Monseñor Romero, reconocido mártir por odio a la fe
El Santo Padre aprobó, este martes, el Decreto que reconoce el martirio de monseñor Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado por odio a la fe en marzo de 1980. Monseñor Romero fue asesinado por los escuadrones de la muerte salvadoreños mientras celebraba la Eucaristía. También han sido aprobados los Decretos de martirio de los franciscanos conventuales polacos Michal Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski, y del sacerdote italiano Alessandro Dordi, asesinados por la guerrilla de Sendero Luminoso en Perú, en 1991
El arzobispo de San Salvador monseñor Óscar Romero fue asesinado a tiros en 1980 mientras celebraba Misa. El Santo Padre ha aprobado este martes el decreto que reconoce el martirio de monseñor Romero por odio a la fe, por lo que podrá ser beatificado sin la necesidad de un milagro.
Como arzobispo, denunció en sus homilías dominicales numerosas violaciones de los derechos humanos y manifestó públicamente su solidaridad hacia las víctimas de la violencia política de su país. Un día antes de su muerte, hizo un llamamiento al ejército salvadoreño: «Quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles… Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: No matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas, si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión».
Al día siguiente fue asesinado por un francotirador, mientras oficiaba una Misa en la capilla del hospital de La Divina Providencia en la colonia Miramonte de San Salvador.
Los frailes franciscanos polacos asesinados por Sendero Luminoso
En la sierra de Perú también hubo mártires, asesinados por su fe. Ocurrió en 1991. Los frailes franciscanos polacos Michal Tomaszek, de 30 años, y Zbigniew Strzalkowski, de 32 años, fueron asesinados a manos del grupo terrorista Sendero Luminoso. Junto a ellos, falleció el presbítero italiano Sandro Dordi
La extensa parroquia Señor de Mayo de Pariacoto, donde llegaron los misioneros franciscanos, abarcaba cinco antiguas parroquias campesinas en la Cordillera Negra, que es parte de la Cordillera de los Andes, del departamento de Áncash, ubicado al norte de Lima. A la fecha, había cerca de noventa pueblos que esperaban la visita de algún sacerdote, llegase a caballo o a pie.
Fue allí mismo, en las alturas de la Cordillera, hasta donde llegaron el 9 de agosto de 1991 los asesinos para esperar al final de la Misa concelebrada con los jóvenes campesinos, y así atar y llevar fuera del pueblo de Pariacoto a los religiosos, donde murieron acribillados por los terroristas.
Los acusaron de difundir la Biblia, la Misa y la catequesis… «adormeciendo las mentes y conciencias, impidiendo que los campesinos aceptasen su mensaje y se plegaran a la lucha armada con muros como Cáritas y otras obras sociales», según una fuente recogida directamente por la página web Aleteia.
A Michal le tirotearon por la nuca, mientras que Zbigniew recibió una primera bala en la columna, siendo rematado aún con vida con otro tiro en la nuca. Hoy sus tumbas, ubicadas en la parroquia chimbotana de Casma, son lugares de oración y permanecen siempre adornadas con flores.
Fue el ex dirigente y fundador de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, quien ordenó la muerte de los jóvenes polacos por «impedir que el mensaje de la lucha armada fuese acogida por los jóvenes y el pueblo». Así se lo contó, años después al obispo diocesano.