Monseñor Osoro: «La memoria de los difuntos es una memoria para la misión»
«Si la gente supiese de verdad que la vida eterna se tiene y se adquiere por el Bautismo, habría colas ahí en el Manzanares para bautizarse. Vamos a predicarlo nosotros. La memoria que hacemos de los Difuntos es una memoria para la misión, para salir a anunciar a Cristo resucitado». La homilía del arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, en el cementerio de la iglesia sacramental de San Justo, fue una catequesis sobre el triunfo de Dios -y gracias a Él, del hombre- sobre la muerte. Un testimonio que, además, los cristianos tienen la responsabilidad de anunciar:
Querido Vicario episcopal, queridos hermanos sacerdotes, queridos responsables de dirección de este lugar santo. Queridos hermanos y hermanas. Yo quisiera acercar a vuestro corazón en este día en que celebramos la fiesta de los Difuntos a una realidad tan maravillosa, tan esperanzadora ante la muerte, que no tiene comparación con nada, como es la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo: a esta imagen [del retablo] de Cristo resucitado, y de [María Magdalena] que podemos ser cada uno de nosotros mirando a Cristo; mirando al triunfo del hombre, porque ha triunfado Dios sobre la muerte.
Quisiera llevar a vuestro corazón esta palabra, a través de tres realidades en las que me gustaría fijar vuestra mente y vuestro corazón: La primera es la que nos ha dicho el Señor en el evangelio de san Juan que acabamos de proclamar: «Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde». La muerte, es una realidad por la que, por muchos inventos que pueda hacer el ser humano, tenemos que pasar necesariamente todos.
Sin embargo, ante la muerte, hay una oscuridad absoluta porque el ser humano por sí mismo no puede explicar nada. Nos pasa a nosotros: cuando alguien muere, y es amigo nuestro, o familia, las únicas palabras que tenemos [para sus seres queridos] son: «Te acompaño en el sentimiento», «Me uno a tu dolor»… No tenemos palabras para la muerte, tenemos palabras para la vida, por ejemplo sobre lo contentos que estamos. Para la muerte, no tenemos ni una palabra.
Puede haber esa postura de vivir en la oscuridad, que siempre crea amargura en lo más profundo del corazón del ser humano, porque no sabe si tiene futuro. O puede haber una gran esperanza, que es la que nos da la fe, la adhesión precisamente a nuestro Señor. Para la muerte, que nosotros no tenemos ninguna palabra, la tiene Nuestro Señor Jesucristo. Recordad aquellas palabras que le dijo a Marta, cuando salió a buscarle porque había muerto su hermano: «Marta, yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees esto? Es que, si lo crees, aunque hayas muerto, vivirá, porque todo el que vive y cree en mí, no muere, vive».
Es una gran esperanza, queridos hermanos y hermanas; pero es la realidad profunda, la que da una explicación total al ser humano. Por eso aquí no me extraña que esta figura [del retablo] nos represente a todos nosotros mirando el triunfo de nuestro Señor Jesucristo, que nos da palabras: Vivimos. Por eso, como os decía: «Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde». Tenemos presente, tenemos futuro.
Segunda realidad: El Señor nos ha preparado sitio. No ha querido ser un teórico de la muerte. Él se ha hecho hombre por nosotros, ha padecido por nosotros, ha vivido junto a nosotros, ha experimentado el dolor y el hambre, ha experimentado la Cruz. Pero era Dios, y ha conquistado para los hombres el triunfo de Dios sobre todo mal; también ese mal que no podemos evitar nadie, como es la muerte. Él lo evita y nos devuelve a la vida Jesucristo nuestro Señor.
