Monseñor Müller, obispo de Ratisbona: «Una bendición para la Iglesia» - Alfa y Omega

Monseñor Müller, obispo de Ratisbona: «Una bendición para la Iglesia»

Monseñor Müller rige la diócesis de Ratisbona, especialmente cercana y vinculada a la de Freising-Munich, y a la persona del nuevo Papa

Gerhard Ludwig Müller
Monseñor Müller preside, en la catedral de Ratisbona, la Misa de acción de gracias por la elección de Benedicto XVI.

Los escritos de Joseph Ratzinger son mi compañía teológica desde hace casi 40 años. Cuando yo era aún un joven estudiante, en 1968, la grandeza y profundidad de su teología se ponía de manifiesto ya en su Introducción al cristianismo, traducida a muchos idiomas y obra de referencia para todo teólogo hasta hoy. Esta explicación suya del Credo marcó generaciones de teólogos. Yo he recurrido a ella siempre de nuevo, para dejarme estimular por su lenguaje preciso y rico de imágenes.

A partir de este libro, que estaba destinado a una amplia difusión, Ratzinger se convirtió en un acompañante espiritual y teológico permanente. Cada uno de los libros que publicó hasta hoy interviene en las discusiones actuales e introduce al lector, un poco más, en el misterio de la fe. El año pasado, ya como obispo de Ratisbona, tuve el honor de presentar con él su libro Caminos de Jesucristo, en el que se hace cada vez más claro que la realidad del mundo sólo alcanza su destino propio cuando –como la aguja de un compás– se orienta a Cristo.

Siempre he podido experimentar esto en Joseph Ratzinger: la entrega y la orientación ilimitada a Jesucristo. Con ello, era siempre capaz de entusiasmar y de fascinar. Un amigo me decía un día que, con Ratzinger, tenía siempre la sensación de tocar al Misterio. Quien escucha a nuestro nuevo Papa, está atento a sus homilías y lee sus libros, difícilmente escapa a esta misma impresión.

Maestro de teología

En los últimos años se añadieron los encuentros personales. Como colaborador de la Comisión Teológica Internacional, que preside el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, gracias al contacto inmediato y al trabajo común pude conocer un nuevo aspecto de Joseph Ratzinger: su brillante inteligencia, que sabe decir en pocas palabras incluso contenidos difíciles. Siempre ocupado en servir a la Iglesia y a la fe, encontró formas de expresar temas complicados de modo fácil y accesible.

La experiencia de trabajar con él en textos concretos, que trataban de profundizar en la doctrina de la fe, fue también un aprendizaje de un gran maestro de la teología. En muchas conversaciones al margen de las sesiones de la Comisión, se mostraba también el hombre Ratzinger. Tranquilo, modesto y entendiéndose siempre como un servidor de la Iglesia, se convirtió también en un ejemplo para la conducción de la propia vida. Especialmente su ser sacerdote se hizo modelo convincente. La predicación estaba en el centro.

«La Eucaristía hace presente siempre y constantemente a Cristo resucitado»: el Papa Benedicto XVI, en su primera homilía como nuevo pastor de la Iglesia de Cristo, ha subrayado especialmente este aspecto del ser eclesial. La Iglesia vive de la Eucaristía, en la que Cristo nos reconcilia con Dios y nos introduce en el amor del Dios trinitario. De la Eucaristía, Benedicto XVI sacará su fuerza y nos la transmitirá a todos. En la homilía mencionada, pronunciada en la Capilla Sixtina, sigue diciendo: «Alimentados y apoyados en la Eucaristía, los católicos no pueden hacer otra cosa más que sentirse acogidos». Saberse acogidos por Dios. La vida de Joseph Ratzinger está marcada por este ser acogido por Dios. Él vive en y a partir de la certeza de que su vida está sostenida por Dios.

Un futuro lleno de esperanza

La forma más visible del encuentro con Dios es la celebración de la Eucaristía. Las imágenes de los próximos días nos mostrarán a un Papa que celebra concentrado los sagrados misterios, que se sabe vinculado íntimamente y acogido por Jesucristo, al que reconocemos realmente presente entre nosotros en las especies del pan y del vino.

Esta entrega al Cristo eucarístico se convirtió en un modelo de existencia sacerdotal también para mí. Así pude seguir leyendo su homilía con alegría: «La Eucaristía, el corazón de la vida cristiana y la fuente de la misión de la Iglesia, tiene que ser el centro permanente y la fuente del ministerio de Pedro». Benedicto XVI toma su fuerza de la Eucaristía.

Benedicto XVI se implicó siempre con una alegría especial con los jóvenes. Ya como profesor de teología, apreciaba la relación con la curiosidad refrescante de los estudiantes, que era siempre para él un estímulo para profundizar más en la doctrina de la Iglesia. Pero también como arzobispo de Munich y Freising buscó el contacto con los jóvenes. En este 2005 visitará Colonia como Benedicto XVI, en la Jornada Mundial de la Juventud, y dará a la Iglesia una señal importante. En los jóvenes está su futuro, y en ellos está el potencial que la Iglesia puede promover y conformar.

También aquí, Ratzinger se convirtió en un modelo. Él no ha perdido de vista nunca el futuro de la Iglesia, sino que ha intentado siempre darle forma sin romper con su pasado. Yo espero que, como Benedicto XVI, su fuerza y su fe nos aliente a todos a seguir viendo en Jesucristo el centro de nuestra vida.