Música callada durante siglos vuelve a sonar en la catedral de Salamanca
Una voluntaria ha colaborado con el archivo catedralicio para catalogar 4.000 piezas de uno de los fondos musicales más importantes del país
«Habría pagado mucho por ver algunas de las celebraciones religiosas en la catedral de Salamanca» durante el Barroco, asegura la musicóloga Josefa Montero. «Cuando consagraron la catedral nueva en 1733, las fiestas debieron de ser antológicas». Además de ser profesora de Música en un instituto, esta experta lleva dos décadas colaborando de forma desinteresada con el archivo catedralicio de la ciudad castellana, que es «musicalmente muy interesante» dentro de los archivos de la Iglesia.
Aunque en general entre la documentación que custodia cada diócesis hay partituras y otros documentos de bastante valor musical, el fondo de Salamanca tiene especial relevancia porque la universidad tuvo Cátedra de Música desde el siglo XIII. «Si alguien aspiraba a venir aquí de maestro de capilla para la catedral, era muy atractivo optar también a este puesto», apunta Montero. Eso llevaba a la ciudad a muchos artistas de calidad, que «debían pasar unas oposiciones muy complicadas». Todo ello hizo que la capital charra contara con unos «maestros impresionantes». Por contrato, «tenían que componer la música necesaria para el culto». En momentos fuertes como la preparación de la Navidad y del Corpus Christi, la carga de trabajo era tal que «durante un mes les permitían no acudir al rezo de las horas canónicas en la catedral», en las cuales también debían cantar.
Efectos de sonido
Si componer piezas era importante, no lo era menos interpretarlas. En el Barroco la catedral llegó a contar con «una orquesta completa con violines, oboes, trompas, clarinetes, además de un grupo de solistas y coro». De hecho, en el afán por solemnizar las celebraciones se llegó a «poner cantantes en distintos lugares del templo» para lograr efectos de sonido. No es de extrañar así que por aquel entonces «la música se llevara gran parte del dinero de esta iglesia». Algunas de las obras de la época «no parecen religiosas. Tienen partes casi operísticas». Sin embargo, estos excesos no llegaron muy lejos. «Desde la jerarquía se empezó a criticar que la gente oía en el templo una música igual que la que había escuchado la noche anterior en el teatro» y este estilo cayó en desuso, explica la musicóloga.
Cientos de años después, estas piezas y otras de todas las épocas tienen una nueva oportunidad. A comienzos de siglo, Montero empezó su colaboración con el Archivo de la Catedral de Salamanca catalogando su fondo musical. Hasta entonces, ella era solo una de los muchos músicos que lo consultaban —de ellos viene el mayor número de solicitudes, señala—. Pero «de repente, al director se le ocurrió colaborar juntos en este proyecto». Así, se ordenaron y se extrajo la información básica de unas 4.000 piezas, en su mayor parte composiciones propias de los distintos maestros de capilla.
Pero su labor no ha quedado ahí. «Hemos transcrito algunas y hemos hecho que las interpreten grupos musicales», explica. El proceso no es tarea sencilla. Empieza introduciendo nota a nota las partes de cada instrumento en un programa informático específico y termina teniendo que buscar a «un grupo bastante grande» de músicos especializados en cada época que las toque. Han llegado a contar con intérpretes de la talla del Ensemble Plus Ultra, una formación británica que visitó Salamanca en septiembre de 2022, apenas unos días después de cantar en el funeral de la reina Isabel II. El balance que hace Montero de esta labor de recuperación es que, a pesar del ritmo frenético al que los maestros de capilla debían componer a veces, «hasta ahora no hemos encontrado nada que no merezca la pena».
En este sentido, las piezas más célebres son las composiciones para la Semana Santa de Manuel José Doyagüe (1755-1842). Cada año, la Junta de Semana Santa organiza la interpretación de una selección de ellas. El acto se conoce como el Miserere de Doyagüe, pues siempre se canta una de la media docena de obras que compuso para el salmo 50. «Fueron piezas tan famosas en su día que hasta se publicaron escritos novelescos especulando sobre de dónde le venía tanta inspiración», relata Montero. Otra estrella del archivo es Sebastián de Vivanco (1551-1622), de cuya muerte se celebró hace dos años el cuarto centenario. «El máximo especialista en él es un australiano», detalla como anécdota.
Una seña de identidad del archivo catedralicio de Salamanca en cuanto a la música se refiere es que «es la única catedral que tiene un conjunto tan completo de instrumentos, sobre todo renacentistas: uno de chirimías», antecesoras del oboe, con todas las tesituras —soprano, alto, tenor y bajo, como la voz humana—; también un oboe barroco, un bajón —similar al fagot— y tres trompas del Romanticismo. Además, «hay estuches de instrumentos, como flautas. Estas no se conservan, pero con las fundas se puede saber qué afinación tenía cada una». Se trata de un fondo «en el que está interesada muchísima gente de distintos países». Todos los instrumentos han sido restaurados, si bien «no se podrían tocar porque les falta la embocadura. Pero tampoco se pretende. Se hacen réplicas y son esas las que se usan».