctima, que estaba muy afectada. En la primera conversación, expresó su miedo y desde la institución de acogida le aseguramos que el victimario estaría siempre acompañado, que nunca saldría solo. Asimismo, nos manifestó que veía mucha preocupación por el agresor, pero no así por la víctima.
En cualquier caso, siguió hablando con el mediador, que le explicó que hay instituciones que quieren dar una oportunidad a los que quieren comenzar de nuevo su vida porque lo han hecho mal y han hecho daño. Sigue sin fiarse de las intenciones del agresor ni de su reintegración.
Ya en conversación con el agresor, el mediador le planteó hasta qué punto reconocía el daño y si estaba arrepentido, a lo que respondió afirmativamente. Respuesta que se traslada a la víctima, que pidió una prueba de su arrepentimiento. Como sabía que por buen comportamiento estaba trabajando en prisión, le pidió una cantidad de ese dinero que ganaba, para costear algo los gastos médicos derivados de su agresión.
El agresor se comprometió a pagar y se alcanzó el acuerdo para ingresarle una cantidad al mes. La prisión se plantearía recuperar los permisos para el victimario. Quedaron claras las condiciones. La verdad fue que el victimario se comprometió, pero no cumplió. Por lo tanto, la institución penitenciaria no dio más permisos. Y la víctima se afianzó en su desconfianza.
Entonces ¿para qué sirvió la mediación? De cara a la víctima, para descubrir que la sociedad no solo se preocupa de los victimarios sino también de las víctimas. Y eso desde una institución como la Defensoría del Pueblo. Se sintió escuchada y pudo plantear sus reivindicaciones de cara a sentirse protegida. Y sintió que la sociedad desea que ella salga adelante, no menos que el victimario, por supuesto. Recuperó una cierta confianza en la sociedad
De casa al agresor, se le dio la oportunidad de reparar a la víctima y así mostrar sus intenciones de arrepentimiento. Esta vez quedaron claras, por los hechos, al no pagar, que esas intenciones no eran reales.
Cada caso es cada caso. Y con la mediación se llega a donde se llega… La Defensoría del Pueblo dio por buena la mediación y la dio por terminada después de hablar de nuevo con la víctima, que siguió su proceso de recuperación del daño recibido.
Manu Arrúe, SJ
Delegado de Paz y Reconciliación de la diócesis de Bilbao
La Iglesia en España apuesta por la justicia restaurativa desde hace varios años. En las últimas jornadas de capellanes de prisiones y delegados de Pastoral Penitenciaria, la pasada semana, se abordó esta cuestión. Tal y como recuerda el director del Departamento de Pastoral Penitenciaria de la Conferencia Episcopal Española, el mercedario Florencio Roselló, a raíz del Jubileo del 2000 se comenzó a plantear esta pastoral desde un punto de vista de la justicia restaurativa más que punitiva. De hecho, en los distintos congresos nacionales de Pastoral Penitenciaria que se han venido celebrando desde entonces, esta dimensión está muy presente.
«La Iglesia entiende que no es suficiente la respuesta del sistema penal. A la víctima, según el delito, esto no la satisface, ya que se vuelve invisible y lo que necesita es ser escuchada, visualizar el delito en la persona del infractor. La justicia restaurativa es un deber para con la víctima. Además, ha evitado el ingreso en prisión de bastantes infractores», explica a Alfa y Omega.
Tal y como explica Florencio Roselló, se trabaja tanto en la prisión como en libertad: «Nos interesa la persona más que la pena; nos interesa la reconciliación más que el castigo. Este tipo de medicación se realiza siempre bajo la tutoría de los jueces, de los que depende el delito denunciado».