Así son las colectoras del Seminario Conciliar de Madrid - Alfa y Omega

Así son las colectoras del Seminario Conciliar de Madrid

Mujer, mayor, y entusiasta por seguir sirviendo a la Iglesia. La colectora, figura de la que hay constancia en Madrid desde al menos 1946, no solo recolecta el dinero de los benefactores del seminario, también «mantienen viva la conciencia vocacional»

Begoña Aragoneses
Último encuentro de las colectoras, en junio de este año
Último encuentro de las colectoras, en junio de este año. Foto: Seminario Conciliar de Madrid.

El Seminario Conciliar de Madrid se sostiene con la oración y con la ayuda económica, y esta última se apoya en dos pilares: los benefactores, que colaboran mediante suscripción periódica o bien a través de donaciones puntuales, y las colectoras. Mujeres que, desde sus parroquias, se encargan de acudir a las viviendas de los benefactores, con el recibo correspondiente emitido por el seminario, para recolectar su aportación, siempre en nombre del seminario y de las vocaciones, y llevarla en mano de vuelta al seminario. Lo hacen en marzo, en torno a la campaña del Día del Seminario.

La ficha de colectora más antigua registrada en el seminario es del año 1946. «Está aún escrita a máquina», cuenta Mercedes Furió, que se encarga de acompañar y cuidar a estas mujeres a las que cariñosamente llama «mis abuelitas». Son en su mayoría mujeres, aunque también hay algún hombre que, a la muerte de su esposa, ha tomado el relevo. Los formadores, trabajadores y seminaristas las quieren y respetan porque, como explica el rector, José Antonio Álvarez, «mantienen viva esta conciencia vocacional».

Sí. Las colectoras no solo acopian las donaciones, sino que sensibilizan y crean conciencia en sus parroquias y entre sus amigas; tanto, que muchas tienen su grupo y se reúnen periódicamente para rezar el rosario «por las vocaciones». «Lo llevan muy dentro», dice Mercedes. Además, aunque hay una colectora por parroquia —actualmente, en 15 parroquias—, en algunos casos tienen a otras mujeres que las ayudan. «Mis hijos me han dicho que lo deje ya», le decía una de ellas recientemente a Mercedes. «¡Tiene 93 años!» y ahí sigue, al pie del cañón. La responsable no oculta su asombro ante una «labor impresionante», un servicio a la Iglesia —así lo viven ellas—, que les compromete su ancianidad hasta límites casi heroicos.

La COVID-19 ha mermado el equipo de colectoras y ha afectado a la esencia misma de la labor por la imposibilidad de ir a las casas. La media de edad es de 85 años, y no hay relevo. «La gente joven ahora no quiere —se lamenta Mercedes—, esto tiende a desaparecer». Lo dice con pena ante un grupo de mujeres que «quieren mucho a los seminaristas y rezan por ellos». Una figura «entrañable» que les aporta «ternura», y por la que ellos también rezan.

Encuentro anual en verano

A finales de junio, el seminario recuperó, después del parón del año pasado, el encuentro anual con las colectoras. Es verdad que, como indicaba Furió, cada vez hay menos y que las donaciones son ya en su mayoría por transferencia bancaria, pero la figura de la colectora «nos parece una cosa muy de Dios como para dejar de cuidarla», subraya el rector.

Así, se reunió un grupito para celebrar la Eucaristía y tomar un aperitivo en el jardín. Elena fue una de ellas. Acudió al seminario ayudada de su andador y acompañada por su hijo. Con sus muchas limitaciones pero con una emoción e ilusión enorme, que era la que le había impulsado a salir de casa. La última vez que traspasó la puerta de San Dámaso fue justo antes de la pandemia, en la campaña de 2019, para llevar el dinero. En esa ocasión, junto a una amiga, llegó casi sin aliento. Pero no quería faltar a su cita, como ahora, en junio.

Fue un encuentro «de justicia», lo describe Álvarez, en el que faltaron, sin embargo, las que han fallecido y aquellas que aún tienen miedo. También las que, como Verónica, estaban fuera de Madrid. «Nos vinimos al pueblo en junio del año pasado y aquí seguimos, a ver…», nos cuenta desde su Navacepeda de Tormes (Ávila) natal. Fue por el coronavirus, pero Verónica tiene muchas ganas de volver a Madrid aunque reconoce que justo en verano no están tan mal, «ahora estoy con una chaqueta, fresquita».

Aperitivo en los jardines del seminario tras la Eucaristía de las colectoras de este año
Aperitivo en los jardines del seminario tras la Eucaristía de las colectoras de este año. Foto: Seminario Conciliar de Madrid.

«Estás ayudando a la Iglesia de otra manera»

Verónica tiene 89 años aunque por la voz nadie lo diría: «Sí, gracias a Dios para mi edad estoy fenómena». De hecho, cuida a una de sus hermanas «que está perdiendo la cabeza» y además tiene problemas de cadera. Con 14 años llegó a Madrid porque la vida del pueblo «era dura, de trabajo en el campo», y por eso los hermanos fueron saliendo de casa. Empezó a coser, se hizo modista y, con otra hermana, se compró su piso en la capital. «He comido de mi trabajo», cuenta con un punto de orgullo. Y sacando tiempo de donde apenas tenía, ayudaba en su parroquia (San Vicente de Paúl) visitando a enfermos, con la liturgia…

En 1999, un sobrino de Verónica entró en el Seminario Conciliar de Madrid y le propuso hacerse colectora. «Tampoco es tanto sacrificio y estás ayudando a la Iglesia de otra manera; lo hemos hecho con gusto y dando gracias a Dios, que nos ha dado fuerzas», asegura. Comenzó cobrando los recibos en pesetas, y tras el cambio a euros, animaba a los benefactores a incrementar la ayuda, aunque «cada uno da lo que puede».

Todos los días «desde hace muchos años», Verónica reza por los seminaristas y por las vocaciones sacerdotales, «que mira cómo estamos». Lo dice porque sabe de buena tinta lo que se necesitan: en Navacepeda este invierno han tenido Misa un domingo sí y otro no ya que hay un sacerdote para diez pueblos. El domingo que no había Eucaristía, celebraban una liturgia de la Palabra en la que Verónica participaba. Ahora en verano, durante los últimos quince días, han tenido un sacerdote que ha celebrado Misas los miércoles, viernes y domingos. Un lujo. Para cuando no, está la Eucaristía de TRECE. «Por lo menos la vemos…», se resigna.