La historia que nos cuenta la serie de esta semana no es —tampoco creo que lo pretenda— tan genial como la película de Monstruos S. A., de la que es secuela. Tampoco es una de esas series que cambia la vida del espectador o que supone una inflexión que recordará para el resto de sus días. No. Los diez capítulos que integran la única temporada de Monstruos a la obra, disponible en Disney+, cumplen —pienso que con creces— el propósito de ser una historia amable, familiar y cotidiana que, capítulo a capítulo, va haciendo que permee la enseñanza de que, reconociendo nuestros errores, aprendiendo de ellos y, sobre todo, con la ayuda del prójimo y de la risa, podemos hacer que las cosas vayan un poco mejor para todos.
Monstruos a la obra se nutre del universo que ya había creado en las dos películas que la precedieron y, con humildad y buen humor, nos cuenta todo lo que vino después en la vida de nuestros incondicionales Mike Wazowski y James P. Sullivan. En esta ocasión, con una nueva incorporación en sus vidas: Tylor Tuskmon, quien, recién salido de la facultad de sustos, de la ilustrísima Monster University y habiéndose graduado con un terrorífico cum laude, acude su primer día de trabajo a la gran corporación Monstruos S. A. Al llegar a la sede donde se genera la energía de toda Monstruópolis, se encuentra con que su empleador, aquel villano de señor Waternoose, ha sido detenido. La empresa afronta eso que en economía se llamaría reconversión del sector: pasar del susto a la risa. Tuskmon, proyecto de asustador, se enfrenta entonces a un nuevo puesto en la fábrica y es asignado al equipo de Mantenimiento de Instalaciones Fijas y Temporales (MIFT) en donde, desastre tras desastre, pasará el resto de la serie. Una historia de las que merece la pena compartir con los más pequeños de la familia, que son quienes a diario nos demuestran que, efectivamente, la risa es la energía definitiva de la vida.