Pésame de Francisco a Benedicto XVI por la muerte de su hermano
Hace unos días, el hermano mediano de los Ratzinger recibía la visita de Benedicto XVI. Sería la última vez que se vieran en la tierra. El Papa emérito quiso despedirse de él antes de que Dios le llamase a su Reino
El Papa Francisco ha expresado su «más sentido pésame y cercanía espiritual en este momento de dolor» al Papa emérito Benedicto XVI con motivo del fallecimiento de su hermano, George Ratzinger. En una carta enviada este jueves, el Santo Padre le asegura sus «oración de sufragio» para que «el Señor de la vida, en su misericordia», acoja en el cielo al fallecido y le otorgue el premio de los servidores fieles.
«Rezo también por usted, Santidad», invocando del Padre, por intercesión de la Virgen, «el sostén de la esperanza cristiana y la tierna consolación divina». En la misiva, que incluye la despedida «filial y fraternalmente», el Pontífice agradece la «delicadeza» de haberle comunicado el primero la noticia.
Amante de la música
Georg Ratzinger murió el miércoles en Ratisbona (Alemania) con 96 años. Y lo hizo acompañado. Y en paz. Como se van quienes se saben amados por un Dios bueno y misericordioso.
Amante de la música, guardaba en su voz, desde muy pequeño, un reguero de melodías que ahora, más que nunca, acompasan el paso tranquilo de Dios.
Su infancia se desarrolló en la ciudad alemana de Pleiskirchen, cerca de Altötting. Allí nació, en 1924. Sus padres, Joseph y Maria, eran conscientes de que cada uno de sus hijos (María, Georg y Joseph) llevaría inscrita la impronta de la fe.
Junto al ahora Papa emérito, el mediano de la familia decidió estudiar Teología en Freising, después de la Segunda Guerra Mundial. Tras toda una juventud dedicada a Dios, fue ordenado sacerdote en 1951, junto a su hermano Joseph, en la archidiócesis de Múnich y Frisinga (Baviera, Alemania).
Además de su ministerio sacerdotal, estudió música de la Iglesia en la Universidad de Música de Múnich, donde se graduó en 1957. Entre 1964 y 1994, dirigió más de 1.000 conciertos en Alemania y en el extranjero como maestro de banda de la catedral, y consolidó la reputación internacional del coro. Ratzinger también hacía sus propias composiciones. En el Año Santo 2000, la Missa L’anno santo se estrenó en la catedral de Ratisbona. Sus alumnos y compañeros dicen del profesor que era muy exigente con los cantantes; detalle que, tras su jubilación, reconoció, pidiendo públicamente perdón por su talante a todos los afectados.
Toda una vida de la mano de su hermano
Sus allegados ensalzan su trasfondo contemplativo. Sobre todo su hermano Joseph, tres años menor que él. La relación entre ambos siempre fue muy estrecha. Máxime después de su ordenación sacerdotal conjunta: una fecha extraordinaria que los hermanos nunca podrán despejar de sus vidas.
A partir de aquel día, se llamaban prácticamente a diario para compartir sus alegrías y sus pesares. Tanto era así que habían planeado pasar juntos su jubilación en la casa familiar, en Baviera.
Los hermanos Ratzinger siempre han estado muy unidos, más aún tras el fallecimiento de su hermana Maria, en 1991. Cuando el más joven se convirtió primero en prefecto de la Doctrina de la Fe, y luego en Papa, el hermano mayor iba a visitarle a Roma. La elección como Papa de Joseph truncó aquellos primeros planes de los hermanos, y solo continuaron viéndose en alguna ocasión, hasta que la salud impidió a Georg continuar con sus esporádicas visitas al Vaticano.
En los brazos del Padre
La enfermedad fue minando, poco a poco, la salud de Georg. Cada vez más.
Hace dos semanas, Benedicto XVI, con 93 años, puso rumbo hacia el hogar de su hermano. Era la primera vez que el Papa emérito salía de Italia desde que renunció al Pontificado en 2013. Así, Georg recibió una última visita de su hermano Joseph, durante la cual los dos pudieron despedirse en paz. El viaje de cinco días había sido programado en muy poco tiempo, debido al deterioro de la salud del hermano mediano.
Monseñor Rudolf Voderholzer, el obispo de Ratisbona, describió la visita como «un viaje de humanidad». Y, además, «un gran consuelo» para quien ya descansa en los brazos del Padre.