Monseñor Jaime Pujol, arzobispo de Tarragona: «El martirio es el amor más perfecto» - Alfa y Omega

Monseñor Jaime Pujol, arzobispo de Tarragona: «El martirio es el amor más perfecto»

«No podemos olvidar a unas personas que amaron tanto a Dios y a la Iglesia», afirma a Alfa y Omega monseñor Jaime Pujol, arzobispo de Tarragona, la diócesis que acoge, el próximo 13 de octubre, la gran ceremonia de beatificación de mártires españoles, el principal acontecimiento con el que la Iglesia en España celebra el Año de la fe

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
El anfiteatro de Tarragona, donde fueron martirizados el obispo san Fructuoso y sus diáconos Augurio y Eulogio en el año 259.

Su diócesis tiene una larga tradición martirial…
La Iglesia en Tarragona posee una gran tradición martirial que se remonta a los primeros tiempos del cristianismo. Mártir fue san Pablo, quien difundiera el mensaje de la Buena Nueva desde la ciudad; mártires fueron los santos protectores de Tarragona, Tecla y Magín; pero fueron los santos mártires Fructuoso, obispo, y Augurio y Eulogio, diáconos, quienes abren y marcan la tradición local. Por otra parte, la Causa de Tarragona es la más numerosa en cuanto al número de Beatos de las treinta y cuatro causas que componen esta magna beatificación.

Se ha insistido mucho en que no fueron mártires de la Guerra Civil, sino de la persecución religiosa de aquellos años. ¿Por qué es importante recalcarlo?
La Guerra Civil es el contexto sociopolítico en que se produjo la muerte de la mayoría, pero ellos son víctimas no de una Guerra Civil, sino de una persecución religiosa, dos conceptos totalmente diferentes.

Un argumento a favor de esta tesis lo constituye la beatificación de unos Hermanos de la Salle de Turón (Asturias), asesinados en Oviedo en 1934. En aquellos tiempos no había Guerra Civil, sino una situación en la que hubo persecución religiosa: quema de conventos y de iglesias, asesinatos de personas a causa de su fe, etc., con la anuencia y, por tanto, con una responsabilidad moral por parte de quienes toleraron aquellos hechos. El término mártires de la Guerra Civil se presta a manipulación, de manera que se prefiere la expresión mártires del siglo XX en España.

Es evidente que el contexto mayoritario del martirio de los nuevos Beatos fue la guerra de 1936, una guerra que nunca hubiera debido estallar. Todas las guerras son execrables. Quiero decir que una beatificación no se hace jamás en contra de nadie, de modo que proclamar la bienaventuranza de nuestros hermanos no es proclamar de ninguna de las maneras la maldición o la condena de los otros. Por desgracia, toda guerra tiene víctimas inocentes. Son muchas las lágrimas de madres que lloraron la muerte de sus hijos en uno y otro bando. Toda muerte inocente es respetable y digna de compasión.

¿Se está haciendo justicia a nuestros mártires, después de tantos años en los que las Causas se ralentizaron?
Yo creo que siempre se ha hecho justicia, lo que sucede es que las circunstancias, a veces, son lo que son. La Causa del martirio de Tarragona en 1952, largamente esperada y felizmente concluida con el Decreto del Santo Padre, ha significado la voluntad de la Iglesia metropolitana de no olvidar la memoria de aquellos que por causa de Cristo sufrieron muerte violenta, dándonos el testimonio más alto de la fe. No podemos olvidar a unas personas que amaron tanto a Dios y a la Iglesia que se entregaron ellos mismos.

Quiero hacer memoria de los arzobispos, antecesores míos en esta sede, que tuvieron la voluntad de seguir esta Causa martirial y velaron para que prosperara. También quiero recordar a la generación de sacerdotes de nuestro presbiterio que han mantenido viva la memoria, así como a los postuladores de la Causa en las diversas etapas del largo proceso canónico. Y, sobre todo, también deseo recordar ahora a tantos fieles de la archidiócesis que han orado a Dios Padre con el fin de que esos Siervos de Dios fuesen glorificados.

¿Qué podemos aprender hoy de nuestros mártires, en las circunstancias personales de cada uno? ¿En qué son imitables?
Necesitamos el testimonio de los mártires y aprender constantemente de la lección de su sacrificio. En un tiempo en que estamos rodeados por tanta ideología que niega al Dios vivo y es adversa a la fe, los mártires nos ayudan por su intercesión y su testimonio a permanecer fuertes en la fe.