Por eso, qué maravilla es saber que los que están aquí enterrados, los que están enterrados en todos los cementerios de esta diócesis de Madrid, los que están enterrados en cualquier parte del mundo, tenemos sitio junto a Dios. Ésta es la gran noticia. Hoy, el día de los Difuntos, no hacemos memoria de una historia pasada, de unos hombres y mujeres que pudieron ser nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros amigos, a los que recordamos y hacemos memoria histórica de ellos. ¡No! Hacemos una memoria presente; no histórica, real. Viven. Viven en nuestro Señor Jesucristo. Porque Él nos ha preparado un sitio: «Cuando vaya y os prepare sitio, os llevaré conmigo». Esta palabra no es como las nuestras. Nuestras palabras a veces son hoy sí, y mañana no. Ésta es palabra de Dios, y nos ha preparado un sitio.
En tercer lugar, el Señor nos ha dicho algo maravilloso. ¿Cómo podemos saber, Señor, el camino? ¿Cómo podemos saber que tenemos la garantía plena de tu triunfo? Nos lo ha dicho el Señor: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Y nadie va al Padre sino por mí». Qué maravilla, en este día de los Difuntos, que recordándoles a ellos sepamos que el Camino para ese triunfo, que la Verdad de ese triunfo, que la Vida de ese triunfo nos la ha regalado nuestro Señor Jesucristo. Siguiéndole a Él, viviendo en comunión con Él; sabiendo pedirle perdón a Él, sabiendo reconocerle mis miserias y mis pecados, mis defectos; sabiendo que el Señor lo único que hace con nosotros es abrazarnos, es querernos, es hacernos vivir. Es cierto: sólo el Camino del hombre es Jesucristo; sólo la Verdad del hombre es Jesucristo; sólo vive el ser humano cuando se acerca a Jesucristo. Queridos hermanos y hermanas, con esta esperanza nosotros vivimos.
Y mirad: esta vida de Cristo, por el Bautismo, la tenemos nosotros. Desde pequeñitos cuando nos llevaron a bautizar, o si nos bautizamos ya de mayores, tenemos la Vida del Señor, participamos ya de la eternidad. Si esto lo supiera la gente, hoy tendría colas de gente para bautizarse. Si la gente supiese de verdad que la vida eterna se tiene y se adquiere por el Bautismo, habría colas ahí en el Manzanares para bautizarse.
Vamos a predicarlo nosotros. Tenemos esa responsabilidad, todos. La memoria que hacemos de los Difuntos es una memoria para la misión, para salir a anunciar a Cristo resucitado, para dar esa noticia a los hombres, para verificar en cada vida de los hombres esa mirada, que tiene que ser la nuestra, a Jesucristo nuestro Señor.
Por eso dice: «Que no tiemble vuestro corazón, que no se acobarde». En segundo lugar: «Que tenéis un sitio preparado». Y en tercer lugar, que el Camino para llegar a esa lugar es Jesucristo. Que es camino no solamente de felicidad para nosotros, sino un camino de felicidad, si lo vivimos, para todos los que nos rodean. Que el Señor os bendiga y que nuestros fieles difuntos descansen en paz. Amen.
Palabras de monseñor Osoro al bendecir el panteón de sacerdotes
Damos gracias a Dios por esta tradición de la Iglesia de conservar los cuerpos de nuestros hermanos difuntos como santuario que han sido de la vida de nuestro Señor Jesucristo mientras vivieron en esta tierra. Y damos gracias a Dios, en la bendición de este panteón de sacerdotes, porque han sido también los que en nombre de Jesucristo lo hicieron presente en este mundo y alimentaron e incorporaron [a su Cuerpo] con los sacramentos del Bautismo, de la reconciliación y Eucaristía, a quienes querían ser discípulos cada día más identificados con nuestro Señor Jesucristo, y a quienes anunciaron al Señor en medio de los hombres. Oremos: te pedimos, Señor, que bendigas este lugar; que bendigas desde este lugar a todos los sacerdotes de la diócesis de Madrid que te anunciaron, que prestaron su vida para que a través de ella tú te hicieses presente en medio de los hombres. Bendice este lugar que no sólo es memoria histórica de los que vivieron y pasaron de este mundo, sino que es recuerdo permanente de lo que significa tu presencia en medio de los hombres a través del ministerio sacerdotal. Te pedimos Señor que les concedas la vida eterna a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.