Mujer de un líder opositor cubano: «La vida de mi marido corre peligro»
Nelva Ortega lleva 50 días sin conocer el paradero de su esposo, José Daniel Ferrer
El pasado 11 de julio, José Daniel Ferrer García acudió, como muchos ciudadanos, a sumarse a las protestas que ese aquel día estallaron en diversos puntos de Cuba. Su intención era poder llegar al Parque Céntrico (Céspedes) de Santiago de Cuba, ciudad en la que reside. Solo que Ferrer no es un ciudadano cubano cualquiera: encabeza la Unión Patriótica de Cuba (Unpacu, por sus siglas), seguramente la organización opositora mejor estructurada de toda la Isla. De ahí que, según relata a Alfa y Omega su mujer Nelva Ortega, «agentes de la Seguridad del Estado, pertenecientes a la Brigada de Reacción Rápida, le detuvieron con inmediatez y violencia, violando de facto sus derechos constitucionales».
Ortega vio a su marido por última vez desde el balcón de su domicilio, «siguiéndole por el lente de una cámara mientras caminaba». Desde entonces, y ya han pasado 50 días, no tiene noticias del paradero de Ferrer.
Por no saber, no sabe ni el lugar de detención. Hace unos días, acudió a una cárcel donde le habían dicho que estaba. Pero nada. A todo esto se añade que Ferrer, de 51 años de edad, padece una gastritis crónica severa, secuela de una úlcera contraída durante su detención de 2003, con motivo de la tristemente célebre Primavera Negra. También ha protagonizado varias huelgas de hambre en la sede de Unpacu, asediada en permanencia por la Seguridad del Estado. «A pesar de sus síntomas —prosigue Ortega—, me hizo saber que saldría y que si tenía que morir, lo haría al lado de su pueblo luchando por la libertad de Cuba». Conclusión: «Su vida corre peligro».
Ortega hace pues un llamamiento a la comunidad internacional para que se interese por el caso de su marido y del resto de prisioneros. Y no pierde la esperanza porque «si la perdemos, el ser humano seguirá teniendo un muro de contención en la búsqueda de la Verdad». Para que este se derrumbe, es necesario, en su opinión, el apoyo de la sociedad civil y también de la Iglesia.
Y lo dice como cristiana convencida: «La fe cristiana, junto a la fe en la Verdad y en la justicia, es uno de los pilares por los que un ser humano puede llegar a entregar lo más preciado que tiene: la vida». Sin embargo, precisa que «la vida es una cárcel, solo vale la pena cuando se vive sin deshonor, con decoro y el deber cumplido».