Sabemos que quizás no estemos llamados al martirio cruento, pero sí estamos llamados a dar testimonio del Evangelio de Jesús en la cotidianidad y en las actividades temporales. Un testigo sólo es creíble si vive la caridad de los hijos de Dios. Esto es lo que el mundo espera de nosotros, y es dando testimonio de la fe como amamos al mundo y a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Si la Iglesia glorifica a estos Siervos de Dios no es para honrarlos, porque no necesitan para nada nuestra gloria -ya que gozan de la promesa de que el Padre honrará a los que se hacen servidores míos-, sino para recoger la herencia de su testimonio, que nos compromete a ser también testigos del Señor.

Monseñor Jaime Pujol. A la derecha: Rueda de prensa de presentación de los actos de la beatificación de Tarragona.

Al leer los detalles de su martirio, se comprueba que detrás hay una causa que no puede ser sino diabólica. ¿Es el demonio nuestro verdadero enemigo?
Siempre lo ha sido, ya desde el principio de los tiempos. En el caminar de la Iglesia por este mundo, el cristiano sabe que siempre habrá una desproporción entre lo que cree y los poderes de este mundo, que quieren ahogar la llamada a la trascendencia y le harán ver como ilusoria su esperanza. Los cristianos tendrán que sufrir la tentación de dejar de creer en Dios y en su Cristo en un mundo, muchas veces no únicamente profano, sino profanado por las fuerzas ocultas que denigran a las personas bajo el imperio del pecado, cuya fuerza es la fascinación por el poder y la riqueza y por una visión materialista de la vida y de la Historia, unos poderes que llevan a las sociedades a no amar la vida, a la alienación de la condición humana y al sufrimiento de los más pobres. Evidentemente, todo eso es algo diabólico.

Es conocida la frase de Tertuliano: La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos. ¿Necesitamos recuperar el testimonio de nuestros mártires y la espiritualidad martirial para llevar a cabo la nueva evangelización en España?
La fe del mártir es un reconocimiento absoluto del misterio del Dios viviente. Su muerte re-presenta en su cuerpo mismo la Eucaristía del Señor, ya no sobre el altar, sino en su muerte gloriosa. La muerte martirial de un obispo o de un presbítero es un acto sacerdotal. Y, por eso, su muerte santifica a la Iglesia y comunica la gracia de Cristo. Su muerte es el último acto ministerial. Ese concepto lo hallamos bellamente expresado en el relato del martirio de san Fructuoso, en el cual todo el sacrificio está descrito como un devenir Eucaristía, entrando en comunión plena con la Pascua de Jesucristo y llegando a ser Eucaristía con Él.

Santo Tomás de Aquino afirmaba que el martirio es el acto más perfecto de caridad. Ciertamente, el obispo auxiliar de Tarragona Manuel Borràs y sus compañeros presbíteros, cuando morían, hacían un acto de amor a Cristo y a la Iglesia: era el último acto de amor hacia las comunidades que les habían sido confiadas. Su muerte adquiere la condición del grano de trigo que, una vez enterrado, da fruto; un fruto de gracia que fecunda a la Iglesia desde dentro y, por esa razón, es necesario que nos encomendemos a su intercesión.

¡Y aún ha osado bendecirnos!

¿Qué testimonio martirial le ha impresionado más a usted, de manera personal?
Lo verdaderamente justo sería responder a esta pregunta diciendo que todos los mártires que van a ser beatificados. Ahora bien, puestos en la tesitura de escoger uno sólo, evoquemos, por ejemplo, la vigorosa figura del obispo Manuel Borrás Ferré. Sirvió a la Iglesia diocesana con pulcritud y fidelidad, viviendo veintiún años a la sombra del cardenal Francisco de Asís Vidal y Barraquer, de quien fuera un servidor fiel y discreto. Tras diecinueve días de cautiverio en la prisión de Montblanc, sin que nadie se preocupara por su suerte, fue finalmente asesinado en el Coll de l’Illa la tarde del 12 de agosto de 1936. La noche de aquel día memorable, uno de quienes le habían dado muerte, exclamaba: ¡Y aún ha osado bendecirnos!… ¿Qué más puede decirse de un seguidor de Cristo?